sábado, marzo 17, 2012

Armarios

And you'll ask yourself
Where is my mind?
The Pixies

Cuando hubo pasado el tiempo necesario recordé que en medio de aquella aventura veraniega no faltaron ocasiones entre el sexo y el arroz con azafrán en que me tirara boca abajo sobre la alfombra de tonos azules de su departamento en el último piso de aquel edificio de Černý Most y me pusiera a leer con avidez
El hombre sentimental, llenándome los ojos de lágrimas en no pocas ocasiones y saliendo al pasillo para llamar hasta el otro lado del Atlántico al amor firme y entonces desdeñado que aguantó como el personaje Hieronimo Manur (acaso con mejores resultados) mis inconstancias físicas, que no sentimentales.
Eran tantas las similitudes entre la historia novelada y mi propia historia que amparado por el tiempo transcurrido consideré posible imitar su tono y estructura para explicarme lo que aun no lograba digerir aunque ya no visitara aquel departamento ni apenas tuviera noticias de quien por tantos meses ocupó mi mente y sentimientos (pero sobre todo mi sexo) con un apasionamiento que no volvió a repetirse. Mis notas empezaban así:
"Recuerdo ese tiempo con claridad, aunque también con vergüenza y miedo, sentimientos los últimos que sin duda fueron los responsables de que hubiese hecho tan larga pausa para continuar estas notas que hasta enero de 2003 y durante catorce años escribí con cierta regularidad, cada tres o cuatro meses y casi mensualmente al comienzo, aunque reanudar dicha tarea quizá no signifique todavía la plena superación de lo que entonces tuvo transcurso, si acaso un buen síntoma el desear hacer memoria de lo que hasta hace poco resultaba intolerable como pensamiento y se resistía a la palabra; o es más bien que escribir estas páginas siempre ha tenido el propósito subrepticio de garantizar el olvido mediante la fijación –quizá equivocada, forzosamente subjetiva- del pasado, para cancelar sus prolongaciones y encajar mejor sus accidentes.
"Difícil tarea, si no imposible, discernir sin titubeos lo que vale la pena mantener en la memoria y lo que conviene echar fuera, conseguir el amortiguamiento de lo que escuece o resta paz y no se perdona o bien rescatar a voluntad lo supuestamente necesario o valioso, feliz o afortunado, toda vez que la frontera entre lo bello y lo abominable es difusa y se mueve con el tiempo conforme cambian nuestra edad y circunstancias, cambian los vientos y lo que se antojaba ingenuo y simple nos parece ahora perverso y torcido, lo accidental deliberado, atroz lo que antes pasábamos por razonable y aun generoso; nunca son los juicios firmes ni definitivo el lugar donde reside el tiempo turbio, vano el afán de construirle diques retrospectivos para que no deambule más por el presente o volver explicable su delirio; nadie sabe plenamente cuántas posibilidades contradictorias se cobijan en la sombra del que hoy es e ignora que puede dejar de serlo y aun ser algo enteramente distinto, repugnante a sus ojos de hoy o a los futuros, acaso más penetrantes o quizá más ciegos.
"Y sin embargo lo intentamos todo el tiempo y algo conseguimos: repensamos el pasado, le hacemos preguntas, le proponemos hipótesis inverificables en busca de una solución satisfactoria y ficticia, lo cambiamos de sitio y lo filtramos, le inventamos algún episodio, suprimimos otro o lo fingimos olvidado, sobre todo si en ello nos va la reputación ya no digamos pública, sino la íntima, la opinión de sí mismo que no puede volverse tan pesada que nos asfixie ni tan laxa que todo consienta, sobre todo en mi caso, que exige una nivelación urgente de ese pasado inmediato aun si esto ha de llevarse a cabo mediante el repaso de aquella cada vez más absurda y disparatada vivencia y de la perplejidad y el silencio –largo, absorto- que le siguieron."
Siguieron muchas páginas, pero no demasiadas porque naturalmente abandoné la tarea, primero porque la comprensión de lo ocurrido llegó antes de que pudiera ponerlo por escrito; luego porque la realidad y el tiempo volvieron el episodio (y fue algo más que eso, bastante más: pero no quise verlo) remoto y leve, convirtiendo la tarea de asomarme a él en una innecesaria ociosidad.
Volví a acordarme de El hombre sentimental el año pasado, cuando otro enamoramiento bastante más desgraciado, pero también de menor envergadura, me hizo regalar el libro, pero no releerlo. Había transcurrido casi una década entre mi anterior inconstancia y la nueva, una más que tuvo que tragar el amor firme aunque con menos sufrimiento y más desahogo porque la madurez hace innecesario batirse por causas ridículas: no sólo Hieronimo Manur era más viejo, también el León de Nápoles era mucho más joven e imbécil.
Pese a la resignación que como polvo fino se asienta en las voluntades fuera de las grandes ciudades hasta hacer normal que las noches
aun al comienzo de la primavera y cargadas del recuerdo de otras agitaciones- transcurran solitarias y con la mitad de la cama vacía (el amor firme como ya es costumbre a miles de kilómetros ocupando la otra mitad de la suya), he conocido a alguien. Vuelta de la tentación y el tanteo y el entusiasmo; vuelta del sueño lúcido y la hiperestesia; la complicidad expansiva de una sonrisa y un guiño. Admito: estoy releyendo El hombre sentimental como quien lee un libreto. Es otra ciudad, otra edad, otra flama. 'Incluso otro continente', me digo con indulgencia...
'Pero no debéis preocuparos, yo sería incapaz de seguir mi propio ejemplo.'

3 comentarios:

Anónimo dijo...

I like it!

Anónimo dijo...

Jajajajajajajajajajaja.
Bien, bien.
Para terminar la semana de "cada quién sus muertos" no estuvo nada mal.

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Pero Lord Mogote, ¿acaso creyó que Natalia Manur no era capaz de redactar? Recuerdo haber leído a un crítico de "Tu rostro mañana" diciendo que "no era creíble que los personajes de Marías hablaran todos igual..."
Jajajajajaja