martes, septiembre 26, 2006

Arengas por verdades

Asistí hace poco a la inauguración de una librería donde se presentó un libro de historia local -historia matria, solía llamarla el recién fallecido Luis González y González- sobre el pasado indio de Lagos de Moreno. Como suele hacerse en tales eventos, el libro fue presentado por dos personajes antes de que el autor tomara la palabra para decir resumidamente -vaya exigencia- lo que ya nos quería decir con un texto entero.

El primero en tomar la palabra fue un antropólogo que comenzó con un análisis sensato de las novedades del libro para deslizarse minutos después hacia un elogio exaltado y un tanto ridículo de la obra. Decía que dicho libro hacía "justicia histórica" al indio excluido y menospreciado por la historia oficial, como si los libros de historia debieran reparar daños reales con cargas de tinta y toneladas de papel, en vez de sujetarse a los hechos sin enmendar el pasado. Su intervención, sin embargo, no me pareció tan grave como la del sujeto que le siguió y que por lo visto creyó hacerle un gran favor al autor -que palidecía en medio de los dos- lanzando arengas teatrales e histéricas contra la explotación y desprecio de los indios "queridísimos y muy dignos" de la región, a manos de una "raza blanca" dueña del poder económico y político. Su versión maniquea de la historia, más preocupada por trazar una línea bien visible entre buenos y malos, ricos y explotados, indios y blancos, me pareció chata desde el principio y tan nociva como esa otra historia oficial contra la que presuntamente se pronunciaba.

El individuo no se limitó a hacer semejante perífrasis con motivo de un libro puntual, sino que además pasó por el elogio del muralismo revolucionario, el rechazo a las medidas liberales que Benito Juárez y Porfirio Díaz -indios los dos, por cierto- impusieron sobre las comunidades indígenas y la alabanza a todas las obras que "dan voz" a ese anverso de nuestra historia que son los pobres, los explotados, la raza de bronce en suma. No me eran difíciles de entender, sin embargo, los móviles del rabioso presentador: ya la educación primaria abunda en distorsiones históricas de intención patriotera y oficializante, pero esa visión doctrinaria bien suele prolongarse en adultos que creen liberarse de sus prejuicios abrazando otros, tanto o más injustificados que los infantiles. No pocas veces, además, crean -y creen- una versión de la historia donde puedan sentirse justificados en sus filias y fobias, sin importar que para ello tengan que faltar a la verdad. Tenemos así católicos acérrimos para los que toda la historia ha sido la lucha de fuerzas demoníacas contra los rectos principios e izquierdistas igualmente dogmáticos que creen que toda la historia es una lucha de clases donde lo bueno siempre está con los menos agraciados y lo malo con los exitosos.

Finalmente intervino el autor y consiguió atemperar amablemente los disparatados excesos de los acomplejados que lo rodeaban. Habló, ciertamente, del cariño hacia su pueblo, motivación y fuente de sus esfuerzos, pero también del rigor histórico y el empeño por cotejar, investigar, reunir datos y sacar conclusiones amparadas en la lógica y los hechos. Al menos él, ya que no los que lo elogiaban, sabía que no se pueden dar arengas por verdades.