martes, enero 26, 2010

Repatriación

No es bueno llegar a un país en descomposición con la intención de instalarse alegremente sólo porque nos invitan algunos de sus dueños o adalides. No es bueno sólo porque sea el lugar en que nacimos ni porque sea ahí donde viven las personas que más queremos. No, desde luego, por razones patrióticas o abstractas, simbólicas o idealistas, que bien caro termina pagándose todo distanciamiento de la realidad aunque nuestras ilusiones nos parezcan a veces el mejor de los paliativos. No es bueno volver a las andadas como si no hubiésemos aprendido nada, repetir los diálogos ya sostenidos, apuntar los mismos problemas, dirigirse puntualmente hacia el desenlace conocido. Tampoco es bueno el suicidio, naturalmente. Ni repetirlo.
Envejecer en la mierda es lamentable y ello explica el empeño público por un infantilismo a toda prueba: porque sólo así puede seguirse tan campante sin percibir el hedor, sin encajar la barbarie, sin enfrentar las consecuencias. Poco importa que la puerilidad electiva sólo afiance el desastre: cerrar los ojos sigue siendo la respuesta natural al vértigo de la caída. Ha sido pues una lamentable coincidencia rebasar el mediodía de la vida mudándome a este parque de atracciones cuando ya no se tienen ni humor ni ganas para más adolescencia, menos aun cuando la vocación del parque parece estar cambiando a la de un vertedero.
Se me ofrecen dos opciones: fingir que existe un país aunque sólo lo viva virtualmente o asumir ese que ocupa su lugar reordenando mis criterios. La señorita del banco me persuade de no liquidar mi vieja cuenta y mejor abrir otra; el empleado del archivo para el registro de vehículos nos ofrece no pasar por la validación y obtener directamente placas y engomados con el licenciado en jefe de una recaudadora; la universidad contrata para dar clases de historia de la ciencia a una licenciada en turismo que, en conmovedor ejemplo de honestidad, confiesa haber elaborado el programa "con la única pista del nombre de la asignatura"; un doctor en ciencias le rompe la nariz a otro dentro de la universidad y ésta no hace nada, casi causando la renuncia del agredido con la consecuente cancelación de proyectos... A donde mire, a donde vaya, por menos que haga y más que me esconda, la ambigüedad, la contradicción, el peligro y la arbitrariedad me saludan ominosos.
Y crece en mis adentros la convicción de que estoy cayendo en desgracia y de que el suelo, desafortunadamente, no está próximo.