lunes, mayo 14, 2007

Ateo

El caso había llamado mi atención aunque resultara enteramente claro que se trataba de un suicidio, si bien no era la muerte de una persona lo que me intrigaba, sino las circunstancias psicológicas del occiso, quien fue mi paciente (pero no lo hice notar en el reporte policial: después de todo yo sólo tenía que entrevistar a los que lo acompañaron horas antes de su muerte) y a quien había dejado de ver por mi consultorio desde hace casi tres meses.
–Hablábamos de Dios. No es que resulte un tema frecuente en la residencia, pero él solía gastar bromas al respecto a todo mundo. Creo que era ateo.
–¿Y hubo algo especial en aquella charla?- intervine, al tiempo en que el muchacho (el primero y más alto de los tres entrevistados), con el cigarro en la boca, se demoraba buscando un encendedor en sus bolsillos.
–No, nada, aunque Ada le hizo notar cosas que, me parece, le irritaron, pero tampoco era difícil hacerlo enojar, ¿eh? Era muy, ¿cómo se dice? ¿asocial?
Solía decirse huraño, pensé, pero ahora cada palabra tenía la obligación de sonar profesional, como salida de un sesudo tratado teórico. Asocial, pues.
–¿Qué le dijo?
–¿Ada? Bueno, ella es la única del grupo que no estudia filosofía, sino letras, letras clásicas, me parece, aunque sabe muchísimo de todo, ¿eh? Es muy inteligente. Aquella noche él había bromeado sobre el ateísmo de Ada, diciendo que era un mero pretexto para fumar porros y abrir las piernas sin remordimientos. Reía con cinismo cuando Ada lo interrumpió.

–Fumo porros y abro las piernas porque me causa placer. No ignoro sus peligros y, desde luego, no me ayudaría una religión a evitarlos, como lo prueban los muchísimos creyentes de diversas religiones alrededor del mundo que follan y se drogan religiosamente. Yo soy atea porque he tenido la fortuna de crecer así, en la casa de mi padre que nunca me habló de Dios y con una madre que cambió su vida por la mía al momento de nacer. Los ateos a los que te refieres no existen, porque los que hay por ahí son siempre como tú: seres esencialmente religiosos que abrazan el ateísmo por asco, por horror ante la impureza de las religiones…
–¿Qué? ¿seres religiosos? Qué buen chiste, Adita, no me vas a decir ahora que la prueba de tu ateísmo es justamente esa vida disipada que te dispensas, ¿verdad? Confirmas lo que digo entonces, pues yo no soy tan ateo para ti sólo porque no me pincho las venas ni asalto las camas por doquier, ¿es así? ¿que para ser un buen ateo hay que ser lo suficientemente malo?, ¡venga ya!
–No hagas como si no entendieras. Tú fuiste católico practicante en una familia que de cristiana sólo tenía la apelación. Creías no como el común de los creyentes para quien la idea de Dios oprime y tranquiliza como el propio alter ego: la paz por interpósita persona, el sentido de la vida reducido a rituales; no señor, tú creías de verdad, como quien está enamorado y no puede evitar el sentimiento: le inunda, le rebasa, le duele. Pero tenías un defecto: tu carácter fascista o, si prefieres ponerte en plan psiquiátrico, tu carácter anal…
–Anda niña, desquítate conmigo de tu incapacidad para mantener una conversación en el terreno intelectual: ¿sentimiento de Dios? ¿plan psiquiátrico? ¡Menos mal que estudias letras!

–Sí, yo desvié la conversación aprovechando lo que decía, aunque entonces intervine porque esas cosas me gusta dejarlas claras, no porque quisiera desviarme, ¿sabe?- El segundo entrevistado llevaba barba y shorts hasta las rodillas. Ligeramente obeso, estudiaba filosofía en sus ratos libres, pues ya era programador o algo relacionado con computadoras. Me explicaba:
–Yo les recordé que Dios no existe por la simple y sencilla razón de que no hay pruebas. O, que si lo preferían, no hay certeza de que exista.
–¿Y él pareció sentirse afectado por la discusión, por lo que mencionabas?
–No, para nada. Más bien creo que le ayudó, pues dejó de mirar a Ada y se concentró en lo que yo decía, aunque no estoy muy seguro de que nos estuviera escuchando.
–¿A ti y a quién más?
–Ah, bueno, es que Manuel es creyente e inmediatamente se puso a discutir conmigo.

–¡Pero qué tonterías dices, Vasco! No hay peor ciego que el que no quiere ver: está el Universo entero como prueba de la existencia de Dios, justamente el orden revelado por esa ciencia que mencionas constituye una prueba palmaria de su existencia y, de paso, de su perfección. La belleza en todas sus formas: las flores, el cielo, las estrellas, el cuerpo humano, todo nos habla de Él. Todas las religiones son vehículos igualmente válidos para llegar a Él.
–¿Llegar a Él? ¿y para qué? No digas sinsentidos. La materia se organiza por sí sola, Manuel, en las leyes físicas que la gobiernan ya están contenidos los accidentes que conducen a la química y luego a los compuestos orgánicos y luego a la vida. Sólo los ingenuos o ignorantes como tú pueden sorprenderse de lo que quizá es más ordinario y trivial de lo que pensamos: la vida, el Universo, todos son fenómenos vulgares. ¿Y qué van a decir tú y todos los creyentes cuando comprueben que el Universo está poblado de seres que no tienen ni puta idea de Dios? ¿eh?
–Nadie cree sinceramente que estemos vivos sólo para crecer, reproducirnos y morir. Hay un sentido y Dios es precisamente la explicación de todo. Si hay más seres en el Universo, bienvenidos, seguro que si son inteligentes ya sabrán de la existencia de Dios…
–Sí, claro, y de Jesucristo en la cruz y de Mahoma predicando y de Abraham arrojándole piedras al Diablo, ¿pero cómo puedes estudiar filosofía con esa cabeza, Manuel? ¿Qué nunca has oído hablar del big-bang, de la teoría de la relatividad, de los agujeros negros, de la evolución de las especies, de la bioquímica? ¿tú crees que Dios cabe en un mundo como este? ¡Qué ignorancia, de verdad!

–Él pareció venir de lejos y, aunque no les puso atención, hizo de lado su discusión con gran rapidez, ¿ve? Sabía que tenía algo pendiente conmigo.
–¿Por qué siguió adelante si sabía que le hacía daño?
–No soy su mamá para cuidarle y era un adulto que, encima, no había mostrado ninguna consideración para conmigo. Y daño, perdóneme, pero no creo que le hiciera ninguno. En todo caso, ya estaba ahí y sólo lo habré detonado.
La muchacha me miraba fríamente, el pelo recogido en una cola sencilla, sin maquillaje, no era fea a pesar del poco interés que mostraba en lucir atractiva. ¿Pero por qué habría de presentarse así a la entrevista del psiquiatra criminal de la policía?
–Ada, usted no parece lamentar lo sucedido.
–Señor, la muerte es un asunto trivial y él no era mi amigo. ¿Tiene más preguntas?
–Sí, repítame lo que le dijo.

–Ya cállense los dos, a cual más de ignorantes, como si nos importara el puto big-bang o la belleza del mundo para creer o negar a Dios. ¿Así te parezco más ateo, Adita?
–No, nunca me lo has parecido. Como te decía, eres un fascista incapaz de encarar al mundo sin asideros absolutos. El ateísmo es tu religión actual, una manera de formalizar tu rechazo a un mundo decepcionante, y, fíjate que paradójico, libre.
–¿Libre? ¡Por favor!
–Sí señor, libre como tú no lo serás jamás, ¿entiendes? Un mundo libre para creer, libre para descreer y libre, después de todo, para no darle importancia ni a lo uno ni a lo otro. Tu ateísmo tiene un sentido tan fuerte de lo sagrado que te horroriza el carácter profano de los creyentes, es decir, no das crédito al desparpajo con que el alcohólico golpea a su mujer, maltrata a sus hijos y luego pide perdón en un confesionario; te revuelve el estómago no sólo la moral rota, sino también el sacrilegio, la violación de los rituales más absurdos. Eres, después de todo, la última reserva religiosa de un mundo que ya aprendió a convivir con la idea de Dios sin tomarla en cuenta...
–Es una estupidez lo que dices, Ada, de verdad… no tienes idea. Yo no creo en Dios y me tiene sin cuidado que los demás crean en Él. Y a diferencia tuya, gracias a que he creído comprendo los mecanismos hipócritas de los creyentes…
–¿Ves? Son hipócritas no porque creyeran en Dios desafiando la razón –la de Manuel o la de Vasco, ¿cuál es la diferencia?- sino porque nunca sintieron a Dios, que es, finalmente, la verdadera creencia. Al descubrirte sintiendo a Dios en un mundo que pasaba de Él como de la mierda, decepcionado, no has encontrado mejor forma de desembarazarte del dolor que haciendo de nuevo profeta: os condeno a todos a la religión, yo abrazo la fe verdadera de negar a Dios… Pobre diablo.

Sé que intentó llamar a mi consultorio aquella noche porque dejó un recado. Lo he borrado luego de terminar el informe policial y fumar un cigarrillo. Era breve y se oía el viento en el fondo: Doctor, qué pena no hallarlo en este momento especial, fíjese que he cambiado de nuevo…