viernes, septiembre 28, 2007

Descenso

-Es un Boeign 747, ¿comprende? Es prácticamente imposible que pierda el control una vez alcanzados los diez mil metros. Llevamos varias horas de vuelo y todo ha salido bien, por favor, trate de calmarse.
-Pero eso fue claramente una explosión, no puede negarlo- dije apartando la bolsa de papel que tenía sobre la boca para respirar mejor: lo hacían en esa serie de médicos tan de moda, quizá sirviera- Y esta turbulencia, perdón, no puede ser normal. No es la primera vez que viajo...
Una fuerte sacudida y los gritos de varios pasajeros me interrumpieron. Maldecía al capitán por no tener siquiera la gentileza de informar qué pasaba desde hace diez minutos cuando escuché el estallido. Por la ventanilla comprobaba la increíble flexibilidad del ala derecha: me ponía enfermo.
-¿Pero qué espera el capitán para dar una explicación? ¿qué está pasando?- dije tartamudeando al inglés sentado en el asiento del pasillo (el asiento entre nosotros estaba vacío) .
-Quizá el capitán sabe que esta es una situación completamente normal y no cree necesario importunarnos. Tranquilícese, no pasa nada.
-Pero mire el ala- dije apartándome un poco de la ventanilla para dejarlo entrever; él se agachó - ¡Esto no va a resistir mucho! Qué horror.
Él destapó una lata de refresco y dió un largo trago luego de derramar un poco por el piso. Me miró y me dijo:
-Señor, ¿no sabe que vamos a morir?
-¿Qué? ¿de qué está hablando?- dije al tiempo en que rompía la bolsa de papel contra el brazo del asiento tratando de sujetarme durante una sacudida. Afuera no veía nubes ni razón climática visible para semejante desorden. Empecé a tener náuseas.
-He preguntado si sabe usted que un día vamos a morir.
-¡Por supuesto! ¿qué se supone que significa esa pregunta?- dije visiblemente molesto. El portaequipaje del otro lado del pasillo se abrió de pronto y cayó pesadamente una pequeña maleta golpeando a una joven a la que inmediatamente sobó la cabeza una mujer de mi edad, probablemente su madre. Apenas escuché la última palabra pronunciada por el inglés, quien no había dejado de hablarme. Pensé que era una mierda morir en un avión al lado de un desconocido que encima de todo no hablaba tu propia lengua.
-...patético.
-¿Qué? Perdone, ¿puede repetir?
-Sí. Que su comportamiento me parece patético.- Tardé unos minutos en reaccionar. Un crujido espantoso produjo más gritos y el absurdo intento de un hombre calvo por abandonar su asiento sin que sus dos acompañantes se lo permitieran. ¿Qué pensaba hacer? ¿Abrir la puerta de emergencia y saltar? En segundos alcancé a pensar que aquello era ridículo y esta última palabra me recordó al inglés: patético, dijo.
-Óigame, yo no sé usted pero yo no tengo ganas de morir. Nadie lo desea- contesté.
-En efecto, nadie lo desea, pero toda vez que usted es un hombre y no un animal sabe que no puede vivir para siempre. Sabe que hay un final, ¿qué más da si es ahora o después?
-Tengo gente que me espera, proyectos, soy joven...
-¿Y esos le parecen motivos para vivir? ¿Ignoraba usted que la muerte puede llegar en cualquier momento? ¿Lo ignoran los suyos?
-¡No, no señor! No lo ignoro ni lo ignora mi familia, pero saber que uno muere no lo hace bueno.
-Vivir es lo importante, ¿no es verdad?
-Creo que me ha comprendido- le dije al tiempo en que el avión giraba hacia la izquierda descendiendo bruscamente. Una azafata pasó corriendo en dirección a la cabina con un equipo desfibrilador, razón por la cual pensé que quizá el piloto tuviera un infarto, pero en ese caso ¿por qué esperar hasta ahora para aplicarle electroshocks? Eso no podía ser la causa del problema, habría un copiloto capaz de hacerse cargo, siempre son dos ahí al frente, ¿no es verdad?
-Celebro que estemos de acuerdo- retomó el inglés -Pero dado que vivir es lo importante no hay razón para gastar energía en relación con la muerte. Mire nada más cómo se ha puesto. No cabe duda de que es usted un hombre de su tiempo: feliz a toda costa, incapaz de soportar no ya el fracaso o la tragedia, sino la mera contrariedad. Esto debe molestarle bastante porque nada puede salir mal en su vida, ¿no es así?
-He tenido fracasos- contesté haciendo de lado su insolencia. Me hacía bien ocuparme en esta conversación para no hacer caso a la cada vez más peligrosa inclinación de la nave que en su descenso ya había alcanzado una capa espesa de nubes. Las sacudidas violentas habían sido sustituidas por una vibración regular y un fuerte ruido en la parte de atrás. Continué: -No creo que mi vida deba ser perfecta, ignoro a qué se refiere o de dónde ha sacado semejantes conclusiones sobre mi persona. Tengo miedo, eso es todo.
-Yo también- dijo interrumpiéndome luego de dar otro sorbo a su refresco- pero creo que el origen de nuestros temores es bien distinto: el mío es enteramente animal, instintivo, impulso controlado de esa ley que obliga a todos los seres vivos a sobrevivir; el suyo, en cambio, me parece un miedo más elaborado, producto de su apego no ya a la vida, sino al espejismo que le sustituye: éxito, dinero, familia, amigos...
-¡Esa es la vida!
-Se equivoca.
-Usted está loco- alcancé a decir antes de que las pantallas de ruta GPS volvieran a encenderse indicando nuestra posición en el mapa: estábamos a punto de entrar en Terranova provenientes del Atlántico. El avión seguía atravesando espesas nubes mientras el altímetro descendía.
-Es posible, pero estoy cierto en que un buen filósofo sabría fundirse con el mundo sin miedos y sin esperanzas, participando de él sin esperar garantías de ninguna especie.
-Yo no busco garantías, yo...
El ruido aumentaba y habló el capitán:
Señores pasajeros, como ustedes han podido comprobar hemos perdido una de las turbinas izquierdas y estamos tratando de realizar un aterrizaje de emergencia en el aeropuerto de Saint-Pierre. Estén preparados para utilizar las salidas de emergencia y los toboganes tan pronto la aeronave se detenga. Mientras tanto, es muy importante que permanezcan sentados sobre sus asientos con el cinturón de seguridad abrochado. Intentaremos alcanzar el aeropuerto en cinco o diez minutos. Gracias.
-Ya escuchó- dijo el inglés sonriendo.

No contesté. El ruido se había hecho ensordecedor y los GPS volvieron a apagarse, pero al menos las vibraciones seguían en el mismo nivel. Cuando la capa de nubes terminó descubrí que estábamos muy cerca del suelo.

Por debajo de mi ventanilla sólo veía el mar.