jueves, julio 12, 2007

Open mind

Bien es verdad que casi nunca reparo en el contenido de las traducciones que pasan por mi despacho, pero la siguiente necrológica enviada por el neoromántico francés de orígen tunecino Guillaume Guechi, desde su refugio en Lille, me dejó largo tiempo pensativo. Acostumbrado como estoy a creer que en Europa -y especialmente en Madrid- hemos progresado enormemente en términos de civilidad y apertura, no he podido menos que pasarla mal con el texto del francés. No sé bien, ahora mismo, qué pensar. Mejor cito, es decir, traduzco:

Primero los hechos.
El poeta y filólogo José Lomelí nació en Lima, Perú, el 7 de septiembre de 1950. Graduado en Filosofía y Letras por la Universidad de San Marcos fue desde su adolescencia un feroz crítico de la sociedad y del gobierno (o desgobierno, como solía llamarlo) peruanos. Escritor precoz, pero también amante de las lenguas extranjeras, no vaciló en escribir -y publicar- en francés e inglés a una edad tan temprana como los veinticinco años. Fue justamente gracias a Les stupides como consiguió venir a Francia a los veintiséis, becado por la Academia Francesa que apreció "la riqueza de figuras léxicas" de su poemario (apenas cien páginas), mudanza que él calificó en su diario como "la oportunidad de vivir normalmente". Y los que lo conocimos sabemos bien a qué se refería, aunque en el camino haya encontrado sólo decepción. Pero no nos adelantemos. Siguieron años prolíficos que, sin embargo, le fueron desplazando de la poesía hacia la novela y de la literatura hacia la filosofía, pasando los últimos enfrascado en toda clase de pleitos judiciales por sus artículos de opinión. Nunca volvió al Perú. Se suicidó en su piso de Montparnasse este fin de semana. Siete libros de poemas (dos de ellos en francés, uno en inglés, el resto en español), cuatro novelas (todas multilingües) y seis libros de ensayos filosóficos (en absoluto para principiantes, todos en inglés) son el resultado de su obra, enteramente desconocida en su país, apenas atisbada en España, caída en el olvido en esta Francia que le vendió mentiras. Sus abundantes artículos -en español, francés e inglés- no han sido nunca compilados.

Y luego lo fundamental.
Debo decir que José Lomelí era homosexual, aunque ya sienta traicionar su espíritu al decir esto. Resulta fácil imaginar sus dificultades en el Perú de los años sesenta y setenta (en una entrevista temprana para la televisión francesa aseguró haber presenciado el linchamiento de "un maricón") y su diario no deja dudas sobre la angustia que le producía pasar el resto de sus días "en la barbarie católica". No era afeminado, pero era abierto, y ello probó ser una fórmula más arriesgada que la del travesti o el transexual. Durante sus primeros años aquí fingió no enterarse de la discriminación, del racismo, de los malentendidos culturales, de la intolerancia que se esconde detrás de la necesidad de etiquetas. Luego volvió a ser el de siempre, es decir, un amargado cuyo cinismo sólo era comparable a la solidez de sus argumentos: se dedicó a combatir el pensamiento acomodaticio, falso o simplemente estúpido ahí donde lo encontrara, sin importarle perder amigos en el camino, sin que le arredrara el odio declarado de comunidades enteras (la comunidad gay parisina le declaró "persona non grata" y dos agrupaciones musulmanas intentaron matarle), sin lamentar el abandono de su pareja francesa ni evitar, en última instancia, que sus malquerientes le aplicaran las leyes verdaderas y las torcidas a fin de acallarlo. Pagó con dinero y con cárcel lo que jueces imbéciles en la gran Francia consideraron abusos a la libertad de expresión, calumnia e infamia.

Sobre su lucidez -y lo que a mí, personalmente, más me tocó- transcribo una pequeña muestra que quizá ayude a mis compatriotas -los de aquí y los del otro lado del Mediterráneo- a hacer una reflexión sobre el verdadero sentido de la libertad:

"Es repugnante darse cuenta cómo el hombre, sin importar su educación o cultura, siempre encuentra la manera de mantener o sortear sus prejuicios, según la circunstancia y la ocasión. Los países latinoamericanos o árabes son tristemente famosos por su nulo respeto a los homosexuales y, en efecto, el número de muertos por este motivo es notablemente superior al de Europa, donde no sólo no se les persigue, sino que se les permite unirse legalmente en pareja, formar una familia, ser protegidos por ley contra la discriminación. Hasta aquí los hechos. Pero hay una paradoja que demuestra hasta qué punto vivimos engañados: el gay europeo puede vivir tranquilo en sus ghetos, feliz de su aislamiento, tan contento de estar de un lado como los heterosexuales de estar en el otro: mundos definidos, etiquetados, sin riesgos ni apenas comunicación entre ambos. No es la comunidad gay el único gheto en Francia: los hay para negros, para árabes, para musulmanes, para latinos... ¿es esto convivencia? ¿integración? ¿tolerancia? Yo recuerdo con creciente nostalgia a Nachita, un travestido dueño de un chiringuito en una playa limeña cuando yo era niño. El lugar estaba permanentemente lleno de hombres, trabajadores casi todos de la construcción. Jamás dejaban de gastarle bromas y, de vez en cuando, de acostarse con él. Ni Nachita ni nadie se ocupaban de preguntar por la orientación sexual de los otros ni faltaban confidentes, amigos y amantes -a veces mujeres- en la vida del alegre restaurantero: todo confuso, todo permisible, todo, en principio, intentable. ¿Cuánto habrá que esperar para que existan sociedades abiertas?"

En memoria de José Lomelí, espíritu universal perdido en una Francia ñoña.