domingo, enero 31, 2021

Historia de perros

Perros, ¿queréis vivir eternamente?
Fritz Wöss

De las mesetas occidentales que rodean las últimas montañas de la sierra, el Crío de entre los cañaverales y el Enano de la favela, bajaron un día hacia el corredor costero del noroeste y emigraron hacia el norte hasta instalarse en el valle de Santa Teresa, una plancha desprotegida entre un golfo estancado y una muralla de picos, donde fueron acogidos con curiosidad y escepticismo por la población recelosa, primero en una habitación cerca de la empresa de Práctico a donde fueron a estudiar y trabajar, luego en una casa inquietantemente parecida a la otrora fundacional de Santa María Tequepexpan con muebles rústicos y un cintillo decorativo que recorría las paredes de la sala, a poca distancia un canal y luego otro a lo largo de los cuales corría la carretera donde el Peregrino blanco hizo sus primeros recorridos conducido por el Enano que se empeñó inútilmente —como en tantas otras cosas— en enseñar al Crío a conducir, ni borracheras ni convivencias pudieron sacar a éste de su cordial parsimonia, no los animales salvajes a punto de extinguirse en la empresa de Práctico para ser sustituidos por criaturas asexuales sin asideros, no el ejemplo del Enano que recorría alegremente las calles polarizadas para liberar a jóvenes sombras de sus urgentes efluvios, lo mismo en la casa de muebles rústicos y rosas negras que en la infestada de ratones a un lado del callejón, lo mismo en oscuros descampados de la periferia que en la casa de dos pisos cuyo patio de adoquines vigilaban tres indios incrustados en la pared de ladrillos, tres las mudanzas necesarias para concluir un ciclo convergente de peregrinaciones, siete los meses transcurridos en completarlas con la consecuente domesticación de la aventura inicial y la insinuación cada vez más sostenida de una institución que amenazaba en la distancia, así acumulaban deudas en alguna contabilidad oculta el Crío y el Enano, lo mismo por desperdicio que por abuso, cuando al fugaz enamoramiento etílico y foráneo del primer año lo sustituyó el también alcohólico pero colectivo del segundo, la incestuosa paternidad repartida en cuatro víctimas mortales ofrecidas por Práctico, con el pretexto de la ciencia, para su masticación y procesamiento, modo elegante e inesperado de encaminar al Crío hacia la madurez por abandono mientras se ensayan sucesivamente la amistad patológica, el intrigante hermetismo, el compadrazgo impensable y el acompañamiento testimonial, dos años o tres de preparación para la isla geográfica y sentimental, con océano o tierra de por medio, de los que se van pero también del que se queda, el Enano a la vez solo y acompañado por la institución que baja finalmente desde la meseta para ocupar un lugar que ya no es suyo, así lo descubren poco a poco a través de señales ominosas como la de un hombre que se aleja hasta volverse un punto en una playa de arenas blancas y remotas, un dolor de muelas de difícil extracción en la soledad más bien fétida de la semana grande, la rendición y posterior entierro bajo una bugambilia del can que guardaba la memoria de su juventud, anticipaciones todas que no supieron leer ni conjuraron como si de antiguos faraones se tratara, advertencias del cielo o de los libros que no les hicieron marcar la puerta de su casa con sangre de cordero ni huir del valle de Santa Teresa sembrado de cuerpos desmembrados, envés de la superficie por la que transitaban y desde cuyo seno inescrutable llegó el cataclismo que acabó con el incipiente hombre que era el Crío en mitad de un día de primavera, atrás dejó sólo un par de calcetines y una caja de curación para un hombre súbitamente envejecido que ya no bebía para celebrar la vida ni recorría las calles para salvar a los cuerpos de su virginidad, sino para adormecerse en los brazos de la institución cada vez más impotente y desorientada, gran paliativo de viajes y bienes materiales, de una nueva y asfixiante casa, de dos perras secuestradas, así los encontró una nueva tentación de oponer el sexo a la muerte con pretextos vagamente fraternos, ya no como en el caso de los cuatro perros ahora perdidos en sus islas respectivas, ya no como en las primeras generaciones de esa camisa de fuerza que para los miembros de la empresa diseñaron Práctico y el Enano, acaso creyó este último que las cuentas estaban saldadas y que la vida le estaba en deuda, pero se enredó torpemente en sus afectos y ambigüedades, en sus compromisos y campos, hasta que la inmoralidad le abrió las piernas del Único y el valle de Santa Teresa dejó de ser extranjero y la institución se derrumbó como lo hicieron las murallas de Jericó con el terremoto de ese año, más señales de que las plagas no habían terminado aún de cernirse sobre él y de que sus nuevos pecados no se lavaban escapando del país por seis meses ni volviendo luego anónimamente para esgrimir el amor entre Único y él como justificación última del elevado endeudamiento moral de esos años, un amor ferozmente mordido y cuestionado, sujeto a mentiras y negociaciones y cálculos, enmarcado por el desplazamiento del poder político hacia la ignominia y la posverdad, de la carne humana hacia las pantallas y los artilugios por causa de la nueva peste, Práctico habría de caer víctima de ésta para mejor significar el completo agotamiento de las razones originales que lo trajeron a Santa Teresa, acaso la necesidad de un nuevo pacto fundacional o un nuevo viaje, ¿pero qué desiertos quedan luego del desierto? ¿hacia dónde hay que mirar en busca de signos? ¿hay vida después de la muerte?

domingo, enero 24, 2021

El homosexual necrológico la emprende de nuevo

A continuación extractos de su diario de juventud que prueban, aún involuntariamente y sin lugar a dudas, su megalomanía, su contradicción intelectual y moral, y su absurda noción del "deber ser" por encima del ser que emerge irremediablemente de sus apuradas palabras, pero sobre todo, de sus torpes ocultamientos. Otro enero de otro siglo.

Silencio de rareza, de fúnebre incomprensión. En el andén me repito que no sé pensar en algo más profundo. Es justo uno de esos momentos en que todo parece estar en blanco porque la retención no va más allá de los últimos tres minutos. Se vuelve imposible recordar, pero un regusto de cenizas nos advierte de recientes incendios, y aunque es totalmente inútil reconstruir los hechos (además de inalcanzable), en el fondo se conoce una tragedia, en la intimidad se oyen como murmullos lo que recientemente fueron los gritos desesperados de la conciencia.
El amanecer fue poluto como mi paz o mi entendimiento. Sólo a este punto llegan hoy mis comentarios atmosféricos. En un afán casi enfermizo pero honesto por comprender el mundo, por percibir en todas sus caras y aristas el poliedro que forman los humanos que me rodean, en ese afán me he desgarrado, me he separado de mí mismo y a la vez me he vuelto a integrar con las nuevas verdades, conocimientos y opiniones. Es demasiado simple pensar que no ha sido fácil, pero no por simple menos cierto.
Y ahora recupero algo fundamental, trato de ordenarme. Cada nuevo encuentro, cada nueva sacudida, cada crisis que estalla entre mis manos me enseña, me parte, me precisa. Me recupero yo mismo a cada paso y esto no es literatura porque identifico mejor los abismos, las piedras que se estrellan miserables y certeras en mi rostro, reconozco y emerjo de las sombras con un cuerpo moral y filosófico más amplio y definido, mas no por definido acabado, no por definido sujeto o claro.
El problema filosófico, el problema moral, lejos de estar resuelto amplía sus expectativas, pero con todo y el espectacular aumento de ideas, teorías y conclusiones en ningún modo definitivas, el carácter esencial de la vida descansa cada vez más en menos pero más elementales principios. Esto es un fenómeno de simplificación y depuración convergente del que no puedo menos que sentirme satisfecho.
[...]
El colegio tridentino varonil fue un hueco que se llenó desde fuera. Nada ni nadie trascendió en forma alguna. Sobre las butacas, en la última clase de algo que osó llamarse Antropología Filosófica o Metafísica, cada uno escribió en una hoja la opinión o mensaje que más le placiera sobre cada uno de los demás compañeros. La idea era evidentemente inútil, una especie de colofón en virtud de que todos terminaban ese día el bachillerato, un colofón crítico que despertaba opiniones y calificativos diversos: divertido, tonto, sano, imbécil.
Y se reunieron las advertencias: “creo que eres buena onda, pero...”, “hubiera querido que... pero siempre fuiste...”, “deberías hacer... y evitar...”. Una o dos réplicas de confianza por muchas señales de humo en tono de emergencia, de consejo grave o hasta insulto (finalmente todo terminaba ¿no? ¿qué más daba? ). Había que decir algo, pero no cualquier cosa, algo auténtico, algo original para estos hijos de papi que lo tenían todo, pero todos sabían que no tenía siquiera el sentido anecdótico de ahora. Todos sabían.
Bomar y sus amigos llenaron el hueco de tanto estudio. Con la inocencia de un niño de diez en un cuerpo de dieciséis y la lectura de uno de cuarenta, yo los recibía con gran libertad, con absoluta independencia. Al final ni lo uno ni lo otro. Aprendizaje de una época de comunión y certeza, de gratitud y esperanza, de congruencia y fe... ¿quién necesita más? A Bomar lo rebasé por la derecha y cuando pensé haberlo rebasado me di cuenta que yo ya estaba en otro camino. Y él, en la distancia cada vez mayor de los años, igual que su precedente, Dulcino, se disuelve y se mira como mera transición, pura cáscara de un huevo que comimos muy temprano, anécdota (ésta sí) que parece conceder superficialidad a lo que era, en realidad, la primera noticia de una piedra en el zapato todavía más antigua y ahora, más actual que nunca.
[...]
El día sigue pasando y ya voy de regreso. Nadie agradece nada, eso ya se sabe. Ni tiene por qué. Cuesta trabajo creer en una vida de total desprendimiento y entrega a los demás igual que en una vida de absoluta independencia Esperar algo, tangible o intangible, es una actitud muy natural. En el espeso contraste de estos días me veo oscilar entre la entrega y la enajenación, la renuncia y el egoísmo. Dualidades insalvables, parteaguas cíclicos, líneas que con aparentes cambios son siempre las mismas como un conjunto de Mandelbrot infinitamente recursivo.
Empiezo a entender no así a abrazar la lógica humana dual, intrínsecamente contradictoria y sin menoscabo de construir ideas y pensamientos “lógicos”, caldo de cultivo propicio de sentimientos de toda especie igualmente contradictorios. Pero este entendimiento comprobado directamente en ciertas predicciones mayoritariamente cumplidas ha tenido un precio: el precio del dolor clarísimo, el precio de la inocencia decapitada., el precio del tiempo de niñez y juventud parcialmente sacrificado.
[...]
No me he podido desprender de la dignidad de los números romanos y vuelvo a titular otra nota necrológica con numeración romana. Probablemente lo que escribo sea cada vez menos inteligible en virtud de que son ya las tres y treinta y dos de la mañana y estoy extraordinariamente cansado, pero trataré de ser fiel al oficio que exige la mayor precisión posible. Vamos esta vez a mil novecientos noventa y cuatro, año de grandes transformaciones y del Mundial de Fútbol, pero bueno, estamos en el contexto personal y el mencionar el Mundial no tiene aquí cabida alguna.
Entre las cervezas tiradas dentro del carro y a lo largo del camino fijo que se trazaban, los marginados experimentaban una manera de vida bastante usual pero que en esos momentos lucía como regalo recién estrenado, como una verdadera afrenta al modo de vida convencional, como una locura, una catarsis por la que todos se sometían voluntariamente a pasar, un momento que se fue volviendo cada vez más breve hasta extinguirse de manera absoluta y convertirse en regusto de la singularidad de una época o la sensación de que era singular. En esos momentos...
También fueron transición y espacio temporal. ¿Hay algo que realmente quede después de una vida humana? Ninguno de nosotros ha muerto y sin embargo aquellas estructuras mentales están completamente fenecidas. La institución que en su momento comportaron los marginados se ha vuelto nuevamente anécdota, contemplación de un estilo de vida que sin el dinero y la irresponsabilidad suficientes sería imposible sostener. De la conciencia ganada en ese juego cínico y de alto riesgo casi todos hicieron caso omiso. Y es que olvidaba de manera imperdonable que mis amigos fueron y hasta donde alcanzo a ver seguirán siendo gente bien, gente acomodada, miembros de una clase pudiente y honorable, miembros de una clase de teenagers que podían darse el lujo de unos cuántos años chupando alcohol y probando distintas drogas mientras sus padres gastaban miles de pesos (de los nuevos) en colegiaturas y hasta en clínicas de recuperación donde también pudieron adquirir por módicas cantidades fe, temor de Dios, el Dios mismo y un esquema de vida donde quedaron perfectamente establecidas las causas de sus comportamientos, causas que, desde luego, no son imputables a la maldad de cada uno de ellos ni a cosa semejante. Nada de eso. Se trata de “experiencias” por las que uno debe de pasar “para apreciar la vida”. ¡Claro! La lógica humana, viéndolo bien, no es tan irracional, o mejor dicho, “loco sí, pero no pendejo”.
[...]
La madrugada está llegando a límites insoportables. No creo aguantar otra reflexión más pero vayan dos últimas notas. La presente que es tema analítico y la última nota necrológica. Bueno, tal vez ensaye otra reflexión final, pero será la última.
Entre algunas de las no pocas cosas de mi vida en que guardo cierta ambivalencia, se encuentra el hecho de que un día me manifiesto seguro y al día siguiente me encuentro completamente cuestionado. En realidad no es tan simple. En el fondo lo que ocurre es que no tengo la cabeza tan pétrea como para no cambiar de opinión. Y una de mis virtudes ha consistido en mamar hasta la médula los objetos de mi interés. Y “beber hasta la médula” significa fajarse los pantalones y vivir en carne propia los acontecimientos, causas y consecuencias. Al final, como es obvio, incorporo a mi esencia aquello que considero de mi propiedad.
Desde luego todo lleva la precisión de la congruencia con mis principios, aquellos mismos que en párrafos anteriores dije que eran cada vez menos, pero más básicos. Y es que un principio se dice tal precisamente por el carácter que tiene de base, de origen, y por origen, un principio es también un generador, una piedra angular del edificio de nuestra estructura. A partir de los principios puede derivarse la validez o invalidez de algo frente a mi propio sistema. Desde luego no tiene la deseable precisión matemática y hay asuntos controversiales y dilemas que son el trabajo arduo de mi teoría, el aspecto inacabado, el trabajo que resta por hacer y que, con toda seguridad, nunca estará terminado.
De modo que, chillen putas, no habrá divergencia al final, no habrá caos sin leyes, relatividad sin ecuaciones, teorías de integración sin claridad, principios de incertidumbre sin el rigor de la mecánica cuántica. Hasta para explicar los desórdenes se ocupa consistencia, rigurosa razón. Esto me recuerda la recomendación daliniana: “Pintor: no te esfuerces por pintar terriblemente mal. Si eres mediocre, por muy mal que te hayas esforzado en pintar, se notará enseguida que eres mediocre”. Tenía razón.
Y vuelvo a repetirlo con mayor claridad para los que no escucharon lo suficientemente bien: no habrá divergencia final. La consciencia tiene tres caminos: el retroceso cobarde, la perdición total o la gloria inagotable de la reconquista de la fe en congruencia con la propia consciencia. Yo lucho en el último sentido, pero obvio es no he terminado de ponerme en el camino. (Ojo: la meta no existe porque el camino es asintótico, es decir, converge pero no se alcanza).
[...]
a. En los Altos el Chivo me confiesa que él también trataba de encontrar amigos en Ciudad Natal, pero creo que en el entusiasmo de su confesión escucho que no se siente satisfecho y que me toma a mí con la suficiente confianza como para cumplir ese requerimiento. Por supuesto que quiero ser su amigo. Los cigarros se consumen, los abrazos se intuyen pero nunca llegan. La habitación encierra la misma fantasía de Bomar y los marginados. La misma necrología. Pero pocas veces fue tan auténtica.
b. Durante el viaje a la costa el Chivo se mostró muy distante, pero cuando me vio borracho y llorando me fue a ver y me pidió alivianarme, me dio un abrazo y pese a que sabía que todo estaba perdido, me sentí muy bien. En las semanas siguientes mis idealizaciones caerían de manera natural porque el arte de la levitación sigue siendo, todavía, un manifiesto fraude y una mentira total. Separar los pies de la tierra, aunque sea con la mente, es una violación universal que se paga bastante caro. Lo sé bien, pero también soy idealista empedernido (¿o un astuto hombre anidado en sí mismo de modo que se engaña de manera perfecta?).
c. El Chivo me dijo en septiembre que me tenía mucha confianza, pero, evidentemente, yo ya no lo veía igual. Ahora lo veía con gran ponderación, con sumo equilibrio, con una distancia prudente y maravillosamente exacta. No era el salvador que me enseñaría a rezar como pensé el año anterior, tampoco era el hijo de puta que me denunció a las autoridades de la universidad privada desglosando con mucha torpeza mi ideología subversiva; era simplemente el amigo que tenía enfrente esa noche de fiesta donde se manoseó sabrosamente con una mujer que todavía recuerdo, pero cuyo nombre me es ya un misterio.
d. Hoy lo volví a ver. Frente a su tumba quise encender un cigarro, conversar. Estaba aturdido porque venía dolido de otra nota necrológica reciente, venía sofocado por el viaje repentino que me decidí hacer hasta los Altos, venía algo confundido porque caminé mucho para dar con el panteón municipal, pese a que el año pasado había venido. El Chivo no contesta, no protege, no maldice. Durante el año pasado opiné de él mientras él se descomponía en esa tumba desde diciembre antepasado. Al principio lo miré como el Primer Ángel Protector de mi vida, la primera persona realmente cercana que había ido a parar con Dios y que se encargaría de protegerme mágicamente. Luego perdí la noción de Dios de una manera cruel y dolorosa, extraordinariamente impresionante y que no vale la pena desglosar ahora. Los escalofriantes hechos del año pasado los atribuí casi exclusivamente al Chivo. Era “su maldición” la causante de todas esas catástrofes, todos esos pequeños infiernos que viví en un año tan dramático y bellamente trágico. Pero ahora estaba frente a su tumba de nueva cuenta, e igual que en aquel septiembre durante la fiesta de la mujer que todavía recuerdo, pero cuyo nombre me es ya un misterio, el Chivo se me presentó con claridad, con el mismo equilibrio y la misma prudente distancia: es simplemente mi amigo muerto. No maldice, no bendice, es mi amigo muerto que ahora ya tenía su nombre en una lápida, que provocaba el llanto de sus padres cuando recibieron mi visita deshaciéndose en recuerdos, que me traía el espejo de otra renovación, otro paso más en mi construcción personal de vida. ¿Otra nota necrológica? Espero después de la más reciente no vuelva a haber una sola más. Sea por amor. Todo sea.
[...]
Y finalmente no podemos declararnos fuera. Soy otra vez e igual que todos en mayor o menor medida, combinación de algo muy mío y las circunstancias que me han tocado vivir, hechas, naturalmente, de personas, hechos y cosas. Creo que a estas alturas del texto estoy más susceptible de perder objetividad o caer en delirios autoalabatorios. Nada de eso, debo ser lo más objetivo posible y portarme como un profesional. Nada más eso faltaba. Hay que dejar hablar a la verdad, la verdad simple y llana que es siempre humilde y soberana.
¿Cuáles son las razones de mi vida? Imposible decir que es algo simple. Durante esta misma transición entre la noche y la madrugada un compañero muy admirable me decía que su vida se reducía a dos objetivos en una simplificación máxima: una misión y una mujer. Lo primero tenía que ver con lo que quería hacer en el mundo: lo segundo, con el amor. Ambas cosas son también una reducción posible de mi esquema. En la misión está la ciencia, está mi país, están las gentes que me rodean. ¿Qué me estimula a ello? No lo sé con certeza y tal vez miento si digo que es algo enteramente desinteresado, aunque casi siempre consigo que sea desinteresado y con la respuesta que obtengo de la gente me basta y sobra. Un solo gesto realmente humano me llena de orgullo. ¿Qué guardo para mí? Mis reflexiones, mi manera de ser que se enriquece. No es como han pensado los estúpidos que quiero ser combinación lineal de todos. Eso es demasiado imbécil y no demuestra sino un análisis superficial de mi espectro. Sólo falta la mujer y el reto más grande de toda mi vida. Lo que ocurra en delante será fundamental, la gloria o el fracaso, el triunfo o la ignominia. Pero difícilmente voy a renunciar mientras tenga vida. Siempre he sido, irremediablemente, terco. Y nunca me había sentido tan orgulloso de ser como soy, pero sobre todo, de querer ser como quiero verme al final.

domingo, enero 17, 2021

Las razones de tu ausencia

Son innumerables las parejas que deben vivir separadas contra su presunta voluntad, casi siempre con un pretexto profesional o económico (pero acaso sólo sea eso lo que se disfraza de razones: pretextos) y en ese sentido no considero que nuestra situación sea excepcional en modo alguno: has debido irte de nuevo para continuar tus estudios. ¿Era necesario? Los que crecimos en dudosos países lidiamos con el complejo de inferioridad de muy diversas maneras, desde el nacionalismo más necio, público y primitivo, hasta las formas más sutiles que intentan sacudirse el pringoso pasado estableciéndose, aunque sólo sea de manera oportunista y temporal (pero nunca se descarta que sea para siempre), en el extranjero. Hay quien continúa o exacerba en el exterior el chauvinismo que motivó su partida. Hay quien intenta convertirse en otro aunque el país de acogida nunca lo asuma como propio más allá de un pasaporte. Resistencia y colaboración conviven en la mentalidad subdesarrollada tanto si nunca se sale del propio país como si se le ha abandonado para siempre. Nacemos pues, de algún modo, condenados a lidiar con una herencia imposible de acomodar satisfactoriamente. ¿Por eso has debido estudiar en el extranjero? Por la parte que toca a la interiorización del hecho de que hay países mejores que este, sí. Pero eso no es todo. Hay buenos estudiantes en lugares acomplejados. Hay, incluso, estudiantes excepcionales, gente brillante, genial. La inmensa mayoría de estos jóvenes notables no lo son tanto como ellos creen y quizá por eso mismo adquieren pronto la convicción de que su éxito profesional pasa por hacerse de un título extranjero. Saben que son mejores que la mayoría en sus escuelas locales, pero dudan que lo sean en comparación con los que llenan solicitudes a las universidades más exigentes, de modo que rara vez apuestan por lo difícil y abrazan sin vacilar cualquier opción de vago o aún anónimo renombre que los saque de su país. No se aseguran ni cuestionan apenas nada acerca del laboratorio, instituto, universidad, presunta lumbrera o equipo de trabajo que los acogerá, porque basta que éstos hayan accedido a recibirlos (una carta de aceptación o recomendación que se lee como un reconocimiento al propio mérito, un apellido extranjero e impronunciable que emana seriedad, incluso la ridícula imagen de una mujer con bata blanca que agita una probeta o aprieta botones en un mecanismo indistinto) para que se sientan ungidos y comiencen el más bien breve proceso de convencerse de que es la mejor opción y ellos el mejor candidato, da igual si buscando cosmopolitismo se reúnen con individuos que nunca han vivido fuera de su país ni hablan otro idioma más que el propio, que jamás se habrían planteado estudiar o trabajar en otro sitio (qué pensamiento tan exótico), que apenas chapurrean un inglés pastoso e ininteligible y conducen vidas más bien burocráticas, da igual si los méritos profesionales de sus ansiados mentores son sólo reconocidos por un puñado de amigos que se reúnen cada cierto tiempo en obscuras conferencias a costa del erario de distintos países o si las instalaciones en las que trabajan son edificios más o menos fantasmagóricos a donde sólo acuden otros extranjeros mientras los nacionales apenas se presentan unas pocas horas a la semana porque prefieren disfrutar de sus familias y amigos en confortables casas y restaurantes desplazándose en cómodos autos tanto si nieva como si hace calor. ¿Por eso aceptaste estudiar en ese laboratorio? Por lo que toca al falso sentido de oportunidad, sí. Pero hay más. Si uno no es un genio, pero tampoco un burro, si uno no puede ya alistarse en la próxima expedición a las Indias con el objeto de descubrir nuevas tierras, si no queda ya sitio para una aventura ordenada que no signifique morirse de hambre como hacen todavía los valientes mochileros contemporáneos a los que no les importa dormir debajo de un puente o no ducharse por semanas, siempre quedará la posibilidad de hacerse de una beca, tanto da si la paga el primer mundo como el tercero, para salir a la conquista de aquel que, si bien traicionó nuestras expectativas profesionales, aún puede brindarnos nuevos amigos y amantes, otras conversaciones y alimentos, enrevesadas situaciones que harán las cuitas de nuestra madurez o una riqueza cultural que la gente más pragmática (o acaso sea la menos inclinada a mentirse a sí misma) no apreciaría en absoluto. ¿Qué interés puede tener un intercambio obligadamente inferior en lo lingüístico con personas que nacieron en lugares remotos? ¿Qué clase de atractivo zoológico o racista puede aún quedar entre los habitantes del orbe occidental contemporáneo para mirar o tocar, oler o padecer a negros y árabes, asiáticos o pigmeos, eslavos o amazónicos? ¿Cuánto dura el hipotético enriquecimiento cultural que atribuimos a estos encuentros hasta reconocer que no hay nada en ello que no sea tan ordinariamente humano como lo que ya nos rodeaba en nuestro pueblo natal desde la infancia? Y así te has ido otra vez de mi lado 'to taste and touch and to feel as much as a man can', en medio de la ambigüedad que supone (o acaso el mensaje es claro y no quiero leerlo) desear este tibio y aun tímido o decepcionante sustituto de la aventura que buscaban los hombres de otros siglos y al mismo tiempo afirmar que estamos juntos aunque no sea físicamente y que nada se quiere más que estarlo de veras en el futuro, en principio con fecha o acaso margen, pero en realidad indefinido como todo lo que aún no ocurre. Ya que las razones profesionales y el subdesarrollo no se aluden más del todo por la demasiada conciencia de su insuficiencia y falsedad, ya que tus palabras niegan lo que tus hechos afirman en relación con la necesidad de instalarte por tu cuenta lejos de aquí mientras te haces de vagos amantes o nebulosas amistades, yo me pregunto qué debo hacer mientras tanto. Descubrimos pronto que llorar es inútil e intolerable, tanto si es por motivos nobles como por traiciones o daños, acaso nos lo permitimos en los instantes de la despedida o en el descubrimiento de lo que no debió ocurrir o debió permanecer oculto y sin relevancia (pero qué la tiene y qué no; y para quién), para luego enfrentarnos a la disyuntiva de seguir viviendo como si no hiciera falta el otro (disfrutar el momento, dicen con estúpida candidez bovina los más simples) o mantener el lazo no sólo con la memoria sino con esa operación artificial que consiste en suspender la propia vida en algunos rubros para guardar lo que antiguamente se llamaba fidelidad, la sentimental siempre más valorada que la física aunque siempre dañe imaginar el cuerpo amado en intercambio con otro, aún de la forma más mecánica y aséptica posible. No lo hace más fácil la variedad de medios para comunicarse pantallas, textos, voces porque una pareja no encuentra su fundamento más esencial en la razón que es la única que puede manifestarse por medio del lenguaje al que quedan así reducidos los que hoy se separan, sino en la irracionalidad del acto amoroso que es carne y olfato, mirada y presencia, y aún presentimiento e invisible lazo espiritual. De modo que, ya lo ves, no resuelvo nunca cómo vivir sin ti ni es deseable que lo resuelva porque sólo tiene una única solución a la que trato de evadir ocupando mi tiempo. Censuro mi sentimentalismo y mi insensibilidad, mi productividad frenética y mi descanso, el solaz al que no asistes y las dificultades que no presencias, el deseo de volver a estar contigo y la inadvertida adaptación a la soledad, el meloso tiempo breve de nuestros encuentros y el largo intervalo entre uno y otro, mi debilidad, sí, pero también mi fuerza. Torturas de tercer mundo. Voluntaria necedad. Amor, sí. Quizá.