lunes, junio 02, 2008

Consistencia

–¿Qué le parece, no sé, las sectas en el Medio Oeste americano?
–¡Bah! Es de una aburrición extrema, por favor- dijo apartando la mirada de mí por unos segundos y dirigiéndola al ventanal que tenía a su izquierda. Luego volvió: –Estamos hablando de su tesis doctoral, no de un reportaje para CNN. El consejo ya está harto de sensacionalismo disfrazado de antropología.
–Pensé que sería interesante abundar en los mecanismos de alienación que investigué junto con usted…- agregué tímidamente. Él volvió a abstraerse en el ventanal por un lapso más amplio. Luego volvió la cabeza súbitamente y me miró con gran intensidad.
–¿De verdad le interesa el tema?- preguntó sin darme tiempo a contestar –Quizá tenga entonces algo para usted… déjeme ver…
Se levantó de su silla y retiró una carpeta negra de uno de los estantes. Abriéndola tomó asiento de nuevo mientras sacaba su fino bolígrafo Parker del que nunca se separaba. Subrayó un par de datos y me extendió la carpeta abierta por la mitad: apenas cuatro folios de descripciones hechas con máquina de escribir, una dirección y un nombre. Fue así que llegué a Chico, Wyoming, para adentrarme en la Real Science Society de John Pardon.

El maestro Pardon, como todo mundo lo llamaba, había logrado atraer a más de setecientas personas a los cursos impartidos por su sociedad. Gente de diversos puntos de la región se hospedaban en las instalaciones de una antigua granja en la orilla norte del pueblo, justo al comienzo de las Black Hills, no para recibir la bendición del maestro, no para esperar a Dios, no para proclamar el fin de los tiempos o rechazar a la sociedad. No. La gente ahí reunida lo hacía en la promesa de volverse inteligente para así arreglar sus problemas y vivir a plenitud.
En efecto, Pardon definía la inteligencia como la capacidad de argumentar en cualquier sentido, rechazando la verdad y la contradicción como conceptos vacíos desde un punto de vista lógico, o circunstanciales y relativos desde un punto de vista práctico. La historia de su sociedad comenzó en la Universidad de Sheridan, donde Pardon era nada menos que catedrático de Lógica en el Departamento de Matemáticas Puras. Luego de diez años como profesor investigador fundó un pequeño grupo en compañía de doce de sus antiguos estudiantes de tesis. El grupo sin nombre impartió cursos de lógica moderna a decenas de estudiantes y publicó una gran cantidad de trabajos en seminarios especializados, pero las actas de sus reuniones privadas no fueron conocidas sino hasta que uno de los miembros las envió a todas las computadoras del departamento. Esas actas causaron el cese inmediato de Pardon y de los ex estudiantes que ya tenían cargos en la universidad: en ellas se desmenuzaba por medio de la lógica el discurso lingüístico de varios colegas, incluido el rector y algunos altos cargos.
Como supe por el brevísimo expediente con que viajé a Wyoming, Pardon y su grupo habían desarrollado una poderosa técnica no sólo para analizar el lenguaje desde el punto de vista lógico, sino para construir un discurso de semántica definida y verdad irrefutable, en cualquier sentido deseado. Ello resultaba extraordinario por cuanto apuntaba a un problema lógico grave en el seno de cualquier lengua: era posible construir cualquier afirmación impecablemente verdadera... pero también su contraria. Pardon aseguraba que no había ningún motivo de escándalo en su técnica, puesto que “la retórica fue el primer intento del hombre por construir verdades arbitrarias, pero le faltaban matemáticas; Gödel nos proporcionó algunas pistas en esa dirección y nosotros concluimos el trabajo”.
En la granja de Chico no fue fácil entrar en contacto con Pardon, toda vez que él se ocupaba de los grupos avanzados y yo debía pasar forzosamente por algunos cursos de inducción a fin de tenerlo como maestro. Pero uno de sus acólitos le comunicó que hacía una tesis sobre el grupo y ello pareció entusiasmar al matemático. Me permitió la entrada a una de sus clases, un “grupo avanzado no especialista” (en matemáticas, se entiende). Abordaba entonces un asunto que encontré fascinante, si bien no tenía la menor idea de cómo podía traducirse ello en números y variables. Después de todo yo era antropólogo:
–¿Qué nos dice Gödel? ¿qué importancia tiene saber que hay afirmaciones sintácticamente correctas en el marco de la aritmética cuya verdad o falsedad no puede ser establecida? ¿qué tiene qué ver esto con el mundo en que vivimos?
Encendió el proyector y mostró algunas citas de Bush y su equipo cercano en relación con la ocupación norteamericana en Irak.
–Luego de meses de no dar con las armas de destrucción masiva que presuntamente tenía el gobierno iraquí, ¿qué les parece esta afirmación de Rumsfeld? ¿no es extraordinaria?
Y señaló con un gesto la famosa frase “El hecho de que no hayamos encontrado las armas de destrucción masiva no prueba que no las hubiera”. Todos reímos recordando aquel patético ex ministro de Defensa que terminó sus días en un sanatorio mental. Pardon continuó impasible:
–Veo que todavía no son personas inteligentes: Rumsfeld no miente en ningún sentido, ni lógica ni semánticamente- Se produjeron murmullos en la sala al tiempo en que Pardon hacía una pausa mirando hacia fuera. Luego se volteó hacia mí y continuó –El ex secretario de Defensa sólo utiliza un argumento que es tradicional en esa, digamos, área del conocimiento que son las ciencias sociales, y se funda en la ambigüedad gödeliana, ¿no es así?
–No veo cómo puede argumentarse con ambigüedades- dije luego de proporcionarle mi nombre. Y continué –Supongo que la lógica es respetada en las ciencias sociales tanto como en cualquier otra disciplina, ¿no?
–Si lo es tanto como en las matemáticas entonces estamos de acuerdo: Rumsfeld decía la verdad- y aquí se le dibujó una mueca irónica. –Pero también la decían los miles de manifestantes que en todas partes de Europa protestaban contra la guerra diciendo lo contrario, aunque no les constaba y, me temo, muchos de ellos querían decir “Protejan nuestro modo de vida” al mismo tiempo que “No a la guerra”… ¿es esto una contradicción?
Nuevas risas atravesaron el salón y por algún extraño motivo enrojecí de vergüenza, como si la risa la provocara yo. Pardon habló más alta y concentradamente, como tomando aire:
–El descubrimiento de Gödel demuestra que la consistencia es una verdad salpicada de huecos; en tanto que la contradicción es la completitud. A nivel físico esto está plenamente demostrado en el principio de incertidumbre: puesto que el mundo positivo no puede ser inconsistente, entonces es incompleto: da saltos, es cuántico, se ve afectado por el observador, incluso. Las ciencias exactas, sobra decirlo, fundan su evolución en la consistencia –desviando discretamente la mirada cuando se señala que se parte de axiomas- en tanto que las ciencias sociales –y de hecho cualquier otro conocimiento teórico- se fundan en el lenguaje. Y es gracias a ello que pueden aspirar a la completitud, o sea, a la contradicción selectiva…

He pasado dieciocho meses en la sociedad del maestro Pardon. Ya no sé si terminaré la tesis, quiero decir, he enviado dos tesis opuestas a mi director a fin de que escogiera la mejor y ello no le ha parecido bien, ni siquiera gracioso. Me ha contestado en una larga carta advirtiéndome que estaba “poniendo en grave riesgo” mi futuro profesional y explicando los motivos por los que debía abandonar la sociedad inmediatamente: “es el equivalente moderno de los sofistas”, concluía. Fui a hablar con Pardon sobre la misiva para pedirle consejo. “Creo que dice la verdad”, me dijo. Y ambos nos reímos de muy buena gana.