domingo, junio 11, 2023

Mea culpa

Dear Lord Martin:

Este domingo, como muchos otros de esta edad incierta que habitamos donde no podemos llamarnos más jóvenes (a menos que se haya crecido en la Europa Occidental donde, según tengo entendido, la adolescencia termina ahora pasados los cuarenta, gracias a la mal tolerada inmigración que se ocupa de las tareas más innegablemente adultas y a los distintos Estados de bienestar que administra el Cuarto Reich con gran sentido de la responsabilidad histórica), ni podemos llamarnos aún ancianos por mucho que nuestro espíritu crítico así lo exija, me he despertado luchando contra el frecuente agobio que me atormenta un día sí y otro también, pero mucho más en los cruentos fines de semana cada vez más largos en este remoto "oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento" que es Santa Teresa, en pleno transcurso de la inequívoca época de las tinieblas por la que atraviesa el mundo, y que consiste —el agobio— en el continuo, insidioso y multiforme conjunto de reproches que me hace mi cabeza por la pérdida o alejamiento, irresoluble malentendido o abierta condena de todas mis antiguas parejas y todos mis familiares, todos los amigos que parecían serlo sin caducidad pero no lo fueron, la totalidad de colegas y subordinados, meros conocidos y hasta anónimos dependientes de algún establecimiento a los que bastaron escasos segundos para apartárseme como de la peste.
Tal unanimidad de juicio (cuando el juzgador no es tan estúpido o hipócrita como para hacer pasar por mera opinión lo que en realidad es la convicción de su superioridad moral), tal concordancia en la disposición hacia mí como resultado de los muchos años de desplazamientos geográficos, reacomodos laborales, agresivas expansiones profesionales de las que se beneficiaron casi todos, etcétera, no producen normalmente ningún efecto en quien desde niño disfrutó más que cualquier otra cosa estar solo, quizá a imagen y semejanza de mi madre quien fue a su vez condenada al ostracismo por quienes más sacaron provecho de sus ingentes esfuerzos, quizá a imitación de la mayor de sus hermanas que aguantó hasta la demencia la negativa del mundo a plegarse a su sentido del bien y el mal. Estar solo, sin embargo, no es lo mismo que no tener compañía, del mismo modo en que ser solitario no es lo mismo que vivir en soledad. Con el príncipe de Saurau he de decir que "estoy construido totalmente en contra de la realidad" e igual que él he de ofrecer como prueba que "cuando estoy solo tengo ganas de estar acompañado, cuando estoy acompañado tengo ganas de estar solo", pero además, y esto es definitivo, que "durante decenios me he esforzado por hacerme comprender, Durante toda mi vida lo que me ha devorado ha sido sólo el esfuerzo por hacerme comprender. El tiempo que vivimos no basta evidentemente para hacerse comprender".
De modo que he fracasado, Lord Martin, porque ni me he hecho comprender ni, como resultado de mis variadas interacciones, he podido comprender a nadie. O, lo que es peor, he comprendido muy bien y es esa comprensión la que ha hecho a los demás poner pies en polvorosa, uno a uno, hasta que la geografía o el agotamiento de mi persona como fuente de ganancias —profesionales, culturales, económicas, aspiracionales— los hizo prescindir de mi persona. También sucede quizá que ellos comprendieron muy bien desde el principio mis debilidades y se avinieron a mis proyectos mientras convino a sus intereses, seguros de que a pesar de mis métodos universalmente calificados de violentos e intrusivos, de irrespetuosos y mordaces, tenía la virtud de ser confiable y predecible por atenerme a un anticuado código de conducta que haría palidecer de vergüenza a las más abstrusas normas de la Bella Universidad Fascista donde, por llamarlo de algún modo, estudiamos.
¿Por qué entonces siento, en "domingos desterrados del infinito" como este, que les he quedado a deber? ¿Por qué me culpo una y otra vez de su alejamiento o pérdida, del irresoluble malentendido o la abierta condena de todos ellos? ¿Por qué vuelvo una y otra vez a los momentos de desavenencia o desencuentro, a las circunstancias casi siempre horribles que revelaron su verdadero rostro (cuando las intenciones verdaderas se mantuvieron ocultas por largo tiempo hasta que un mal día afloraron) o que, de forma menos dramática, desenmascararon sus nuevos puntos de vista porque al fin y al cabo las personas no son siempre las mismas? ¿Por qué ensayar una y otra vez las palabras dichas en fechas cada vez más remotas en la esperanza de conseguir otro efecto en el inexistente tiempo alterno —la "negra espalda del tiempo"— del "hubiera"? Es inútil. Cualquier moderno me aconsejaría concentrarme en el presente y en quienquiera que aún se encuentre cerca; otros me aconsejarían concentrarme en mí y volverme un utilitario como ellos, de manera que no me sienta particularmente concernido por las más recientes moscas que revolotean a mi alrededor, tal vez demasiado jóvenes y ávidas, tal vez sólo accidental presencia que, a su vez, pasará.
No crea Usted que todos mis días son pesados domingos como este con su examen de conciencia a cada rato. Disfruto, aunque no pueda deshacer los daños que he causado. Disfruto, aunque no pueda ya aclarar nada con las víctimas de mis excesos. En el fondo no reconozco, sin embargo, más que una sola víctima de cuyo seguro sufrimiento me arrepiento una y otra vez desde hace años: el causado al amor firme que en mala hora perdí por un amor apasionado. Fuera de ahí, por mucho que eche de menos a unos y otros, por mucho que a veces haya amaneceres como el de hoy, desaseados y sucios, desesperados y amenazantes, sin finos oídos ni lenguas de largo aliento alrededor, no me conmueven los demás con sus agravios inventados y su victimismo ridículo: allá ellos. Que se vayan al diablo. No me apena, antes bien me alegra, haberles puesto en su lugar en distintas ocasiones sin escatimar la cachetada o el insulto, la patada o el grito airado, el exabrupto y los manazos, "la falta de escrúpulos para guiar a cualquiera que me convenga a través de su propio cerebro, hasta que sienta náuseas" (príncipe Saurau), porque soy una buena persona que ha hecho eso por su bien, porque yo llevaba razón frente a todos, excepto con el amor firme cuya infinita bondad jamás podré siquiera compensar.
He sabido que desde la provincia del Quebec hasta la costa atlántica norteamericana todo se ha cubierto con el humo de mil bosques ardiendo, lo que ha dado al aire un sabor a ceniza y al horizonte un color naranja apocalíptico. Lamento que Usted tenga que vivir en esas circunstancias, Lord Martin, como si no bastaran las vicisitudes personales que me comenta. No es ningún consuelo, desde luego, que desde este desierto de Sonora le diga que no se preocupe, que todo va a estar bien, que una vez que ardan todas las vegetaciones del mundo todo será como en esta miserable periferia de la civilización occidental: una inmensa planicie de arena, rocas y espinas por donde ando inútilmente, desesperado por encontrar una sola sombra a la que acogerme para no ser aniquilado por la luz y el calor que, desde un cielo permanentemente azul, despide un sol mortal al que ya no queda más combustible que el de nuestras propias vidas.
Reciba un fuerte abrazo del Doktor Sonoris Causa en el Año XXX de Nuestra Llegada a Latveria la Vieja para los así llamados estudios universitarios (sic).