domingo, diciembre 02, 2012

El fin del mundo

Entonces todo el mundo se puso a correr
ni niños ni viejos ni enfermos ni sordos ni muertos,
y en la puerta del cielo se formó un tapón
y sólo pudo entrar el ruido del viento...
—Ángel, Mecano

La hora del alba me sorprende entre semana frente al espejo gris de la laguna, e igual que en ciertos domingos solitarios, creo entrever la intención universal de las cosas por recordarme mi condición mortal y la posibilidad, aun fantástica, de que el mundo siga sin mi participación ni conocimiento, máquina ciega de amaneceres y puestas de sol e historias donde todos los desenlaces han sido ya ensayados bajo todas las geografías y variantes.
Luego olvido. Funciono según las convenciones y doy pocas sorpresas. Puedo repetir sin titubeos las razones que me retienen y convencer aun a media docena de obnubilados del sentido y la finalidad, del objeto y la consecuencia. Pero la verdad es que sólo espero una señal para desaparecer. Y esa señal, si cabe el presentimiento, ha de presentarse pronto según demuestran el ruido del viento y la desnudez de este año y este mes —el último- que avanzan casi sin aspavientos ni adornos como una suave corriente de agua hacia el precipicio.
'Es el fin del mundo', me he dicho una de estas mañanas poco antes de que saliera el sol, justo a la hora en que pasaba la pareja —hombre y mujer, casi cincuenta años- que todos los días se pasea con un gran danés gigantesco que escandaliza a los perros del vecindario. Sencillamente y con resignación lo he comprendido: estaba anunciado en la honda y triste mirada del perro que levantó la cabeza para verme y decírmelo: 'estás lejos de todo como preparación para el fin del mundo; todo terminará.' La amarga verdad de la súbita desaparición de mis apegos —cada vez más dolorosos y poco disfrutables, es verdad, cada vez más distantes, pero a pesar de todo míos- me ha sido comunicada desde entonces por los ladridos feroces en la madrugada y las llamadas anónimas que sobresaltan el pronunciado silencio del salón.
No quiero salir. Por fortuna las vacaciones están cerca y habrá manera de encerrarse en el automóvil por semanas enteras para que sea detrás de sus cristales como contemple yo las llamaradas que bajan del cielo y el hundimiento de las ciudades, el arrepentimiento escandaloso de los que sólo desean que se les permita una borrachera más y la reducción a cenizas de los sitios sagrados donde conversé con los que amé. Y amé demasiado, aunque aquellos ya no lo recuerden. He preparado cigarrillos, un termo con café —muy cargado- y una bufanda tunecina por si diciembre trajera sólo frío (pero todavía no ocurre nada de esto y heme aquí siguiendo las rutinas como si nada pasara y nada supiera), pero yo sé que al final tomaré el móvil desesperado por enviarte un mensaje hasta donde estés y como no responderás sabré que el momento ha llegado y que aquel túnel en el cielo en forma de ojo felino o sexo de mujer me tragará para no devolverme jamás.
Qué triste irse sin haber llegado.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Y no llevarse nada. Y nada sólo es nada, pero es gratis...

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Sí: que vivan los hombres de negocios, yo me largo...

Anónimo dijo...

¿Qué diablos es esto?, ¿los hombres de negocios?