lunes, septiembre 08, 2008

Querer

–¿Diga?- dije al contestar el teléfono luego de subir a toda prisa hasta el cuarto de los diccionarios (tengo muchos, una manía, ni siquiera los he abierto para consultas) donde llevaba ya un minuto sonando como si fuera urgente.
–Buenas tardes- dijo la voz incongruentemente: eran apenas las diez de la mañana –Le llamo para preguntarle si sabe lo que quiere...
Tardé unos segundos en responder, pensando que faltaba algo en su frase, luego creyendo que se trataba de un pedido mío que debía completar, pero no me vino ninguno a la memoria.
–¿Eh? ¿Lo que quiero? ¿De qué?
–Le he preguntado si sabe lo que quiere- repitió obstinado el individuo, una voz neutra con un posible rango de edades muy amplio, entre 25 y 50, me parecía. Pensé entonces que se trataba de una broma y le dije en tono de guasa:
–Quiero que me deje en paz, ¿qué le parece?
–¿Y de verdad se quedaría en paz? ¿es eso lo que quiere, es decir, le falta?
Con lo que venía ocurriendo en el país temí que se tratara de un secuestro, pero luego mi cerebro se inclinó por la simple idea de publicidad por teléfono. Quizá sólo debía contestar la pregunta y descubrir las últimas ofertas de Todotiendas o recibir el premio. Me atreví:
–No, no me falta paz. Y sí sé lo que quiero, naturalmente.
–Qué bien, le felicito. ¿Qué es lo que quiere?
Era una pregunta impertinente, desde luego. Recién acababa de intentar por todos los medios quedarme en el país, sin mucha convicción y sin éxito, y ahora estaba a sólo un día de largarme de nuevo a donde no quería: la bien conocida combinación de orden y progreso por un lado, y alienación, soledad y extranjería por el otro. Pero volvió a mi cabeza la idea de una promoción:
–Quiero ganarme el premio…- dije tímidamente, casi en forma interrogativa.
–Me temo que la vida no guarda más premios que el de su transcurso, señor, y eso ya es difícil de apreciar. ¿Se refiere al premio de estar vivo?
La idea me parecía insoportablemente ñoña. Y aun así alcancé a pensar: “Sí, prefiero estar vivo a morir. Prefiero que mañana no caiga el avión ni descarrile el tren. Prefiero la vida, pero….” Y entonces supe lo que contestaría:
–Oiga, la vida no puede ser premio porque ello implica nuestra existencia antes de ganarla: ¡es absurdo!
–Fue usted quien mencionó el premio, señor. Pero ya que lo aclara, ¿qué es lo que quiere, entonces?- dijo sin darme tiempo a celebrar mi escolástica antiteológica.
Estaba distraído y sosteniendo una conversación ridícula con un desconocido mientras Adriana arreglaba la cocina abajo y un improvisado jardinero cortaba el pasto del pequeño rectángulo verde, en el patio. Un humor melancólico anticipado, parecido al de quien sabe que pronto morirá, se instaló en mi cabeza y me hizo suspirar hondamente con el teléfono pegado a la cabeza. Me llegaba todavía el olor del desayuno de hace una hora, pasé una mano por los lomos de los diccionarios y me percaté de que se había nublado un poco.
–Usted gana- dije. –No sé todo lo que quiero, a veces deseo imposibles, cosas irreconciliables entre sí.
–Lo entiendo, caballero, lo entiendo. Pero querer imposibles también es saber qué es lo que quiere, ¿no le parece?
–¡Menuda victoria! ¿y de qué me sirve si no soy feliz?
–¿Felicidad? Esa es una idea peligrosa, señor, yo no me atrevería a tanto. En cambio saber lo que quiere le da voluntad, lo mueve, lo mantiene ocupado. ¿Está haciendo lo que quiere?
“Y lo que no quiero también”, pensé haciendo una mueca y contemplando en su totalidad los distintos actos de mis tres meses de forzadas vacaciones. “A cada hecho, a cada movimiento lo impulsaba el deseo de consumarse, pero también la esperanza de su rechazo, de su impedimento, de su frustración última”, pensé en breves segundos. Y dije:
–Indudablemente. Y me complace y no me complace.
–Entiendo, señor, es lógico… parece que efectivamente hace lo que quiere- aseguró mi interlocutor.
–Así parece- dije con nuevo aire de suficiencia. Ya había sol de nuevo, algunos rayos caían sobre el globo terráqueo iluminando mi destino.
–Que tenga buen viaje- completó el desconocido para enseguida colgar y dejarme preguntando:
–¿Cómo? ¿Quién le dijo que voy a viajar? ¿Oiga? ¡Oiga…!

Oí la voz de Adriana llamándome: el jardinero ya había terminado.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Maldito jardinero.

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Yo no lo sé de cierto, lo supongo...

Anónimo dijo...

Abate Herblay, las señales de los últimos tiempos:

Un grupo de alumnas de Unitec entran a mi salón y preguntan si es Inglés III. Tuve que contestarles que era Técnicas de Modulación (de voz, no me quedó más que recordar la observación).

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Sí, es bien sabido que cerca del Apocalipsis la gente presenta signos de clarividencia y don de lenguas... También pudiste contestar: "...and God save the Queen..."

El vendedor de cementerios dijo...

Hey miguel un gusto encontrarte en este blob despues de casi 10 anios de no saludarnos, parece que has mejorado en la forma en expresarte despues de todo lo que vi en la secundaria

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

¿Osegui? ¿pero será posible? ¿cómo podría tratarse de Sixto?
No entiendo nada: ¡otra persona que no leyó la realidad a tiempo!