jueves, mayo 19, 2011

Faults

All faults of character are faults of upbringing
-Dusklands
, J.M. Coetzee.

Noté que insistía en comentar cuán bien le sentaban el envejecimiento y el sedentarismo, que hacía lo posible por adueñarse de la actitud sólida, enteramente pragmática, que según él debía corresponder a su estatus y edad. Hacía esfuerzos, me consta, trabajando hasta altas horas de la noche, pontificando aquí y allá con relativa soltura, organizando los dineros y dejándose crecer una barba espantosa en la que, para su presunto contento, no escaseaban las canas. Fondo y forma, la clásica receta.
Pero costaba trabajo creerle. Tendía a la jovialidad y al estridentismo. Hablaba en exceso. Las ojeras se le acentuaban aun sin desvelarse conforme avanzaba la primavera. Era brillante ocupándose de la vida de los demás –de la mía, por ejemplo- pero la perplejidad le abrumaba al considerar su propio caso, como si hubiese perdido el hilo que desenredaría su madeja. Porque efectivamente estaba enredado, envuelto en ridículas historias a las que por algún motivo se empeñaba en dotar de sentido y altura. Porque madeja había, de sobra, tanto en su pasado como en el presente del que me sentía parcialmente responsable por haber sido yo quien lo puso en contacto con mis amigos. ¿Dónde estarían los suyos?
Me ha quedado la impresión de que los hombres maduros como él terminan solos aunque estén rodeados permanentemente. No importa si están casados o solteros, si asisten a muchos o pocos eventos sociales, si su actividad sexual es frecuente o escasa. Hay una especie de cerco o foso que los separa de los demás: con los más jóvenes porque no los comprendemos ni queremos hacerlo, con sus contemporáneos porque les son consabidos, con los más grandes porque el mutismo se instala como la forma idónea del reconocimiento y el respeto. Da lo mismo si están con la pareja o con el amigo de toda la vida, con el encuentro sexual ocasional o con la joven que les hace gracia en medio de una borrachera: se agotó el discurso, se volvieron inútiles las pantomimas, quedó exangüe la necesidad de adaptación.
En su empeño por apartarse de este destino al que su naturaleza y circunstancias le obligaban, fracasó. Ha quedado, si cabe, más solo que si se hubiese resignado desde el principio. La puntilla de este proceso hemos sido nosotros, los que consentimos o azuzamos su actitud al darle coba y falsa cabida en nuestro círculo, los que le invitamos a nuestras vidas y le reímos sus presuntas gracias, los que –quizá manipulados, eso nunca se sabe- fingimos verle como muchacho desde un ángulo imposible y aun como niño o hermano mayor, como padre o amante, como amigo de una infancia inexistente. Pero no se nos puede responsabilizar porque nos exime la juventud que es inmoral y a él le falta, porque nuestra desigualdad lo hace culpable a él, porque en sus manos estuvo ignorarnos o mantenernos a raya –si alguna vez quisimos cruzarla, y lo dudo- poniéndose a salvo en su elevada torre de sensatez. Y he aquí las consecuencias, su tragedia.
Sé que le veré alejarse, retraerse. Sé que escasearán cada vez más nuestras largas conversaciones de madrugada, su anuencia para asistir a mi vida e incluso para reír de mis tonterías. No importa. Cuando recupere su sitio podrá verme de verdad y no a través de ese cristal distorsionado de su empeño igualitario y enfermizo. Yo también podré reconocerlo mejor sin el peso de su omnipresencia.
Cuando ese tiempo llegue, me pregunto, ¿dónde estarán mis amigos?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¬¬

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

ñ_ñ

Anónimo dijo...

:) after :( then :'( Now :]

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Ah, la sola sola sola modernidad... *_*

Anónimo dijo...

Se refiere a un buen amigo?

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Peor aún: me refiero a la pérdida del norte.