jueves, diciembre 30, 2010

Los malos pasos

Ahora que se publicaron sus diarios no he obtenido sino abundantes corroboraciones de aquello que sospechaba: no me refiero, por supuesto, a las obviedades de su personalidad materia de lúbricas comidillas y juicios morales, sino a la continua tensión entre un mundo recto, solar, dominante, y su sombra torcida, nocturna, agazapada. La vida de Luis Gala antes de extraviarse en los desiertos de Sonora es una oscilación cada vez más amplia entre el orden cuyas paredes sofocan y el caos cuya vorágine devora. Leemos:

"Noviembre 9,
Utilizaría mis recursos para espiarle, pero no sería necesario: se presentó de pronto cuando ya lo daba por perdido. Me contó una historia fantástica que luego pude corroborar, hecha de policías, droga y sobreseídos. Mientras se vestía de nuevo tras las siempre inconclusas peripecias, reflexionaba sobre aquel remoto año en que un cholo calzado de vans, con pañoleta a la cabeza, aretes y anillos, pasó entre mi familia para ir a sentarse al fondo del autobús. Recuerdo mi respiración agitada, mi rubor. Recuerdo haber comparado mis zapatos lustrados, mi trajecito gris y mi peinado de raya al lado, con su falsa despreocupación indumentaria. Íbamos a la fiesta de nochevieja en casa de mis abuelos y mi madre había puesto especial cuidado en escoger mi ropa, previniéndome contra cualquier accidente que la estropeara. Recuerdo haber mirado al cholo de reojo durante todo el camino, verle bajar en el centro con una extraña excitación, haber continuado el trayecto soñando que el tipo se drogaba en algún rincón de la ciudad hasta que el camión se descompuso y nos vimos obligados a bajar para esperar el siguiente. Recuerdo a mi padre marcando el 22-43-25 para hablar con mis abuelos -sus suegros. Recuerdo a mi madre riendo calculadamente. A mi hermana no la recuerdo.
Sentí calor entre las piernas, me encontré de pronto vestido y le miré fumar con ese aire ausente, lascivo y onírico que me obsesionaba. Entendí que se combinaban -irreconciliables, fatales- el objeto del deseo y su imposibilidad. Como en la nochevieja del ochenta y nueve. Como ahora. Como siempre.

Noviembre 17,
Hace tiempo que no veo a mis amigos y empiezo a preguntarme si de verdad los tengo. Pienso en ellos porque de haber estado más cerca (¿de verdad?) no estaría dándole dinero a este tipo cada vez que me lo pide. No siempre ha sido así, dicho sea en abono a la verdad, pero lo que es mejor para mi bolsillo no lo es para mi tranquilidad. Me explico: si me hubiese pedido dinero desde la primera vez que subió al auto y se dijo dispuesto a todo, hubiera entendido que estaba tratando con un prostituto; si en cambio pide un día sí y otro no con variados pretextos, si al final resulta que no está dispuesto a todo (aunque acompañe cada sugerencia con un "como quieras"), si su discurso empieza a mostrar huecos aquí y allá (¿y cuándo he exigido coherencia de quienes me llevaba a la cama?), entonces he de sufrir el desconcierto que padezco ahora, la curiosidad que mató al gato, la obsesión todavía más importante que la que me poseyó cuando desapareció por un par de semanas haciéndome creer que nuestro encuentro le había resultado inmanejable y que nunca más volveríamos a vernos. Pero esta última posibilidad hubiese sido una solución consistente, es decir, algo fuera de su alcance. ¿Dónde están mis amigos?

Noviembre 25,
Una cosa son las obsesiones y otra las necesidades. Para satisfacer estas últimas me he acostado con media ciudad, más concretamente con los que más claras tienen las ideas y que son maricones asumidos o fortuitos. La mayoría dejó hace tiempo de lado las preocupaciones morales, no cree que irá al Infierno aunque siga escuchando los sermones del domingo, se procura un modo de vida razonable y trata de construir en esos márgenes concedidos por una sociedad de la que por supuesto no desea sustraerse (antes bufón que paria). Son transacciones limpias de sexo contra sexo, puntuales y adultas aunque no falte por ahí uno que otro precoz. Satisfactorias. A veces muy satisfactorias.
Pero las obsesiones son otra cosa, ya lo creo, y él me lo ha demostrado involuntariamente (o no): se alimentan de su imposibilidad, crecen con su posposición, no parecen susceptibles ni al tiempo ni a la distancia, son rebeldes a los hechos, insumisas a la lógica aunque no duden en echar mano de ella para repensar una y otra vez en sus objetos, son floraciones mentales cuyas raíces van hasta la fuente misma de nuestra historia-persona (¿1989?)
[...]
Él me obsesiona, naturalmente. Pero él es de una naturaleza distinta a la de aquellos que sirven a mis necesidades. Que tenga una esposa y una hija es incidental. Que fume mariguana todos los días es accesorio. Que sus hábitos de cama sean un tanto improvisados y de difícil conclusión hacen inexplicable la satisfacción que obtengo, si la hay. Él no es único, sino la expresión más cercana de muchos que le han precedido: bisexuales no asumidos con más o menos pánico a que se mezclen sus dos mundos, seres escindidos que en vez de integrar, oscilan. ¿Y eso es todo? No, desde luego, la obsesión no está en ninguna de estas cosas necesarias, pero no suficientes...

Diciembre 2,
Probé la mariguana durante la feria anual de un pueblito del sur de Bélgica, poco después de separarme del grupo del Dr.Pardon. Como mis amigos fueran a buscar cerveza, tardaran y me dejaran solo con el porro apenas encendido, me lo fumé completo. El sonido siguió siendo el mismo, tal vez un poco más lúcido; la vista, en cambio, quedó imposibilitada para fijarse en objeto alguno. Vomité. Me dolió la cabeza estupendamente y mis esfínteres hubieran cedido incontinentes de haber tenido algo que arrojar.
Hoy que él me la ha ofrecido, no he tenido empacho en dar unas caladas, aunque he tenido buen cuidado de no excederme. Al hacerlo pensaba en la excitación que de niño me procuraban los borrachos, los drogados, los niños de la calle y los adolescentes que esnifaban pegamento en las esquinas, una mezcla de atracción y repulsa que bien podríamos llamar morbo. ¿A esto se reduce mi obsesión? ¿a una atracción por su entourage? Él no es un indigente, pero tiene registro en la policía, tiene trabajo, pero vuelve una y otra vez a pedirme dinero. ¿Me estoy volviendo el idiota de un vividor? La mariguana no le alteraba en nada (o siempre estaba drogado), de modo que le ofrecí poppers con una doble intención: las rechazó. No obstante, aceptó una cerveza.

Diciembre 15,
Ha sido una semana atroz. Me ha costado un gran esfuerzo concentrarme en el trabajo. Algunos me han preguntado por mi salud, otros me han enviado señales como si leyeran en mi rostro algo que les atrajera. Parecen darme la bienvenida y decirme que están a mi disposición; es extraño, procuro no salir de mi oficina. Soy un hombre cercano a los cuarenta, difícilmente se diría que muero joven si lo hago ahora. Mi trabajo es honorable por mucho que el Dr.Pardon se empeñe en demostrar lo contrario. Sigo las reglas, hablo con corrección. Es verdad que mi trabajo me ha llevado de un sitio a otro, pero aun faltándome el matrimonio soy una persona estable. ¿Cómo explicar entonces lo que ha pasado el fin de semana?
El viernes volví a verle. Fue una larga sesión de prácticas cada vez más arriesgadas e imparables, como si a falta de vías naturales las esclusas más retorcidas fuesen ocupadas por el deseo, con participación de objetos, ropa, olores y texturas, con las resistencias habituales y el doloroso remate onanista à deux. Tras verle abandonar el auto y perderse entre las calles con los audífonos puestos con música psycho, fumando con su natural despreocupación (esta vez tabaco), con sus diecinueve años de perversa inadvertencia, comprendí que debía ponerle diques a mi locura, acotar tanta vehemencia, cortar... o sustituir.
Y la sustitución llegó con un cocainómano que me enseñó a fumar piedra (terrible) y un cargador del mercado que alternaba su dipsomanía con pastillas de naturaleza incierta. El sexo relegado y los sentidos confundidos, la obsesión seguía allí, intacta, el domingo por la noche mientras cogía temblando el teléfono esperando vencer las ganas de llamar. ¿Vencí?

Diciembre 27,
He vendido el auto, recogido mis cosas. Aprovecharé las vacaciones para no volver al trabajo. Le he pagado al limpiaparabrisas de Avenida Américas para que le clavara un cuchillo de cocina sobre la Avenida Tesistán, al caer la noche. No verá el año nuevo. Lo decidí luego de esnifar toda la tarde y fracasar una vez más en consumar mis obsesiones. "No puedo" fue todo lo que dijo el infeliz de nuevo con sus vans puestos y sus cejas a medio depilar. Sé que suena trillado, pero escucho voces, bueno, sólo una, distinta a la mía, en mi interior: a esa vocecilla no habrá modo de clavarle un cuchillo en la espalda. ¿O sí?"

Me pregunto dónde andará ahora Luis Gala. Me pregunto, por supuesto, si habrá domesticado su obsesión. O si por lo menos consiguió, aunque sólo fuese una vez en la vida, la ilusión de totalidad -bien y mal reunidos, casi armónicos- de la que estuvo tan cerca, a la que tanto aspiró.

viernes, diciembre 03, 2010

Seré muy breve...


Los detectives salvajes, Roberto Bolaño

...y cuando despertó había transcurrido un año, el mundo era idéntico y aun debía seguir corriendo para quedarse en casa...