lunes, abril 02, 2007

La entrevista

–El error más frecuente de la muy frustrada y apenas existente clase media mexicana es, desde luego, suponer que en un país como ese pueden verse recompensados sus esfuerzos, sean estos de tipo académico, cultural, empresarial o burocrático. Quiero insistir en el hecho de que esta aberración es casi patrimonio exclusivo de la clase media, no de la alta ni de la baja, pues los ricos se saben dueños de todo lo que importa y obran en el entendido de que no habrá casi iniciativa suya que no se realice, al precio que sea, mientras que los pobres suelen pagar ese precio en caso de que algo falle y realizan esfuerzos a sabiendas de que nunca saldrán de su condición; luego entonces, estos dos últimos grupos sociales suelen tener menos frustraciones y vivir más felices.
Dio un largo sorbo al vaso de agua que descansaba sobre la mesilla de cristal y sonrió con amabilidad tal que casi anulaba la conmoción de la entrevistadora que le escuchaba aquella noche. El empresario más rico de México era también –como venía ocurriendo desde hace casi cincuenta años- el tercer o cuarto hombre más rico del mundo. Y continuó sin que la periodista de apellido vagamente polaco o judío retomara el control de la entrevista o, por lo menos, abandonara la perplejidad.
–No quiero que se me malentienda. Es natural que quienes tienen oportunidad de estudiar una carrera –y este suele ser el caso de la fantasmal clase media- crean en la lógica del esfuerzo y la recompensa; es decir, que se acostumbren demasiado a recibir calificaciones y luego crean que el mundo debe convertir sus notas en dinero constante y sonante. Es una tensión interesante, porque por un lado van adquiriendo la convicción de que la sociedad debe pagarles más por tener más estudios y, por otro, pierden paulatinamente el ímpetu por fundar una empresa o hacer un negocio, pues para ello se requiere un dinero que no tienen o bien, no hace falta ninguna calificación, como lo demuestran los ambulantes desde los lejanos tiempos del ahora extinto PRI. Entonces se hacen empleados y la empresa de otro es su nueva escuela. El sueldo, sus calificaciones. Un mejor puesto, su horizonte, su nueva medida.
Por fin, la entrevistadora levantó una mano y se enderezó sobre su silla, incómoda. Su voz salió afectada, pero por fin dijo algo:
–¿Quiere decir entonces que la clase media debe abandonar sus esfuerzos, asumir la derrota de la clase baja o…?
–Yo no hago consejos, Becky, salvo los de administración de una docena de empresas- rió brevemente, dio otro sorbo y continuó. –Lo que subrayo es que la clase media debe abandonar su hipocresía si quiere conseguir algo…
–Perdón, ¿su hipocresía?
–Sí, efectivamente. La clase media es un gran manojo de contradicciones: critican al rico porque consideran que todo lo que tiene es inmerecido y al mismo tiempo buscan su dinero con fruición; desprecian al pobre porque creen que no hace ningún esfuerzo por salir de su miseria y, encima, ni siquiera se prepara (gracioso eufemismo este) yendo a la escuela. ¡Imagínate! Como si los ricos sacáramos algo de la universidad. Por si fuera poco, sus esfuerzos por mejorar económicamente siempre se ven ceñidos a malentendidos intelectuales que ya los malogran de entrada…
La entrevistadora interrumpió, esta vez negando con la cabeza y dando palmaditas en el brazo del sillón. Miraba al suelo, pero en cuanto el empresario se detuvo, levantó la cabeza. Lucía desencajada.
–A ver, a ver, eh… ahorita ya no le entendí. ¿Cómo que los malentendidos culturales, perdón, intelectuales, malogran a la clase media?
–Es la escuela, Becky, como te decía, los estudios que creyendo su salvación se convierten en su condena. Estudiar para ganar más dinero es ya de por sí un disparate. Pero si a eso le sumas la terquedad absurda de millones de profesionistas, la mayoría mediocres, que insisten en trabajar en lo que con gran cinismo llaman su área, entonces tienes los resultados que vemos todos los días: ingenieros muy orgullosos de que los llamen así por estar ganando una miseria en una empresa que sólo los utiliza como peones, en tanto que un pobre sin estudios puede ganar diez veces su sueldo vendiendo cualquier cosa. Hay excepciones, claro, los médicos o los abogados sin apellidos valederos ya están acostumbrados a ejercer sus profesiones sin sacar apenas lo suficiente para vivir.
–Es indignante.
–Es lo que hay. Por eso me irrita que el rector de la Universidad Nacional o cualquier otro tramposo de los que hay por ahí, incite a los jóvenes a seguir el absurdo camino de los estudios sin tener un país adecuado para explotarlos. Obviamente hay otro camino y muchos ya lo tomaron: cambiar de país. Pero la clase media mexicana, como ya le vengo diciendo, es hipócrita. Y para justificar la cobardía que la retiene en su país se viste de amor a la patria, de responsabilidad social y no sé cuántas tonterías más. Se quedan. Mientras que muchos pobres, sin nada qué perder ni complejos nacionalistas en la cabeza, se van.
–¿El rector también es hipócrita?
–Quizá lo que sucede es que el señor rector no ha reflexionado lo suficiente sobre su propia circunstancia, que es especial. Quizá no se ha dado cuenta o por su propio ego quiera ignorar que por su cargo sólo han pasado familiares suyos desde hace casi cien años. Resulta cuando menos surrealista o cínico exhortar a los jóvenes a consumar sus sueños cuando todos los puestos clave del país están permanentemente ocupados por las mismas personas, ¿no le parece?
En su confusión mental, en la incredulidad absoluta ante un entrevistado que se salía del guión con tal desparpajo, la entrevistadora se abandonó a las respuestas automáticas. Fue ridículo oírla decir:
–Las preguntas las hago yo.
Y luego no formular ninguna. El empresario prosiguió:
–Tiene razón, Becky, disculpe.- esbozó otra sonrisa –El rector no es hipócrita, pero quizá tenga lo que los españoles llaman mala leche. Yo, en cambio, me limito a ofrecer tratos claros, no paraísos que no existen. El dinero lo tengo yo, pero necesito manos y brazos, a veces cerebros para mantenerme donde estoy. El trato no es justo ni me propongo que lo sea, es solamente claro. Los pobres lo entienden así y hay un inmenso número de familias que comen gracias a la empresa…
–El 39%, según las últimas estadísticas- interrumpió Becky agitando unas hojas que hasta ese momento descansaban sobre la mesilla a punto de resbalar al suelo.
–Pues bien, lo que lamento es que la clase media siga perdida en sus hipocresías y vaguedades, que no se avenga a tratos justos y prefiera amargarse con sus rencores y complejos, que prefiera instalarse en sus formas vacías a darse un baño de realidad. Es ridículo y lamentable.
–Es lo que hay, como usted ya comentaba.
El empresario sonrió de nuevo mostrando sus dientes blanquísimos. Se miró las uñas mecánicamente. Becky se ajustó uno de los tacones. Y entonces el floor manager avisó que todo estaba listo para grabar, ahora sí, la entrevista.