jueves, julio 01, 2010

Miedo

"¿Pero por qué has vuelto? México se va al carajo sin remedio"
Los detectives salvajes, Roberto Bolaño.


Un día antes de irse, al caer la tarde, anduvo varios kilómetros más allá del periférico por avenidas grandes y muy transitadas mientras soplaba un viento atroz y caliente cargado de polvo y mierda. Lo habitual: perros muertos y basura. Lo acostumbrado los domingos: una pandilla de borrachos apretujados en una ruidosa camioneta se detienen a punto de atropellarlo, le gritan entre risas e insultos y enseguida desaparecen haciendo chillar las llantas.
Cuando recupera el aliento no puede pensar en otra cosa que no sea el 16 de abril de 1994 en que luego de comprar una cajetilla de cigarros se puso a fumar mientras esperaba la llegada de sus amigos para entregarse a la toxicomanía burguesa que tanta euforia le procuraba en sus días universitarios. Ellos llegaron en la camioneta del Abuelo ya entrados en calor por unas cuantas cervezas, algo agresivos y con los ojos vidriosos.
–¡Ándale pinche Menón, súbete!- gritó el Abuelo por encima del ruido de la banda sonora de En el nombre del padre puesta a todo volumen.
El espacio en la cabina siempre parecía más grande tras los vidrios polarizados: Maya, Gigio, el Tata y el Negro estaban entregados a una fiesta loca preparando cubas con hielo y limón, encendiendo cigarrillos, trazando delicadas rayas de coca. Avanzaron a lo largo de la avenida Patria rebasando coches con temeridad, trepando a la banqueta cuando convenía, insultando transeúentes, arrojando hielo por la ventana, gritándoles ciegos a los ciegos que esperaban el paso en una esquina cogidos de una mano y con el bastón en la otra. La gloria.
El Abuelo decidió aventurarse más allá de la Calzada mientras Maya se burlaba de todos nosotros diciendo que íbamos a buscar travestis. En el tocadiscos pasábamos de los Caifanes a U2, de Bob Marley a Héroes del silencio. Como no se acabaran las calles del Sector Libertad decidió dar la media vuelta no sin antes pararse a echar una meada. Recargado sobre la camioneta, en medio de la obscuridad, el Tata vomitaba para luego gritar abrazando al Negro y al Gigio "¡Hey, putos! ¡estos son mis amigos!".
Y el Abuelo le dice "Menón, ¿a dónde vamos a ir?".
Y sin dudarlo le contesta: "A la universidad".
Con las luces apagadas cruzan el umbral y descienden luego de estacionarse por la facultad de ingeniería. Gigio entra a un aula y decide cagarse encima del escritorio. Maya y el Negro no pierden más el tiempo y se dedican a coger en la tercera planta. El Abuelo y él se ponen a fumar mariguana, relajados. En un arranque que se pretende visionario, el primero le dice:
–Vas a ser un pinche licenciadillo como mi padre, Menón, igual de puto. Te va a ir bien.
–No te creas.
–Así va a ser.
–No te creas.
Media hora después están en la calle y chocan contra un árbol. Con uno de los rines chueco y el susto de haber visto pasar una patrulla de tránsito por ahí, alcanzan a llegar a casa de Gigio, donde su hermana Pamela se levanta a prepararles unos tacos dorados. Maya y el Negro ya se han ido, naturalmente, sin avisar a nadie. Hay llamadas en la madrugada, gritos al teléfono, llantos. Por la mañana emprenden el camino de regreso a sus casas.
La ciudad continúa cuando el día y sus fuerzas se han agotado. Se detiene y piensa "He perdido", luego da la media vuelta y emprende el camino a casa. Hay maletas que preparar, tal vez matar el tiempo en ese programa de comedia argentino que han puesto en la tele, también cenar sería bueno. Y leer un poco, aunque no cree poder conseguirlo.

Al día siguiente decide no ir a ninguna parte. Escribe.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí está de miedo. Esta tarde antes de ir a aplicar examen estuve leyendo esta misma historia pero escrita por Joyce. Al salir el microbusero fue más imprudente que nunca, le reventó las llantas al camión y los pasajeros tuvimos que caminar bajo torrenciales lluvias; de agua, proporcionada por las nubes, y de mierda, proporcionada por los automóviles que pasaban a un lado.

Tal vez ya estés en la cima de la montaña.

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Nunca leas a Joyce en un microbús: podrías bajar y descubrir que tienes "La montaña mágica" entre las manos. Y en alemán. L'horreur, l'horreur...

chenlina dijo...

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