lunes, noviembre 19, 2007

Sexenio trece

Era de esperarse que al cruzar la frontera, aun en medio de mi desesperación y con el ruido de explosiones detrás, recordara al Dr. Luna. ¿Cómo ignorar que fue él el primero en advertirnos del peligro aunque le costara no sólo la cátedra sino su propia sanidad mental? En aquellos días estaba yo en la ciudad contratado como profesor adjunto del Colegio Mexicano de Historia, contento de haber conseguido por fin aquella plaza que consideraba el culmen de mi carrera académica. El sexenio en que creíamos entrar al primer mundo estaba a poco menos de un año de tocar fin y el Dr. Luna ofreció aquella conferencia siendo director del Colegio. El futuro a partir del pasado había empezado bien y llevaba ya quince minutos pasando una transparencia tras otra frente a un auditorio a reventar, cuando el Dr. Luna hizo una pausa, encendió su segundo cigarrillo y dijo con toda seriedad:
–El primer condicionante de los males crónicos que aquejan al país está en la base elegida para el periodo presidencial: seis años es un mal número.
Hubo ligeras risas en el auditorio, gente esa de la academia que cree que debe reír de todo lo que parezca ironía, broma o comentario audaz a fin de subrayar su presunta inteligencia, que no se crea que se les escapa ninguna sutileza. Entonces el Dr. Luna colocó una diapositiva en que figuraban dentro de un círculo dividido en doce, signos parecidos a los del Zodíaco acompañados de los nombres de los distintos presidentes a partir de Lázaro Cárdenas. En los últimos dos sectores había sendos signos de interrogación. Y continuó:
–Seis es un mal número y la historia de México está desgraciadamente marcada por él desde 1934. Sé lo que están pensando: que el de Lázaro Cárdenas no fue el primer sexenio en la historia de México, que ya Porfirio Díaz había estrenado esa modalidad desde su penúltimo periodo presidencial y que bien hubiera cumplido un segundo mandato de esa naturaleza de no haberse cruzado el movimiento armado de 1910 o su propia muerte en 1915. De acuerdo, pero esa secuencia de sexenios quedó interrumpida y por lo tanto no cuenta en mi análisis. El problema es la secuencia del número seis que viene sucediéndose desde hace casi sesenta años, ¡sesenta! ¡otro seis!
Al silencio había seguido un ligero murmullo. No es que lo que dijera el Dr. Luna fuera todavía absolutamente descabellado, muchos creímos que todo el misterio se esclarecería en seguida y que aquel despliegue de metafísica era sólo un recurso retórico, pero ya había algunos que comenzaban a inquietarse. Aquel excurso, pero sobre todo aquella exclamación, eran notablemente extraños tratándose de un hombre que había estudiado la licenciatura en matemáticas al tiempo que la de historia, que había publicado casi treinta libros sobre asuntos diversos del México independiente, que había impartido conferencias y seminarios en distintos países en nada menos que cinco lenguas, incluido el yiddish. Luna empezaba a temblar cuando a la transparencia previa superpuso otra que encerraba con números al primer círculo. Y dijo:
–El uno representa la unidad, evidentemente, esa especie de apoteosis de la revolución que representó el primer sexenio bajo Lázaro Cárdenas. Todo bien hasta aquí y sin embargo el dos introduce ya una dualidad que sólo puede significar el mal, bien porque ya existía, bien porque recién se introduce. Manuel Ávila Camacho era un hombre pío, razón por la que el mal ya estaba presenta en esa primera unidad, ¿dónde? ¡en el hecho de que ya era seis! Pero ello lo explicaré en un momento más con el auxilio del texto de la Dra. Blavatsky.
Hablaba desaforadamente, con prisa, sus manos temblando mientras abría mucho los ojos. Yo me hallaba en la segunda fila y pude ver el sudor perlando su frente. Apenas consumió su segundo cigarrillo cuando encendió el otro. Se llevaba la mano derecha a la cabeza como si intentara rascarse mientras apoyaba la izquierda en la cadera, abriéndose el saco. Luego alzaba las dos manos como un predicador. Daba miedo.
–El tres representa una nueva forma de unidad como comprendieron los trinitarios y los antiguos, fue la refundación del PRI bajo Miguel Alemán, la refinación del sistema, en tanto que el cuatro vuelve a remitir a la ambigüedad, los elementos clásicos siempre en pugna por arrebatar el espíritu: agua de Ruiz Cortines, aire de Miguel Alemán, tierra del creyente Ávila Camacho y fuego del rojillo fundador de la maquinaria diabólica: Lázaro Cárdenas. El cinco es sinónimo de Satanás y no es casualidad que bajo la presidencia de Adolfo López Mateos ya esté en cargo quien rematará la crisis del sistema, el sexto, Gustavo Díaz Ordaz, cuyo peor año fue el de 1968. Claro: un sexenio, seis; el sexto, seis; y 1968 cuyas cifras suman 24 cuyas cifras suman seis. Tres seis. El Apocalipsis.
Ya no había risas. Algunos habían salido del auditorio y discutían si había que llamar a su esposa o bien dejarlo terminar. Yo no quería interrumpirlo. Su delirio empezaba a parecerme divertido.
–El siete es un buen número, desde luego, pero no en combinación del irremediable seis del sexenio. Echeverría hace creer que cambia de ropaje y resulta ser el mismo, no se diga del ocho, dos elevado al cubo, que resulta en esa catástrofe que fue López Portillo. Nuestro expresidente Miguel de la Madrid logra un mínimo avance por tratarse del noveno, un número bueno si no se enmarca en esa cifra maligna del seis sexenal.
–¿Y ahora, profesor? ¿qué hay del actual y de los que siguen? ¿qué dice su teoría numerológica?- interrumpió un joven estudiante que sonreía creyendo que el profesor bromeaba.
–A eso voy, jovencito, a eso voy. Sesenta años de sexenios terminarán el próximo año. Seis y seis, fatal. Inestabilidad segura. Y no se diga del año siguiente en que comienza el onceavo mandato sexenal porque la suma de las cifras de la suma de las cifras en 1995 es seis. Otra vez mal. Abran los ojos porque lo peor no está en el siguiente ni en el doceavo que cierra el círculo zodiacal, sino en el apocalíptico sexenio trece, cuyo principio del fin es 2006 -seis- y que incluye el paso por el imán histórico del 2010: bicentenario y centenario de la Independencia y la Revolución mexicana respectivamente. No llegaremos tan lejos, me temo, cuando todo incendiará el país, no habrá manera de salvarse cuando el fuego descienda sobre nosotros, cuando...

Ahora estoy en Guatemala y no he podido traerme ninguna de mis cosas. Recuerdo al Dr. Luna mientras se rompe el pacto federal, mientras los muertos se acumulan en la capital del país y en los Estados Unidos se discute urgentemente enviar una fuerza de intervención a México; lo recuerdo gritando a viva voz en aquel auditorio mientras todos intentábamos tranquilizarle. Y tengo miedo no tanto de lo que ocurre cuanto de empezar a ver cosas o escuchar voces donde los demás no encuentran nada...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Pobre Dr. Luna no sabe donde estacionarse, sin parquímetros no reconoce los cajones.

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Resulta peor el pago por error de parquímetros que corresponden a cajones donde hay otro carro estacionado. Deberías permitirme recrear las posibles condiciones que facilitarían mi entrada al CINVESTAV: quizá el Dr. Peludo se vuelva loco... ah, espera...

Anónimo dijo...

¿Qué, tú te crees muy encabellado?