miércoles, mayo 31, 2006

Los orgullos fatuos

Quizá pocos ignoren que vivimos tiempos de un optimismo infundado donde abunda la convicción de que las personas deben ser "positivas" y "felices", sonreír a diestra y siniestra o mostrar "sensibilidad" por consigna. Al ser positivo se le ha reducido a transigir con cualquier anomalía sin chistar apenas, mostrarse contentísimo sin necesidad ni motivo y creer que todo mejorará aunque no exista el menor indicio de que así será. Ya casi nadie considera en la vida más objetivo que el de ser feliz a costa de lo que sea, así sea por vía de la propia alienación y autoengaño, amén de que muchos no son capaces de decir siquiera qué entienden por felicidad de forma inteligible.

Los medios de comunicación -a veces reflejo de la sociedad, a veces su maestro- han tenido una responsabilidad inmensa en la infantilización de la gente, pues eso y no otra cosa está detrás de slogans tales como "Si no ayudas, no critiques", "Una sonrisa no cuesta nada", "Vive el orgullo de ser mexicano", "México, país de gente amable", "México, país de gente solidaria", "¿Tienes el valor o te vale?", etc., etc. De entre tanta palabrería bombardeada permanentemente en todos los medios llama la atención aquella que apela a orgullos gratuitos, como el de ser mexicano.

Hay que ser muy necio -es decir, ignorante con voluntad de ignorar- para insistir en el orgullo sobre aspectos de nuestra vida que no elegimos ni reflejan cualidad alguna, entre ellos la nacionalidad. ¿Cómo puede nadie sentirse orgulloso de ser mexicano? Parecen creer que la mexicaneidad se adquiere y desarrolla y sólo los mejores llegan a ser muy mexicanos, como si se tratase de algo que se cultiva como ser ducho en ajedrez o una enciclopedia ambulante en historia. Sentirse orgulloso de ser mexicano es -aparte de una vaguedad- tan absurdo como serlo de tener lunares, de ser zurdo o derecho, de ser moreno, güero o negro, heterosexual u afecto a los dulces con anís.

Comprendo el orgullo y satisfacción de un médico al salvar una vida, de un ingeniero al contemplar el puente por él diseñado, de un artista al ver el cuadro terminado y comprobar la variedad de interpretaciones y gustos que los espectadores experimentan al verlo, pero me resulta del todo imposible compartir el orgullo por sandeces tales como la nacionalidad, la pertenencia a un barrio o ciudad, la preferencia sexual o el género, cosas todas que ni elegimos ni desarrollamos ni son ejemplo de virtud, cualidad o talento de ninguna especie.

Detrás de la insistencia en orgullos tan bobos está la apelación a los instintos más primitivos y peligrosos del hombre: su provincialismo (que ve en la localidad, región o país donde nació un pretexto para la discriminación y la bravuconería tan popular en el machismo imbécil de nuestras sociedades), su espíritu de cofradía (que ve en el género, preferencia, raza o religión la manera de dividir y no de allanar) y su salvajismo (tan notable cuando se exacerban las pasiones en partidos de fútbol, por ejemplo).

Una cierta dosis de escepticismo no estaría nada mal al momento de someternos a tanta necedad publicitaria, es decir, no tomar tan inocentemente tonterías que parecen tan ingenuas como la de sentir y exaltar el orgullo de ser lo que no se tuvo opción de elegir. A menos, claro, que se quiera ser "positivo".

miércoles, mayo 24, 2006

El que no vota

Hay en los medios una serie de campañas que compiten en memez y capacidad de tergiversación sin que pueda saberse hasta qué punto pervierten la mentalidad de la población, cada vez más atenta a los slogans facilones que pueden ser repetidos irreflexivamente que a la discusión de ideas que permite mantenerse en alerta intelectual. No se trata de campañas políticas -donde, después de todo, estamos acostumbrados a no tomar demasiado en serio la verborragia de los políticos- ni de campañas publicitarias de productos o servicios -donde nadie creerá que tomando aquel refresco se volverá más guapo o tendrá muchas aventuras- sino más bien de campañas cívicas para la promoción del voto o la exaltación de la presunta mexicaneidad; es decir, campañas prácticamente inatacables por su intención aunque en el camino cometan toda clase de burradas.

Hay que ver, para empezar, cómo el Instituto Federal Electoral insiste en convocar a los ciudadanos a ejercer su derecho al voto por medio de mensajes que aparte de rayar en lo agresivo hacen silogismos falsos o peligrosos. "Si no votas, no te quejes" reza alguno de los spots en que se gastan las millonarias cantidades destinadas a la promoción del voto. No veo por qué debiera estar alguien en obligación de votar a fin de poder emitir sus opiniones. Votar es un derecho y opinar también. No dependen el uno del otro y si bien votar puede ser interpretado como la emisión de una opinión, su finalidad no es meramente informativa (saber las preferencias de la población) sino electiva: se escoge a los gobernantes. Dicho sea lo anterior sin utilizar el argumento doloroso de que en estos tiempos casi cualquier candidato o político desagrada de pies a cabeza, de manera que los partidarios del ejercicio de votar han recurrido a consignas cada vez más torpes para convocar a los electores: "Vota por la mejor propuesta" o mejor dicho, "vota por la menos mala". Parecen decir "esto es todo lo que hay, de modo que escoge: chícharos crudos o garbanzos duros", pero no te abstengas de comer porque entonces incurres en una falta imperdonable.

Se afirma que el abstencionismo corrompe la democracia, cuando abstenerse bien puede ser la expresión válida de la preferencia electoral de un ciudadano: no me agrada ningún candidato, luego entonces no he de legitimar con mi voto ni al "más conveniente" ni al "menos inconveniente". Quiero creer que los políticos tienen mucho interés en que la gente vote por razones de responsabilidad cívica y fortalecimiento de los hábitos democráticos, pero tomando en cuenta su vulgaridad, su oportunismo y su absoluta desfachatez, no me cabe duda de que se hacen eco de estas campañas sólo para legitimarse y sentirse con ello investidos de autoridad.

Habrá quien considere que se puede participar en las elecciones y aun así manifestar el repudio por todos los candidatos a través del recurso de anulación del voto. Esa es una opción, pero nadie la promueve en los medios. Se puede ir más lejos y decir que si a alguien le repugnan no sólo los candidatos sino el sistema empleado por el IFE para organizar y promover las elecciones puede abstenerse incluso de votar, pues si vota y anula sus papeletas estará de todos modos avalando al IFE y su funcionamiento, incluidas las carretadas de dinero que reparte entre los partidos.

La responsabilidad cívica de votar es pues, mucho más amplia que un simple escoger candidatos a través de una papeleta como quien va al mercado y escoge la fruta de su agrado. No se trata de la venta de simples productos, sino de la elección de gobernantes y también la expresión de minorías y disidencias. En este último sentido, un abstencionismo bien fundado es también expresión democrática y el más responsable de los ejercicios cívicos, muy por encima incluso de quienes votan irreflexivamente porque "tienen el valor" y no les vale.

jueves, mayo 18, 2006

Inauguración

Me sorprende hallarme nervioso, quizá un tanto desconcertado, ante la primera página en blanco de este blog, lo que sea que esto signifique (comentario y tecnicismo, valgan ambas). Y sin embargo, he de iniciar con una declaración de no-motivos:

1. Que no tengo claro por qué inicio este ejercicio.
2. Que no es esta la continuación de lo que alguna vez fue el hábito de escribir (basura, me parece, en lo que, ya se ve, apenas ha habido cambio).
3. Que no hay nada que esperar, acaso sólo un poco de juego.

No me parece que se pueda iniciar bajo auspicios más obscuros, pero no me entretendré más: quede con estas pocas líneas inaugurado un ejercicio del más refinado sinsentido. Eso sí: modernísimo.