lunes, febrero 02, 2009

Cuando vuelva a tu lado

Un guardia veinte años más joven que él lo detuvo en la puerta y le preguntó brutalmente qué quería.
–Eh, mmm, tengo una cita con el Ing. Parejo.

–Deje una identificación.

–Claro, permítame.

Y sacando una licencia de conducir que no podía servirle ya de mucho –llevaba unos tres años sin auto- cruzó el pórtico de la universidad para recorrer los ochocientos metros que lo separaban de la escuela de ingeniería donde había estudiado.

Poco había cambiado en el par de décadas transcurridas desde que saliera de ahí maldiciendo por igual a maestros y alumnos: la arboleda era más nutrida, los estacionamientos se habían ampliado y el viejo edificio de la rectoría en cuyo noveno piso le informaron que había perdido la beca por “deslealtad universitaria” había requerido un armazón de acero para reforzarlo; pero todo seguía más o menos igual y a no pocos de sus antiguos maestros los encontró por los pasillos del edificio de ingeniería quince días atrás, en la primera entrevista que tuvo con Parejo para pedirle trabajo como profesor.

–El Ing. Parejo le atenderá enseguida- fue lo que le informó la secretaria cuarenta minutos antes de que se atreviera a preguntar:

–Perdone, ¿no será mejor que vuelva otro día?

–Ya le dije que el Ing. Parejo lo va a recibir. Haga favor de sentarse.

Y, resignado, volvió a echarse sobre el sillón marrón de aquella salita de espera de la que él era el único ocupante, tratando de organizar su cabeza y no prestar atención al desfile de profesores y alumnos que entraban y salían de la oficina de Parejo sin siquiera dirigirse a la secretaria.

Sintió vergüenza de estar ahí, un abrasador sentido del ridículo, de modo que repasó en forma sumaria la historia que ya le había dado a su amante en las muchas discusiones que precedieron su decisión de venir a su antigua universidad a buscar trabajo: lo he intentado todo, ya lo ves, he trabajado en siete universidades diferentes y todas han terminado por prescindir de mis servicios, ya rebaso los cuarenta años y es urgente tomar lo que sea para evitar un desastre, jamás pensé que con mi currículum fuese a tener un destino semejante, pero así es este país y hemos decidido quedarnos, ¿no? como sea, ya es tarde para volver a irse y hacer lo que alguna vez se nos ocurrió y…

–El Ing. Parejo lo está esperando- le avisó la secretaria al tiempo en que reprobaba con su mirada lo que a todas luces había dejado de ser un tren de pensamientos para convertirse en un murmullo agolpado en sus labios: esa maldita costumbre de hablar a solas –o pensar en voz alta- que adquirió en los miles de días solitarios sobrevividos en el extranjero…

Avanzó por aquel pasillo estrecho y largo. Tocó a la puerta. Nadie contestó y volvió a golpearla ligeramente. Nada. La abrió con suavidad y, sin levantar la vista de los documentos que firmaba, el Ing. Parejo le llamó con la mano derecha en un frenético mover de dedos.

–Buenas tardes, ingeniero, gracias por recibirme, yo…

El Ing. Parejo levantó de nuevo la mano derecha pidiéndole silencio. Luego de firmar otra decena de documentos y de hacer alguna operación aritmética en la calculadora, levantó la vista con cierto enfado.

–Bien, bien, vamos a arreglar esto, ¿me trajo su currículum, verdad?

–Claro, hace quince días, en nuestra primera entrevista, pero aquí traigo otro si quiere…

–No, no, no. No se moleste, ya me enviaron un informe detallado desde rectoría. Permítame.

Por el intercomunicador le pidió a la secretaria el informe BER9097. Un brillo de sudor cruzó su frente y del suelo recogió el gastado portafolio que acababa de dejar. “¿Para qué traje esto si no traigo nada importante?”, se preguntó retóricamente como si no supiera que aquel portafolio era su escudo: lo colocó lentamente en su regazo. Carraspeó intentando humedecer una garganta que se había quedado seca.

–Aquí tiene, ingeniero- dijo la secretaria apenas depositar sobre el escritorio un grueso expediente con varias carpetas dentro, para salir enseguida como quien tiene mucha prisa.

–Muy bien. Vamos a ver, ¿para qué hizo todo esto?

–¿C-cómo?- preguntó desconcertado.

–Sí, sí, ¿para qué quiere trabajar en la universidad?

–Bueno, fundamentalmente porque es una universidad de prestigio que además fue mi alma-mater, lo que significa que conozco bien su manera de trabajar y el espíritu que la motiva; porque me permitirá realizar las actividades de docencia e investigación que tengo proyectadas y…

–Y porque está desesperado y sin trabajo, ¿no es así?- atajó brutalmente el Ing. Parejo. Se hizo un silencio breve en que las agujas del enorme reloj de pared ocuparon todo el espacio. Recuperándose con celeridad de un extraño sentimiento de desnudez, contestó:

–No, no exactamente, pero un puesto de tiempo completo es necesario para…

–No puede trabajar con nosotros. Lo sabe perfectamente.

–¿No?

–Claro que no, pero déjeme hacerle un favor y explicarle que esto tiene poco qué ver con sus payasadas de estudiante, esas veleidades que le hicieron perder la beca y sumieron a su familia en serias dificultades para pagar sus estudios- dijo el Ing. Parejo sacando un pesado cenicero de un cajón del escritorio y encendiendo un cigarrillo. También hubiera querido fumar en aquel momento, pero ni siquiera le ofrecieron uno.

–¿Cuál es el problema entonces?

–Es un asunto de coherencia. Su presencia en esta facultad sólo dañaría el equilibrio entre personas y circunstancias, como en una obra de teatro, ¿me entiende? No puede meter cualquier personaje en cualquier situación, a menos que quiera terminar con un galimatías asqueroso.

–¿Teatro? Pero ingeniero, tengo un doctorado en inteligencia artificial, egresé de esta facultad, estoy mejor capacitado que la mayoría de su planta académica…

–Eso no tiene la menor importancia. Ellos pertenecen a la universidad, no sé si me entienda…

–Ing. Parejo, esto es muy importante para mí, ya le dije que he hecho de lado cualquier consideración ideológica, participaré con ustedes, no verán persona más entusiasta para…

–Escúcheme, no está poniendo atención. Que un empleado crea o no en los ideales de la universidad es lo de menos, a nadie le importa salvo a ellos mismos. El rector y su familia sólo han puesto las bases, pero la maquinaria funciona por sí misma, como una obra de teatro que atrajera sus propios personajes y excluyera los ajenos. Usted simplemente no puede participar porque pertenece a otro argumento.

–Ingeniero, si se refiere usted a mi situación económica, le aseguro que…

–No. Tampoco es eso. Entre nuestros profesores encontrará una gran cantidad de miserables: apenas llegan al final de la quincena, visten mal haciendo enormes esfuerzos por no desentonar con sus alumnos, sienten tocar las puertas del cielo cuando se les organiza una comida de fin de año o reciben una felicitación del rector. Los hay también que tienen dinero, pero eso, repito, es secundario. Lo fundamental es que todos ellos acepten tácitamente servir al alumnado que sí tiene dinero y, de preferencia, que crean que depende de la educación que imparten el hecho de que lo sigan teniendo… Ya sabe usted que no hay como el empleado para defender los intereses del dueño- dicho lo cual el Ing. Parejo rió moviendo la cabeza y apagando su cigarrillo. Se puso de pie y le extendió la mano.

–Fue un placer.

–Pero ingeniero, no ha terminado usted de explicarme. ¿Qué es lo que importa entonces para ser contratado si no interesan mis estudios, mis creencias o mi dinero?

–Le sorprenderá saber que tampoco importa mucho el hecho de que usted sea ateo y homosexual… Vamos, no me mire así, recuerde que siempre nos distinguimos por seguir de cerca a toda la familia universitaria, sobre todo a los descarriados… No se le contrata fundamentalmente por coherencia narrativa, por respeto a nuestro guión, sí, pero sobre todo al suyo: ¿o no se ha dado cuenta de que la vida le ha reservado un papel en los márgenes del gran teatro del mundo? Asúmalo. Y váyase.


De regreso en casa preparó las maletas. “Me esperan más días de soliloquios”, se dijo pensando en voz alta. Y sonriendo encendió la televisión mientras esperaba a su amante.