domingo, enero 17, 2021

Las razones de tu ausencia

Son innumerables las parejas que deben vivir separadas contra su presunta voluntad, casi siempre con un pretexto profesional o económico (pero acaso sólo sea eso lo que se disfraza de razones: pretextos) y en ese sentido no considero que nuestra situación sea excepcional en modo alguno: has debido irte de nuevo para continuar tus estudios. ¿Era necesario? Los que crecimos en dudosos países lidiamos con el complejo de inferioridad de muy diversas maneras, desde el nacionalismo más necio, público y primitivo, hasta las formas más sutiles que intentan sacudirse el pringoso pasado estableciéndose, aunque sólo sea de manera oportunista y temporal (pero nunca se descarta que sea para siempre), en el extranjero. Hay quien continúa o exacerba en el exterior el chauvinismo que motivó su partida. Hay quien intenta convertirse en otro aunque el país de acogida nunca lo asuma como propio más allá de un pasaporte. Resistencia y colaboración conviven en la mentalidad subdesarrollada tanto si nunca se sale del propio país como si se le ha abandonado para siempre. Nacemos pues, de algún modo, condenados a lidiar con una herencia imposible de acomodar satisfactoriamente. ¿Por eso has debido estudiar en el extranjero? Por la parte que toca a la interiorización del hecho de que hay países mejores que este, sí. Pero eso no es todo. Hay buenos estudiantes en lugares acomplejados. Hay, incluso, estudiantes excepcionales, gente brillante, genial. La inmensa mayoría de estos jóvenes notables no lo son tanto como ellos creen y quizá por eso mismo adquieren pronto la convicción de que su éxito profesional pasa por hacerse de un título extranjero. Saben que son mejores que la mayoría en sus escuelas locales, pero dudan que lo sean en comparación con los que llenan solicitudes a las universidades más exigentes, de modo que rara vez apuestan por lo difícil y abrazan sin vacilar cualquier opción de vago o aún anónimo renombre que los saque de su país. No se aseguran ni cuestionan apenas nada acerca del laboratorio, instituto, universidad, presunta lumbrera o equipo de trabajo que los acogerá, porque basta que éstos hayan accedido a recibirlos (una carta de aceptación o recomendación que se lee como un reconocimiento al propio mérito, un apellido extranjero e impronunciable que emana seriedad, incluso la ridícula imagen de una mujer con bata blanca que agita una probeta o aprieta botones en un mecanismo indistinto) para que se sientan ungidos y comiencen el más bien breve proceso de convencerse de que es la mejor opción y ellos el mejor candidato, da igual si buscando cosmopolitismo se reúnen con individuos que nunca han vivido fuera de su país ni hablan otro idioma más que el propio, que jamás se habrían planteado estudiar o trabajar en otro sitio (qué pensamiento tan exótico), que apenas chapurrean un inglés pastoso e ininteligible y conducen vidas más bien burocráticas, da igual si los méritos profesionales de sus ansiados mentores son sólo reconocidos por un puñado de amigos que se reúnen cada cierto tiempo en obscuras conferencias a costa del erario de distintos países o si las instalaciones en las que trabajan son edificios más o menos fantasmagóricos a donde sólo acuden otros extranjeros mientras los nacionales apenas se presentan unas pocas horas a la semana porque prefieren disfrutar de sus familias y amigos en confortables casas y restaurantes desplazándose en cómodos autos tanto si nieva como si hace calor. ¿Por eso aceptaste estudiar en ese laboratorio? Por lo que toca al falso sentido de oportunidad, sí. Pero hay más. Si uno no es un genio, pero tampoco un burro, si uno no puede ya alistarse en la próxima expedición a las Indias con el objeto de descubrir nuevas tierras, si no queda ya sitio para una aventura ordenada que no signifique morirse de hambre como hacen todavía los valientes mochileros contemporáneos a los que no les importa dormir debajo de un puente o no ducharse por semanas, siempre quedará la posibilidad de hacerse de una beca, tanto da si la paga el primer mundo como el tercero, para salir a la conquista de aquel que, si bien traicionó nuestras expectativas profesionales, aún puede brindarnos nuevos amigos y amantes, otras conversaciones y alimentos, enrevesadas situaciones que harán las cuitas de nuestra madurez o una riqueza cultural que la gente más pragmática (o acaso sea la menos inclinada a mentirse a sí misma) no apreciaría en absoluto. ¿Qué interés puede tener un intercambio obligadamente inferior en lo lingüístico con personas que nacieron en lugares remotos? ¿Qué clase de atractivo zoológico o racista puede aún quedar entre los habitantes del orbe occidental contemporáneo para mirar o tocar, oler o padecer a negros y árabes, asiáticos o pigmeos, eslavos o amazónicos? ¿Cuánto dura el hipotético enriquecimiento cultural que atribuimos a estos encuentros hasta reconocer que no hay nada en ello que no sea tan ordinariamente humano como lo que ya nos rodeaba en nuestro pueblo natal desde la infancia? Y así te has ido otra vez de mi lado 'to taste and touch and to feel as much as a man can', en medio de la ambigüedad que supone (o acaso el mensaje es claro y no quiero leerlo) desear este tibio y aun tímido o decepcionante sustituto de la aventura que buscaban los hombres de otros siglos y al mismo tiempo afirmar que estamos juntos aunque no sea físicamente y que nada se quiere más que estarlo de veras en el futuro, en principio con fecha o acaso margen, pero en realidad indefinido como todo lo que aún no ocurre. Ya que las razones profesionales y el subdesarrollo no se aluden más del todo por la demasiada conciencia de su insuficiencia y falsedad, ya que tus palabras niegan lo que tus hechos afirman en relación con la necesidad de instalarte por tu cuenta lejos de aquí mientras te haces de vagos amantes o nebulosas amistades, yo me pregunto qué debo hacer mientras tanto. Descubrimos pronto que llorar es inútil e intolerable, tanto si es por motivos nobles como por traiciones o daños, acaso nos lo permitimos en los instantes de la despedida o en el descubrimiento de lo que no debió ocurrir o debió permanecer oculto y sin relevancia (pero qué la tiene y qué no; y para quién), para luego enfrentarnos a la disyuntiva de seguir viviendo como si no hiciera falta el otro (disfrutar el momento, dicen con estúpida candidez bovina los más simples) o mantener el lazo no sólo con la memoria sino con esa operación artificial que consiste en suspender la propia vida en algunos rubros para guardar lo que antiguamente se llamaba fidelidad, la sentimental siempre más valorada que la física aunque siempre dañe imaginar el cuerpo amado en intercambio con otro, aún de la forma más mecánica y aséptica posible. No lo hace más fácil la variedad de medios para comunicarse pantallas, textos, voces porque una pareja no encuentra su fundamento más esencial en la razón que es la única que puede manifestarse por medio del lenguaje al que quedan así reducidos los que hoy se separan, sino en la irracionalidad del acto amoroso que es carne y olfato, mirada y presencia, y aún presentimiento e invisible lazo espiritual. De modo que, ya lo ves, no resuelvo nunca cómo vivir sin ti ni es deseable que lo resuelva porque sólo tiene una única solución a la que trato de evadir ocupando mi tiempo. Censuro mi sentimentalismo y mi insensibilidad, mi productividad frenética y mi descanso, el solaz al que no asistes y las dificultades que no presencias, el deseo de volver a estar contigo y la inadvertida adaptación a la soledad, el meloso tiempo breve de nuestros encuentros y el largo intervalo entre uno y otro, mi debilidad, sí, pero también mi fuerza. Torturas de tercer mundo. Voluntaria necedad. Amor, sí. Quizá.

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