jueves, julio 12, 2012

Rhode

Desde que pasaron los síntomas de abstinencia y me han permitido salir a dar paseos cortos por los alrededores –siempre supervisado por los monitores del centro- me he acordado de sus peroratas en aquellas largas reuniones en la casa verde, su casa, cuando todo estaba aun bajo control y aquel sitio no se había vuelto todavía un picadero público:
–Rhode, admítelo. ¿Cuánto dura una canción? ¿tres, seis minutos como mucho? La misión del hombre contemporáneo que no desea ser hombre de negocios ya no es la experiencia vital, sino la presunción de la misma, la construcción de una fachada que en poco o nada se distingue de lo que antes era patrimonio exclusivo de artistas y excéntricos. Ahora todo mundo cree serlo: comparten canciones y videos, greguerías para Facebook (quién lo dijera), fotografías y películas supuestamente imprescindibles para que les admiremos y comprendamos en su innegable mediocridad que ellos toman por genio. No habla esto únicamente de su nula originalidad cuanto de su ansia de atención y visibilidad, su angustia de saberse en el fondo insignificantes y sustituibles, más que en cualquier otra época de la historia humana.
–Pero justamente intentan paliarlo con esos productos que...
–No he terminado, Rhode. ¿Y paliar qué? No me hagas reír. La identificación con un material preexistente no es la creación del material, ya de por sí insufrible en esta época obtusa. Pero volviendo a tu caso, Rhode, tú perteneces a un subconjunto de esta especie dominante, una subclase todavía más peligrosa.
–Ya va otra vez a meterse conmigo, señor...
–Sí, para advertirte contra el peligro de ser de esos que no se bajan nunca de su adicción a las dopaminas. No me mires así, sabes a lo que me refiero. No me han hecho falta demasiados meses para darme cuenta de que vives instalado en la euforia de una conexión que sólo existe en tu cabeza y que tiene una explicación puramente bioquímica. Unos necesitan rezar, otros abusan de las sustancias, otros como tú se procuran lo segundo disfrazando lo primero de intensa comunicación con el mundo a través de la letra de una canción o el cuento de un nuevo amigo. Mucho cuidado, Rhode, que si estos son riesgos puramente sentimentales no hace falta demasiado para convertirlos en adicciones farmacológicas.
–Pero Usted no ve mal la drogadicción, aquí mismo permite que...
–¿Y qué importa lo que yo mire bien o mal? Yo moriré pronto, Rhode, tengo poco qué perder y estoy harto y cansado. Deja de reírte, idiota, que no es un chiste. Vas por la vida como un mal actor: previendo guiones, saboreando bandas sonoras, inventando escenas musicales, este mismo diálogo te parecerá la hostia de trascendente en algún momento futuro, pero despierta Rhode, despierta ahora porque el mundo concreto no necesita disfraces para retorcerse y nuestra ansia de que vuelva dios es la misma que nos hace esperar al conejo bajo el sombrero del mago... ¿qué tal si abres los ojos y miras a alguien de verdad? For a change... 
Murió, efectivamente. Y en las neuronas que me quedan por cerebro le escucho aun grave y barbado, pese a todo de buen humor mientras su mundo se hundía lentamente y preveía lo que entonces yo no era capaz de ver.
He abierto los ojos, sí, pero el mundo está desierto y no he visto a nadie.

1 comentario:

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Pero Lord Mogote... ¿acaso no lo han dejado salir ni a dar un paseo?