sábado, julio 09, 2016

Poor little thing

Esa última noche, ya ligeramente tomado, me puse a hacer las maletas a media luz en esa habitación prestada que había sido mía durante tres semanas. El edificio de enfrente no tiene los pisos alineados con este, así que cuando los gitanos tienen fiesta como esta madrugada, veo oblicuamente sus cabezas y escucho sus voces, pero no miro sus pies. Camilo Sesto, José Luis Perales, Mocedades, incluso los Terrícolas, recrearon la atmósfera del departamento de la Birola, esa mujer anciana que vivía en el departamento izquierdo al lado del nuestro y cuyo salón entrevisto muy deprisa mientras mi mamá y ella cruzaban un saludo y las respectivas puertas de madera se abrían y cerraban tenía también los muebles dieciochescos de este piso valenciano, como congelado en mitad de los cincuentas y desplegando una barra de licores muy dulces que nadie ha tocado en años. Los gitanos levantan la voz y discuten airadamente la vida de Paquita, mientras bañado en sudor me meto en la cama y procuro concentrarme en la música que me sabe a fantasma. El humo de los cigarros cruza la calle hasta mi ventana. Enciendo de nuevo la lamparilla con su pantalla de olanes y cuento el dinero. Verifico el pasaporte. La luz del piso de enfrente reflejaba en el techo sombras idénticas a las del departamento de la Birola o a las del cuarto de los abuelos que siempre olía a tabaco: aquí un dinosaurio, allá una mujer enloquecida, más acá un hombre gordo que mueve la boca mientras va menguando por entre las cortinas. El camastro apuntaba al poniente, esta cama en dirección opuesta. 'Paquita no debió quedar embarassada, ya te digo', ni mi tía que sale ahora del cuarto de los abuelos envuelta en lágrimas ni mi hermana que arrulla a sus hijos en algún hospital de California. Yo ya no soy hijo, ya soy padre. Yo ya no soy padre, ya soy nada. '¿Qué haces aquí K? Usted me dijo que viniera. ¿Ya no me hablas de tú? Toma tú: un vaso de leche en la cabeza' Y a pesar de los tapones de oído distingo todavía la música de los gitanos y el entrechocar de botellas y el alzar de voces, mientras despego la mejilla de una almohada llena de baba. ¿Nueva Inglaterra? Este cuerpo que solía excitarme y este roncar que me molestaba y esta cabellera por la que pasaba mis dedos y esta ilusión de futuro que no cede y esta polla dormida bajo las sábanas, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? La pintura de Gauguin me interroga, la música de los gitanos se calla. De Paquita sabremos después que se ha ido a vivir a Andalucía, San Lúcar de Barrameda, que ya tiene un segundo hijo de otro hombre al que han ido a buscar los gitanos (sin éxito), deambula por el malecón, hace algunos trabajos en la estación de autobuses, a veces se le ve entrar a los bares de marineros. De mi hermana no sabemos nada. Mi tía se ha comprado un largo hábito y ha escapado al monasterio de Aguascalientes, envejece con tranquilidad, gracias. La saludo de su parte, aunque no creo que pasemos por ahí. Iremos por la carretera de Escárcega mientras amenaza una tormenta, igual que en el pasado. K me verá poner el disco de norteño. C soportará el rito con escepticismo. 'Quiéreme como al perro que nunca tuviste', gritaré mientras el cielo se derrumba y hemos de orillarnos por falta de visibilidad. Les explicaré: mi cerebro funcionaba perfectamente y era capaz de ver en el futuro, pero un día llovió tanto que no pude ver más allá de mis manos, y anegado, a tientas, hube de seguir avanzando por el porvenir. Poor little thing, me dices con la mirada sin decir palabra, frente a la costa gris de la Isla de Georges. La bahía verdegris al fondo, vencida por la neblina. Tus manos que ya no acarician. Tu boca que no besa. La puerta de la Birola que se cierra y los gitanos que no tienen costumbre de acabar antes de las tres de la mañana, cantarán a coro alguna canción que yo he de repetir sobre el camastro al pie de la cama de mis abuelos, 'como yo te amo, convéncete, convéncete'. No puedo verles los pies, como hacía con mis vecinos del piso de abajo cuando desde la ventana les pedía que me enseñaran los calcetines: los negros del Gigio, los cafés o grises del Sisi (mis favoritos), los verdes de Lalo y el Nene; no puedo verles los pies a los gitanos, pero sé que están bailando lo que debieran cantar pesadamente, ¿cómo puede bailarse a Julio Iglesias? ¿cómo a Serrat que gimotea? La madrugada es alta como este edificio de Nueva Inglaterra donde soñamos que estamos con otros. Desde aquí podemos ver Santa Teresa. Desde aquí la orilla de la Playa de Malvarrosa. En el obelisco infinito, el faro que no ilumina, dormimos como un perro a mediodía. La Birola acompaña a mis abuelos y a mi hijo en larga expedición hacia la nada, mi memoria. C y K miran el Caribe que es este mismo mar que rodea la isla de Georges, o se asoman como nosotros al hueco de una madrugada que no cesa como en casa ajena. Ya las maletas están acomodadas para el día de mañana y, salvo que no pueda dormir por culpa de los gitanos, podré levantarme a tiempo y sin resaca; seguro que no he bebido tanto, ¿quién sabe?
[...]
Desde hace horas que el viento azota la puerta.