domingo, septiembre 12, 2010

Rábanos e idiotas

Es agotador. Entiendo que por la simple y muy conocida distribución normal estadística abunde la gente de pocas luces y escasee la muy brillante o la muy idiota. De acuerdo. Esa es la naturaleza del mundo y con ella hay que contar. De entre aquellos que la padecen, algunos optan por oponer resistencia en la tal vez ingenua pretensión de modificar la realidad; otros se perfeccionan en el arte de mirar hacia otro lado o divertirse con ella; algunos más deseamos con frecuencia prescindir del mundo y protegernos detrás de elevados muros donde las conversaciones sean sólo aquellas que deseamos sostener, ya sea con amigos vivos (pocos) o muertos (a través de los libros). Vana pretensión que sólo puede cristalizar en las escasas ocasiones en que la fortuna económica le da la mano al interés intelectual. Ni hablar.
Sé que resulta estúpido esperar mayor cultura o conocimiento, consistencia u honestidad intelectual, de aquellos sitios que se anuncian como depositarios de estas virtudes, por ejemplo, las universidades. Sé que en contraposición con los ambientes productivo o burocrático decidí quedarme a trabajar en el académico porque 1) necesito ganarme la vida (no soy rico), y 2) deseo que se me pague por saber, pensar, investigar y criticar, es decir, por actividades intelectuales de tipo teórico. Sé también que los mejores sitios para este tipo de trabajo no están en México y que los mejores con los que cuenta el país se renuevan con gran lentitud por razones presupuestales e idiosincráticas. Bien.
A sabiendas de todo lo anterior y por razones personales, luego de muchos años volví a una universidad pública mexicana: no la que quería, no la menos mala, en modo alguno la más condescendiente o con cuyos objetivos me identificara. No. El único criterio para elegir repatriarme en ella ha sido su proximidad a casa (setenta kilómetros). He hecho mi trabajo minimizando el contacto con colegas y autoridades, mismos que, casi sin excepción (¡malditas campanas gaussianas!) han resultado connotados imbéciles. Nada ha sido suficiente para ahorrarme disgustos y desagradables sorpresas. Ningún aislamiento, ni el trato seco o cordial, han resultado efectivos para mantener a raya a los idiotas, menos aun a aquellos con sabroso color local que, de acuerdo a las más acendradas tradiciones mexicanas, padecen un complejo de inferioridad a prueba de todo argumento.
Como se llevase a cabo la revisión curricular de la carrera de mecatrónica, el jefe de departamento consideró "pertinente" invitar a un excelso doctor en química a participar en las reuniones: el número de materias relacionadas con química en esa carrera es de... dos. Como nos consultase al respecto, respondo que "[e]stoy de acuerdo en invitar al Dr." "...si su participación se limita al área de Química-Física, y casi preferiría que participara un físico en lugar de un químico porque de química el número de materias relacionadas es muy limitado. Ya bastante gente no especialista opina y modifica esta currícula (de ahí los pésimos resultados), así que resultaría contraproducente incluir todavía más."
Luego de leer (es un decir) este breve mensaje, el joven químico que a sus cuarenta y cinco años de edad cuenta con siete citas que hablan de su gran impacto en la comunidad científica internacional, que es además recién estrenado director de un novedoso doctorado que se aprobó la universidad a sí misma y que de momento cuenta con seis clientes cautivos que en cachonda promiscuidad endogámica salieron de su propio profesorado, dijo:
"[N]o me gusta tu tono de tu correo."
Perfectamente legítimo detectar tonos en un texto escrito. Y la cacofonía.
"En primer lugar, no me interesa participar en tu reunión, ni tomar decisiones en tu carrera."
Desconocía que la reunión (a la que no convoqué yo) o la carrera fuesen de mi propiedad. Desconozco asimismo por qué me interesaría saber que él no tiene interés en participar.
"En segundo lugar, tengo suficiente trabajo en el centro de investigación que dirijo y la coordinación de doctorado".
No tanto que no le permita contestar correos imaginarios de vez en cuando, según parece.
"Y no tengo tiempo para estar discutiendo con alguien que no piensa antes de escribir o hablar."

Sorprendente deducción: no tiene tiempo para estar discutiendo lo que ya está discutiendo.
"Y si se ha intervenido en las materias de química y tecnología de materiales para la carrera de mecatrónica, por que los estamos apoyando del departamento de Ciencias Naturales y Exacta."
Sic. ¿O debo decir sick?
"Por lo tanto si crees que tú puedas dar estas materia y si tú crees que la carrera se concreta de fierros y cuestiones electrónicas es tu forma de pensar.
Podemos renunciar las materias que damos y asunto solucionado."

Sí, efectivamente, eso era lo que quería decir... Qué suerte que haya gente pensante que no se deja engañar con textos simplones y que sea capaz de deducir la verdadera intención detrás de las palabras llanas, que pueda leer entre líneas y, todavía más, detectar sutiles agravios o subliminales propósitos. Qué suerte que haya gente que utiliza la cabeza para pensar antes de hablar y escribir, que derrocha cualidades científicas y que, puesta delante de un montón de rábanos, sea siempre capaz de tomarlos por las hojas, cual debe ser...

¡Larga vida al doctorado bajo la dirección de este héroe, chingado!