lunes, diciembre 01, 2008

Estética genética

Dobló el periódico y lo arrojó sobre la mesa, ligeramente aburrido; se concentró en beber su café tomando la taza con las dos manos y mirando el jardín distraídamente mientras musitaba fragmentos de la entrevista que por fin aparecía publicada la mañana de ese domingo: “El investigador franco-peruano Abel Lomelí presenta su libro Estética genética”, título soporífero donde los haya –el de la columna, claro- pero gracias al cual tenía esperanzas de pasar la mañana tranquilo, inadvertido, sin interrupciones que le impidieran terminar de leer la novela de ese mexicano que hablaba de Estambul ¿o era un turco que hablaba de la Ciudad de México? Como sea, un Premio Nobel de esos…
El teléfono sonó a sólo un sorbo del fondo de la taza. La dejó ahí, fue hasta la sala, levantó el auricular color rata:
Oui?
–Qué oui ni qué coños, ¿se puede saber por qué has publicado eso, Abel?
–¿Ernesto?
–¿Y quién más, joder? La comunidad te va a quemar vivo, ¡hostia! en menos de lo que te imaginas tu libro será retirado de las librerías, confiscado sin siquiera tener oportunidad de ser leído. ¿Y todo por qué? Por una puta entrevista en que no has sabido comportarte, mierda, ¡ni siquiera porque se hizo en francés!
–¿Comportarme, Ernesto? En la entrevista no hago sino citar algunas cosas extraídas del libro, ¡lo sabes perfectamente, tú leíste el borrador!
–Claro que lo leí y ya entonces no me pareció bien. Me opuse desde el principio a que los resultados que obteníamos en el laboratorio se dieran a conocer, y todavía más a que invitaras a ese grupo de antropólogos que no hicieron sino manipular los datos para sostener teorías descabelladas… ¡y todo con tu apoyo! ¡joder!
–Era un proyecto multidisciplinario y no había otra manera de conseguir fondos. Además he dejado claro que mi libro tiene dos partes de naturaleza bien distinta: por un lado resultados de una investigación científica bajo mi dirección, y por el otro, historias personales y opiniones… ¡no pueden confundirse!
–“Tenemos identificados los genes que determinan la orientación sexual y explican las razones por las que sólo el 5% de la población es homoerótica: es un error de transcripción perfectamente prevenible en el G23T69”, ¿qué te parece, Abel? Ahora resulta que la homosexualidad es una enfermedad, ¡te van a arrancar los ojos, ¿no te das cuenta?!
–Todo mundo sabe que yo formo parte de la comunidad, ¿lo has olvidado? Y todo mundo sabe que las leyes naturales no están hechas para complacernos…
–Estás equivocado y arruinarás tu reputación y la del laboratorio con estas barbaridades. ¡Por Dios Santo! ¡Recuerda el caso de Watson cuando declaró que tenía pruebas científicas de la inferioridad intelectual de la raza negra! El hombre fue prácticamente condenado al ostracismo… ¡y eso que era el Premio Nobel que puso la genética sobre bases moleculares!
–Watson no tenía pruebas científicas, llevaba años sin trabajar y era un octogenario que chocheaba… Nosotros, en cambio, tenemos un trabajo sólido que, nos guste o no, se ajusta a la realidad.
–“El ideal estético representado por Miguel Ángel en el David florentino no sólo tiene motivaciones artísticas, sino biológicas: sus características físicas corresponden a valores estándar en el genoma humano de origen caucásico, aunque el mismo análisis con computadora comprobó que su fisonomía tiene una alta correlación con el error del G23T69. En otras palabras, el David es gay y el ser humano –hombres y mujeres- se decanta por ese modelo”. Espero que esta mamarrachada aparezca por lo menos en la segunda parte del libro, ¡has enloquecido…!
–Mira Ernesto, yo…
La comunicación había terminado. Se quedó mirando el auricular color rata como si se tratara de un objeto nuevo que alguien hubiera arrojado a su sala desde algún lugar. Chasqueó la lengua y colgó, pero apenas se dio la media vuelta para ir por su taza y servirse más café, el teléfono volvió a timbrar.
–¿Dr. Lomelí?
–¿Quién llama?
–¡Oh, Dr. Lomelí! Quiero felicitarle por la presentación de su libro, es increíble que hayamos tardado tanto en retomar estos temas, ya sabe, la corrección política y todas esas tonterías… Qué bueno saber que todavía quedan personas valientes que, sin importar las consecuencias, se interesan por encontrar la verdad.
–Bueno, yo no he querido mezclar lo…
–Debo confesarle que todavía no salgo de mi asombro al descubrir gracias a Usted las verdaderas razones por las que el modelo occidental de belleza triunfa alrededor del mundo.
–Oiga, se hace cargo de que también hay razones históricas, económicas y…
–Sí, sí, naturalmente, Doctor, pero ¿qué puede haber más fuerte que la genética? Lo saben hasta los extranjeros que aun sin poner un pie en nuestro país intentan vestirse como nosotros, hacerse los mismos cortes de pelo, modelar sus cuerpos para conseguir las proporciones áureas… Ahora entiendo por qué nadie quiere parecer oriental, magrebí o amerindio e incluso por qué en esos países lamentablemente agobiados por su indigenismo, los anuncios públicos, la televisión y aun sus símbolos patrios se representan con musculosos hombres y finas mujeres de tez blanca o cuando menos pálida, amén de ponerles ojos azules o verdes a casi todos ellos…
–Pero señor, no es eso lo que…
–Ya, comprendo que debemos ser discretos para no herir susceptibilidades, no se preocupe, soy una tumba, espero contar con Usted para dar alguna charla en nuestro grupo, todos somos franceses interesados en retomar los estudios de Alphonse Bertillon y los fisonomistas del siglo XIX, estaremos encantados de escucharle para inscribir nuestro movimiento sobre bases científicas…
–Óigame, ¿quién es usted? Yo no soy francés, quiero decir…
–¿Cómo? ¿No es usted el investigador Abel Lomelí?
–Sí señor, tengo la nacionalidad francesa, pero nací en Perú. ¿Quién es usted?
Sintió que le golpeaban el oído izquierdo cuando al otro lado colgaron el auricular. Furioso, una vez más colgó el teléfono color rata y fue por su taza al jardín. Bebió lo que quedaba, hizo muecas con el sabor y textura del café frío, fue hasta la cocina a prepararse un té de hierbas que le vendieron en aquel viaje a Nepal de hace dos años, cuando se decía dispuesto a abandonar sus limitaciones occidentales…
Regresaba a la sala para desconectar el teléfono cuando éste volvió a sonar. Respirando hondo, contestó.
–Diga.
–Hola Abel, soy Elisa, ¿qué tal ayer?
–Bien, bien, sólo que ya ha habido reacciones y no son todo lo amables que yo quisiera.
–Nada que ignoraras, cielo, al menos no hablaste de los transexuales. Me hubiera sentido ofendida, ¡ja, ja, ja!
–Ya encontrarás tú también un motivo para estarlo, ten paciencia.
–No tengo tanta. Leí la entrevista con dificultad y el libro ni soñarlo, ya sabes que no me gusta leer. Pero sabes que quiero un ejemplar dedicado, ¿eh? ¡cholo de Miraflores!
–Claro que sí, indita, lo que tú me pidas.
–Si entendí bien, ¿todos los seres humanos están embobados hasta por razones genéticas y desde hace siglos con los cuerpos Kalvin Clein, cierto?
–Dímelo tú, ¿no te ponen cachonda los torsos esculpidos, los abdómenes planos, los perfiles griegos?
–¡Ja, ja, ja! Claro, guapo, por eso me acuesto contigo, ¡ja, ja, ja! ¿no tendrás tú también defectos de transcripción, al menos bajo el estándar gay?
–Es probable. Cuando vine a Europa la primera vez pensé excitado que de ahí en adelante sólo follaría con esos chicos que llenaban las revistas que tú y yo comprábamos en Callao, ¿te acuerdas? Creí también que mi ropa ya no parecería un montón de trapos descoloridos y desproporcionados, sino que siempre estaría nueva, brillante, como la que llevaban los rubios de las revistas que ahora se paseaban todos los días frente a mis ojos. Creí tantas cosas…
–¿Y qué pasó, cholito?
–Pasó que nunca pude con ellos ni ellos conmigo. Que su mundo exigía una dedicación que no podía darle, una vocación de vacío que me la dejaba floja, ¿tú me imaginas cuidando mi ropa y mi dieta? ¿combinando colores? ¿haciendo el idiota para descubrir que al final ni era blanco ni era rubio ni era brillante? Y encima llegué tarde, Elisa, pero luego llegaste tú, así que…
–¿Premio de consolación, moreno? ¿me estás llamando así?
–Sabes bien que no. Los defectos en la transcripción del G23T69 me habrán hecho homosexual, vale, pero hay una secuencia recesiva en mi apreciación estética –creo que la que va del Gx1T3y al Gx2T33- que me lleva a ti y que explica por qué mi vida sexual nunca fue mejor que en Perú.
–Qué romántico. Y qué mentiroso eres, Abel.
–Soy científico, no me juzgues. Me determina la genética. ¿Vienes esta noche?
–Voy.

Y colgando el auricular desconectó el teléfono, abrió el libro que buscaba y dio pequeños sorbos con cuidado de no quemarse a una taza de té que ya estaba helada.