viernes, mayo 29, 2009

Calendario

Saliendo del panteón, luego de enterrar a mi abuelo, Don Teodoro y yo nos quedamos hablando entre los abetos de la entrada mientras familiares y amigos se metían en sus coches con una rara mezcla de prisa y pesadumbre. Sudoroso y formal –traje de lana a fines de mayo- el viejo tipógrafo que por tantos años le imprimiera a mi abuelo los calendarios del taller y se hiciera su compadre con motivo de bautizos, bodas y no pocas comuniones, tanto en una como en otra familia, se secaba el sudor con un pañuelo marrón sin cerrar del todo la boca, como jadeando. Parecía faltarle saliva, pero no dejaba de hablar, un desarreglo propio de los que ven en la desaparición ajena lo que les espera y creen poder engañar a la muerte con verborragia. Pero la muerte no es retórica.
–Fue en el cincuenta y siete cuando Don Jesús me encargó el primer calendario, aunque la verdad fui yo quien se lo sugirió, ya ves que tu abuelo no era hombre de semejantes delicadezas, ¡qué va! ¡si en su vida nunca leyó un libro ni maldita la cosa lo que le importaba! Se burlaba de tu abuela y sus ínfulas de cultura, jamás se le hubiera ocurrido regalar a los trabajadores y clientes del taller calendarios con citas de hombres célebres al reverso de cada fecha, con el santoral completo, con los días festivos destacados en rojo… No, no, ¡qué va! ¡si tu abuelo no era de esos!
¿Sabe, Don Teodoro, que yo conservé los calendarios del taller de los años de mi niñez?- El tipógrafo, que miraba el suelo con sus enormes gafas de fondo de botella, levantó la vista y me miró desconcertado. Parecía que le había anunciado otra defunción y le costó un gran esfuerzo recomponerse, es decir, llevarse el pañuelo a la frente y reanudar su incontrolable río de palabras que, pese a todo, no parecía tranquilizarlo. Tartamudeó.
–¿D-De veras? Mira, mira nada más, qué poco conscientes somos nosotros del destino e influencia de nuestro trabajo, ¿v-verdad? ¿Así que lo has conservado todo, hijo? Los de los años ochenta no se parecen mucho a los primeros, la calidad tuvo que sacrificarse por la carestía, tú comprenderás, ojalá todo hubiera sido como en los años en que conocí a Don Jesús, ¡pero qué va, hijo, qué va! Este país sólo va de mal en peor, lo decía tu abuelo que no votaba y al que le asistía la razón, ya ves que al final ni mis hijos pudieron seguir con el taller, menos mal que hicieron una carrera, todos menos el más chico que prefirió la mecánica a la tipografía, y yo ya estoy retirado, hijo, muy viejo para seguir en esos trotes, ahora todo lo hacen por computadora y cualquiera puede en su casa imprimir los ejemplares que le vengan en gana… ¡qué va! ¡hasta inventarse las fechas
!
El tipógrafo emitió un gruñido que pretendió ser una risa y apenas llegó a mueca, seguido de una tos y un escupitajo que no encajaba mucho con la presunta formalidad que seguía haciéndole sudar copiosamente. Creí oportuno intervenir, aunque sólo fuera para ahorrarle un poco de saliva
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–Mi abuela siempre me leía las citas del calendario, ¿sabe? También me relataba la vida de los santos a que hacían referencia los onomásticos. Debía saber mucho de las cosas de la Iglesia, conocía todos los nombres
...
–¡¿Todos?!- preguntó Don Teodoro con tono de sorpresa y ojos muy abiertos. O serían las gafas. –Quiero decir, son muchos nombres, sabes… El santoral no es el mismo que hace años, recordarás que el Papa eliminó muchos nombres, luego hay días festivos o fiestas que reemplazan el onomástico, en fin, hay que tener memoria de elefante, yo mismo no estaría seguro de conocerlos todos, ¡qué va! ¡si ya la memoria me falla terriblemente
!
–Hablando de las burlas que le hacía mi abuelo a mi abuela, ahora recuerdo que alguna vez, mientras me contaba la vida del santo en turno, le dijo que dejara de inventar historias, que todo lo del calendario eran puros cuentos
...
–B-bueno, tu abuelo, que en paz descanse, ya sabes, era un bromista incurable, ¡quién mejor que su esposa para saberlo! Se burlaba hasta de la iglesia, ¿eh? ¿t-te das cuenta? Era un hombre práctico y sencillo, pero eso sí, un buen hombre, leal y arriesgado, un buen amigo, ¡qué va! ¡un compadre como no he tenido ningún otro! De mí también se burlaba, no creas, alguna vez te habrá tocado verlo, me decía cegatón, Don Topo, El Tibio, decía que no era más que una secretaria con una máquina de escribir más grande, que coleccionaba libros para alimentar las ratas del vecindario, que imprimir los devocionarios y catecismos del Padre José no iba a abrirme las puertas del cielo, ¡Dios Santo! ¡vaya si tenía baterías tu abuelo para reír a costa de los demás…
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–¿No las tiene usted, Don Teodoro?- le pregunté aprovechando la pausa que hiciera para escupir. Y la pregunta sonó mal incluso a mis oídos, y me di cuenta de ello apenas formularla, y comprendí que él podía creer que yo defendía a mi abuelo, y cuando me aprestaba a aclararle que no era mi intención, y que sólo lo preguntaba porque sí, y que no había detrás de mi pregunta ninguna gana de ofender ni el menor atisbo de agresividad, ya Don Teodoro levantaba la cabeza hecho un mar de lágrimas y en medio de una agitación tremebunda
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–¡Sí, sí, qué va! ¡claro que puedo reírme de los demás! ¡lo sabes perfectamente, ¿no?! ¡No me tortures más, hijo, ya está! ¿Qué querías que hiciera? ¡No hay hombre en el mundo que soporte la imbécil tarea de buscar citas notables en los libros! Había que inventarlas e inventar sus autores, había que crear santos para hacer de esta profesión algo menos aburrido, había que distribuir aquí y allá algunos errores para que los días no pasaran todos iguales e indistinguibles. ¡¿Qué querías que hiciera, eh?! Lo siento por tu abuela y por tu abuelo, y también por ti y por todos los que celebraron el día de Santa Catalina Chica y de San Coyezno, por los que leyeron las citas de Galileo Lutero y Martín Galilei, por los que creyeron entrever la sabiduría profunda en sinsentidos como “No hay más mañana que el diario pasado” o francas idioteces como “Hombre es quien mira al frente y no tiene ojos en la espalda”, lo siento de verdad, por los devocionarios del Padre José que incluye a los “gachupines” en las rogativas de los que están en los cielos y por los catecismos que hablan de la transubstanciación de Moisés en el Sinaí y la transfiguración de la hostia en el rostro de los profetas… ¡qué va! ¡claro que puedo reírme…
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–Está usted llorando, Don Teodoro, no es para tanto.- le contesté tratando de tranquilizarle mientras un cielo repentinamente nublado empezaba a chispear
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–Pero si no lloro, hijo, ¡qué va! ¿no ves que ha empezado a llover? Siempre llueve el día de San Juan
...
–Eso es en junio, Don Teodoro.
–San Juan de Mayo, hijo, San Juan de Mayo…- contestó sonriendo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues no te atrevas a burlarte de frases filosóficas como "Sólo al final tiene sentido la soledad". Antonio Vega está muerto y no lo firma Dios.

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

En efecto, murió el día de San Pancracio, santo que "dio las gracias a [sus] verdugos por que le permitían ir pronto a encontrarse con Nuestro Señor Jesucristo, en el cielo". La soledad ya existía, pues, en el año 304 de nuestra era...

Anónimo dijo...

¿304?, pero si en El Ángel de la web dice que murió en el 305. Y mira que don Teodoro ha devenido en webmaster jajajajajajajajajajaja.

raybanoutlet001 dijo...

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