martes, noviembre 27, 2007

Aniversario

Oigo la misma música, pero estoy solo. Solo, sobrio. Al principio me envolvía la vergüenza y era incapaz de verlo completo, pero finalmente hoy, justo un año después, conseguí sentirme indiferente frente a mi imagen rodeada de esos tres efímeros amigos diez años menores que yo, todos borrachos y apenas coherentes, en el juego estúpido de intercambiar sinsentidos y comprensiones súbitas. No es que me avergonzara la borrachera o los comentarios afectados de una amistad que sólo vivió en mi imaginación por unos meses, sino que me apenaba la evidente fragilidad que emanaba mi persona, aun en medio de ese afán tantas veces tolerado de convertirme en el centro de tertulias, reuniones y aun meras conversaciones de pasillo, con mis colegas y estudiantes, con mis amigos y conocidos, no así con mi familia a la que evidentemente no podía tender esa cortina de humo de mi ingenio a fin de ocultar mi angustia enfermiza por ser aceptado y querido, quizá abrazado, toda vez que mis consanguíneos eran sin lugar a dudas el origen de tanto malentendido.
Aquella noche hubo abrazos, desde luego, y mucho llanto y perdón, y también traición al mismo tiempo porque naturalmente todo mundo olvidó que la cámara estaba registrando cuanto caía bajo su objetivo, suficiente para que aparecieran el Chino y el Gordo cruzando miradas y risas apenas disimuladas como muecas ante el desahogo sentimental de Costeño. Y sin embargo fueron aquellos dos los más leales, especialmente el primero que no cedió ni siquiera con varios vasos del más áspero vodka ni al patético lloriqueo confesional o afectivo ni al manoseo que por más de cuarenta minutos tuvo a Costeño y al Gordo sobándome brazos y espalda, mientras yo hacía un concentrado esfuerzo por mantener el ritmo e intensidad de mis gemidos al tiempo que liaba dos o tres frases contundentes sobre la amistad, el amor y la vida.
Porque efectivamente lo mío fue la reejecución de una vieja rutina cuyos interlocutores eran siempre los mismos con diferentes nombres, una triste manera de ganar el favor de los otros a través de la inmolación alcohólica cuya sinceridad se supone fuera de toda duda, motivaciones no muy distintas de las que inspiraron a Costeño a acaparar los primeros minutos de catársis emocional, aunque lo suyo era inconsciente –y no por ello menos falso- y terminó avasallado por la perfección de mis exhibiciones, éstas sí imperdonablemente asumidas e intencionadas con todo y mi gran capacidad para imbuir mi espíritu con tinglados mentales diversos. Y creerlos. O seguirlos hasta sus ultimas consecuencias. Y convencer, en lo cual no hubo apenas distingos: convencidos el Chino y el Gordo, aunque el primero decidiera no seguir la corriente de las lágrimas y sólo ofrecer sus hombros para cargarme al salir, convencido también Costeño aunque no quedara claro si lo estaba por mí o por él mismo, tan difíciles de distinguir son los motivos de los seres escindidos como él. Como nosotros.
¿Pero de qué se trata todo esto? ¿por qué buscar el cobijo ajeno de manera tan abyecta y desencaminada? El vídeo, aun dentro de su cabal ordinariedad, ofrece respuestas en ese cansino alternar de monosílabos y gimoteos: perdón, se escucha una y otra vez, perdónenme. Nunca explico por qué y mis tres compañeros no parecen inquietarse demasiado por ello, conformándose con preguntar de qué deben perdonarme sin esperar respuesta alguna. Automatismos. Cortesía, supongo. No me parece que el resorte de mi solicitud expiatoria haya sido el hacerme pasar por uno de ellos, sin serlo. No es la mentira lo que escuece, si algún escozor hay en lo que ya se ha señalado como falso performance verdadero, si bien dicho remordimiento forma parte del acto; es más bien un reconocimiento del abuso que significa considerarse superior a los demás por la posesión de un secreto y el creer –o saber, tanto da- que los otros, esos tres que se bambolean frente al lente y apagan la cámara, esos que pueden ser cualquier otro, cualquier nombre marchando hacia su extinción, son de alguna forma ignorantes e imbéciles, imperfectos en una palabra, y no vale la pena por tanto perder el tiempo intentando una verdad que les supera…
Un año ya. Estoy borrando el vídeo. Feliz aniversario.

lunes, noviembre 19, 2007

Sexenio trece

Era de esperarse que al cruzar la frontera, aun en medio de mi desesperación y con el ruido de explosiones detrás, recordara al Dr. Luna. ¿Cómo ignorar que fue él el primero en advertirnos del peligro aunque le costara no sólo la cátedra sino su propia sanidad mental? En aquellos días estaba yo en la ciudad contratado como profesor adjunto del Colegio Mexicano de Historia, contento de haber conseguido por fin aquella plaza que consideraba el culmen de mi carrera académica. El sexenio en que creíamos entrar al primer mundo estaba a poco menos de un año de tocar fin y el Dr. Luna ofreció aquella conferencia siendo director del Colegio. El futuro a partir del pasado había empezado bien y llevaba ya quince minutos pasando una transparencia tras otra frente a un auditorio a reventar, cuando el Dr. Luna hizo una pausa, encendió su segundo cigarrillo y dijo con toda seriedad:
–El primer condicionante de los males crónicos que aquejan al país está en la base elegida para el periodo presidencial: seis años es un mal número.
Hubo ligeras risas en el auditorio, gente esa de la academia que cree que debe reír de todo lo que parezca ironía, broma o comentario audaz a fin de subrayar su presunta inteligencia, que no se crea que se les escapa ninguna sutileza. Entonces el Dr. Luna colocó una diapositiva en que figuraban dentro de un círculo dividido en doce, signos parecidos a los del Zodíaco acompañados de los nombres de los distintos presidentes a partir de Lázaro Cárdenas. En los últimos dos sectores había sendos signos de interrogación. Y continuó:
–Seis es un mal número y la historia de México está desgraciadamente marcada por él desde 1934. Sé lo que están pensando: que el de Lázaro Cárdenas no fue el primer sexenio en la historia de México, que ya Porfirio Díaz había estrenado esa modalidad desde su penúltimo periodo presidencial y que bien hubiera cumplido un segundo mandato de esa naturaleza de no haberse cruzado el movimiento armado de 1910 o su propia muerte en 1915. De acuerdo, pero esa secuencia de sexenios quedó interrumpida y por lo tanto no cuenta en mi análisis. El problema es la secuencia del número seis que viene sucediéndose desde hace casi sesenta años, ¡sesenta! ¡otro seis!
Al silencio había seguido un ligero murmullo. No es que lo que dijera el Dr. Luna fuera todavía absolutamente descabellado, muchos creímos que todo el misterio se esclarecería en seguida y que aquel despliegue de metafísica era sólo un recurso retórico, pero ya había algunos que comenzaban a inquietarse. Aquel excurso, pero sobre todo aquella exclamación, eran notablemente extraños tratándose de un hombre que había estudiado la licenciatura en matemáticas al tiempo que la de historia, que había publicado casi treinta libros sobre asuntos diversos del México independiente, que había impartido conferencias y seminarios en distintos países en nada menos que cinco lenguas, incluido el yiddish. Luna empezaba a temblar cuando a la transparencia previa superpuso otra que encerraba con números al primer círculo. Y dijo:
–El uno representa la unidad, evidentemente, esa especie de apoteosis de la revolución que representó el primer sexenio bajo Lázaro Cárdenas. Todo bien hasta aquí y sin embargo el dos introduce ya una dualidad que sólo puede significar el mal, bien porque ya existía, bien porque recién se introduce. Manuel Ávila Camacho era un hombre pío, razón por la que el mal ya estaba presenta en esa primera unidad, ¿dónde? ¡en el hecho de que ya era seis! Pero ello lo explicaré en un momento más con el auxilio del texto de la Dra. Blavatsky.
Hablaba desaforadamente, con prisa, sus manos temblando mientras abría mucho los ojos. Yo me hallaba en la segunda fila y pude ver el sudor perlando su frente. Apenas consumió su segundo cigarrillo cuando encendió el otro. Se llevaba la mano derecha a la cabeza como si intentara rascarse mientras apoyaba la izquierda en la cadera, abriéndose el saco. Luego alzaba las dos manos como un predicador. Daba miedo.
–El tres representa una nueva forma de unidad como comprendieron los trinitarios y los antiguos, fue la refundación del PRI bajo Miguel Alemán, la refinación del sistema, en tanto que el cuatro vuelve a remitir a la ambigüedad, los elementos clásicos siempre en pugna por arrebatar el espíritu: agua de Ruiz Cortines, aire de Miguel Alemán, tierra del creyente Ávila Camacho y fuego del rojillo fundador de la maquinaria diabólica: Lázaro Cárdenas. El cinco es sinónimo de Satanás y no es casualidad que bajo la presidencia de Adolfo López Mateos ya esté en cargo quien rematará la crisis del sistema, el sexto, Gustavo Díaz Ordaz, cuyo peor año fue el de 1968. Claro: un sexenio, seis; el sexto, seis; y 1968 cuyas cifras suman 24 cuyas cifras suman seis. Tres seis. El Apocalipsis.
Ya no había risas. Algunos habían salido del auditorio y discutían si había que llamar a su esposa o bien dejarlo terminar. Yo no quería interrumpirlo. Su delirio empezaba a parecerme divertido.
–El siete es un buen número, desde luego, pero no en combinación del irremediable seis del sexenio. Echeverría hace creer que cambia de ropaje y resulta ser el mismo, no se diga del ocho, dos elevado al cubo, que resulta en esa catástrofe que fue López Portillo. Nuestro expresidente Miguel de la Madrid logra un mínimo avance por tratarse del noveno, un número bueno si no se enmarca en esa cifra maligna del seis sexenal.
–¿Y ahora, profesor? ¿qué hay del actual y de los que siguen? ¿qué dice su teoría numerológica?- interrumpió un joven estudiante que sonreía creyendo que el profesor bromeaba.
–A eso voy, jovencito, a eso voy. Sesenta años de sexenios terminarán el próximo año. Seis y seis, fatal. Inestabilidad segura. Y no se diga del año siguiente en que comienza el onceavo mandato sexenal porque la suma de las cifras de la suma de las cifras en 1995 es seis. Otra vez mal. Abran los ojos porque lo peor no está en el siguiente ni en el doceavo que cierra el círculo zodiacal, sino en el apocalíptico sexenio trece, cuyo principio del fin es 2006 -seis- y que incluye el paso por el imán histórico del 2010: bicentenario y centenario de la Independencia y la Revolución mexicana respectivamente. No llegaremos tan lejos, me temo, cuando todo incendiará el país, no habrá manera de salvarse cuando el fuego descienda sobre nosotros, cuando...

Ahora estoy en Guatemala y no he podido traerme ninguna de mis cosas. Recuerdo al Dr. Luna mientras se rompe el pacto federal, mientras los muertos se acumulan en la capital del país y en los Estados Unidos se discute urgentemente enviar una fuerza de intervención a México; lo recuerdo gritando a viva voz en aquel auditorio mientras todos intentábamos tranquilizarle. Y tengo miedo no tanto de lo que ocurre cuanto de empezar a ver cosas o escuchar voces donde los demás no encuentran nada...