lunes, julio 06, 2009

Éxito

Bien me decía Tatiana que explicar no era curar ni hacer feliz, pero no me importaba. Prefería aprovechar su compañía para hablar de mis asuntos con absoluto descaro egocéntrico en lugar de escuchar sus prédicas sobre la felicidad o los todavía más deprimentes detalles de su vida privada. Era una psicóloga muy aburrida cuando hablaba de sí misma, no así cuando empleaba sus controvertidos análisis para estudiar a terceros. Y yo era su amigo, de modo que ni siquiera tenía que pagar por su opinión profesional.
Aquella tarde de julio paseábamos por la orilla de la Antigua Caja de Agua de los Colomos, cerca de la esquina donde abundaban las tortugas, un poco hartos del calor y el aire detenido que un cielo parcialmente nublado no hacía circular ni enfriaba. Yo había vuelto a levantarme un tanto nostálgico, como siempre que al abrir los ojos descubría una espalda desconocida a mi lado. La de esta mañana era ancha y tensa, con una cicatriz justo a la mitad de un pequeño tatuaje. Había cometido el error de quedarme dormido antes de echarla y entonces pagaba con desazón la contemplación de aquella carne que la tétrica luz de la mañana anunciaba perecedera. No quería hablar de ello ahora.
–Tati, ¿qué crees? He descubierto en Internet detalles de la vida privada de dos o tres amigos de la preparatoria. Ya, ya, no me censures, es un ejercicio que encuentro particularmente placentero y humillante, pues me gusta observar mis reacciones e intentar leer lo que me quieren decir, ya me conoces, este narcisismo incurable… Pero bueno, vamos al grano, el primero de ellos fue mi compañero en el concurso estatal de matemáticas: ahora es sacerdote, pero no cualquier pobre diablo, ¿eh? Se trata del célebre autor de libros de autoayuda como “¿Qué quiere Dios de mí?”, “Mujer y hombre modernos”, “Pienso, luego soy feliz”, mejor conocido como el padre José. En su página, este cretino de pulcra barba, lentes de diseño, saco tweed y sonrisa colgate que aparece en televisión de cuando en cuando, anuncia sus libros con poses ridículos y dengues estilizados. Nadie que merezca la pena juzgar con severidad, desde luego, aunque tanto nos tiente esta moralina de fracasados que sólo ve fraudes en los triunfadores...
–Yo no lo juzgo, aunque reconozco que me molesta saber que ese hijo de puta no hizo psicología ni pasó por ninguna facultad antes de dar consejos a la gente. ¡Es competencia desleal!
–Es mala profesión la tuya, querida, mal fundada desde el momento en que obliga a los que la ejercen a cobrar por lo que los amigos hacen gratis: discutir los problemas ajenos.
–No vamos a hablar otra vez de eso, ignorante. Sigue.
–Bien. El segundo fue mi compañero de programación, Omar. Su página es interesante por cuanto es capaz de presentar la misma ñoñería del padre José bajo ropajes presuntamente modernos. Asistimos de nuevo al esquema heterosexual autocomplaciente hecho de mujer, niño y propiedades, con abundantes gracias a Dios por los bienes recibidos, con fotos de cumpleaños, compañeros de trabajo que se hacen compadres, esposas de los compañeros que devienen comadres, salidas a restaurantes, viajes al extranjero y alguna estancia en hoteles todo incluido. Te apostaría lo que fuera a que entre los escasos libros que tiene este imbécil se encuentran todas las excrecencias del padre José, salvo porque el caso de Omar es todavía peor: es protestante, ¡ja, ja, ja
!
–¿Original o convertido
?
–Convertido, hombre, ¿de qué originalidad hablas? Tenía dieciséis años cuando se mudó de religión por órdenes de su madre, que estaba loca, divorciada y necesitada de dinero. Luego le sentó bien el aire de superioridad moral que sobre la mayoría católica le procuraba su nuevo estatus de outsider. Ah, el fervor
...
–Oye, tampoco puedes juzgarlo con severidad sólo porque eres maricón y perdiste tu religión, ¿eh? Mucho desdén por la felicidad, pero a la hora de la hora
...
–¿Felicidad? Deja eso para tus cursos de budismo zen, Tati, yo sólo tengo curiosidad. Y ganas de reír. Así que déjame terminar y guárdate tus falsas objeciones que sólo subrayan la verdad de lo que digo. Si me interrumpieras menos
...
–¿Vas a terminar? Hace un calor horrendo aquí y no me da la gana aguantar tus regaños. Sigue
.
–El tercero del que supe fue Lino, que se hizo profesor como su padre y su abuelo. Encontré su currículum y algunas fotografías en la página de la universidad donde lo contrataron, que es donde trabaja su padre y donde trabajó su abuelo. La foto de bienvenida nos lo muestra de frente, radiante, bien peinado, con una corbata discreta y saco negro, enseñando una hilera de dientes que se antojan perfectos. La mayoría del currículum está en inglés y, aunque un tanto incongruentemente, produce la impresión de pertenecer a una compañía y no a una universidad
...
–Una cosa no excluye la otra
.
–No, no, ya lo sé, especialmente en estos tiempos
.
–O los que sean. Piénsalo bien
.
–¿Me vas a dejar terminar
?
–Concluye
.
–Tanta gente estable me hizo pensar que estoy equivocado, Tatiana, que quizá debiera rendirme antes de seguir peleando contra el mundo, antes de que sea demasiado tarde y mi exclusión sea definitiva
.
–Es definitiva
.
–Estás siendo de mucha ayuda, morena, gracias
...
–Ah, ¿quieres que te mienta? Debiste ser más amable conmigo, querido, ahora ya no tengo ganas. De modo que sigo. No peleas con el mundo, no seas dramático, pero tu desadaptación y terquedad son genéticas y tienen un precio que estás pagando con gran anticipación. Yo creí que podíamos esperar a que estuvieras en tus cuarentas antes de que se cerrara el cerco, pero mira, ¡te nos has adelantado
!
–¿Cerco? ¿No eres tú ahora la que está siendo dramática
?
–No. Tus dramas se inspiran en la exaltación del ego (“yo contra el mundo”, “yo excluido”, “yo original”, “yo excepcional”), pero lo que yo describo apenas te concierne: esta sociedad funciona como un solo organismo programado para excretar lo que no necesita. No hay mala intención en quienes te han ido segregando –tú mismo, dicho sea de paso- sino unos ojos no aptos para destacar la invisibilidad. Tú eres invisible
.
–¿Y por esta mierda de consejos te pagan tus clientes
?
–No, qué va. ¿Quieres soluciones? No las hay. Pero hay paliativos: ¿por qué no haces lo que ya hiciste seguramente anoche, luego de enterarte y no reconocer el éxito de tus viejos amigos: salir, emborracharte, follar, asomarte al inframundo donde el encanto dura hasta la mañana siguiente
?
–¡¿Cómo…?!
–Soy psicóloga, ¿recuerdas? Pero esta vez no permitas que nadie amanezca en tu cama. La soledad es un sutil contraste. Y la autoestima.