domingo, abril 14, 2013

La juventud que vendría

Cuando me hundía en la alberca municipal dando brazadas —un, dos, tres, un, dos, tres— pensaba con ilusión en los días que vendrían una vez que aquello terminara y tuviese que recoger las cosas de mi cuarto y hacer las maletas y despedirme de cada colega extranjero y más o menos empático o elíptico, para volver a ti y a los desayunos dominicales en medio del murmullo del noticiero local y de los lejanos ecos del coro de la misa de diez, al reacomodo inacabable de nuestra biblioteca mínima y a los excursos nocturnos cuando te fueras a trabajar y el viento me soplara juventudes. Entre brazada y brazada tomaba aire, a veces agua, dejaba correr musiquillas en la cabeza con letras cursis y más o menos reivindicativas. Esperaba.
Yo no he sido viejo todo el tiempo y menos en la piscina, pues era entonces cuando quedaba suspendido el presente para dar paso a un cómodo limbo donde hasta el cuerpo era más ligero. Poco importaba que ya hubiese rebasado la treintena y que la depresión productiva en que me hallaba instalado no me diera apenas tiempo de rasurarme (lo que en buena medida me hacía simpático para los magrebíes y un poco menos tolerable para los franceses): yo rejuvenecía con cada minuto transcurrido con la cabeza sumergida en agua hipercolorada y los ojos hipertiroideos detrás de nublados goggles. Ilusiones, desde luego, que cualquier observador externo e imparcial, casi científico, habría descartado como infundadas, vista no sólo la cada vez mayor lentitud de mis movimientos sino también su mayor pesadez y escasa gracia. Pero lo que cuenta no es la historia que transcurre a los ojos del ojo mecánico, sino la que discurre por su anverso, aquella que preludiaba la juventud que vendría.
En definitiva eras tú la fuente de aquel optimismo, o lo que yo imaginaba de ti en aquellos minutos de ir y venir contando vueltas de cien metros y sintiendo corrientes frías o calientes según me acercaba o alejaba de la fosa de clavados. Nunca he sido bueno para engañarme, pero sí para construir sistemas filosóficos tan bien atados en su lógica interna que sean impermeables a la razón y aun resistentes a la realidad. Si esos sistemas están bajo el agua, aislados del mundanal ruido, todavía mejor. Así que de la piscina salía no sólo limpio del hedor que produce la tristeza cotidiana cuando ya se da por sentada, sino convencido de que en los días por venir —estos días— estarías tú y la juventud sería restaurada. Reanudaríamos la conversación que quedó suspendida en Santa María Tequepexpan, la investigación de nuevos sitios dónde hacer el amor, el perfeccionamiento de la receta para una buena sopa de letras. Volverían la televisión y los libros, la veintena.
Has de comprender que ahora me encuentre un poco alterado de los nervios. Ya no estoy en el norte de Francia y hace años que no veo una piscina. Los gringos sureños que me rodean —arribistas primitivos de mentalidad campesina o ganadera sólo tienen gusto por las alberquitas de plástico y las puertas faraónicas donde posan envueltas en colores chillantes sus estúpidas hijas quinceañeras y sus obesas esposas de mosqueado aparador de carnicería. Los jóvenes no quieren otra cosa y ya se apuran a escoger la solución más estable y el futuro más acotado, la mejor sustituta de sus madres y la diversión más repetitiva posible; viejos prematuros de los que no puede venir el futuro imaginado en cientos de minutos de concentrada recreación —un, dos, tres, un dos, tres— a brazo partido en agua extranjera. Dices que ya vienes, pero no fue aquí donde acordamos volver a empezar.
Te espero. Nada deseo más. Pero sospecho que tú ya sabías que ella no volverá.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=t1iri1gDVHw

Anónimo dijo...

En efecto, la vida sigue su curso y las miradas al pasado son sólo eso. Hasta ahora en mi vida solo una cosa a regresado en muchas ocasiones desde que inicio la plenitud de mi humanidad y has sido tu, redescubrimiento de un amor y un deseo. No ha regresado la juventud, pero si me he vuelto a enamorar. Y para mi suerte, siempre he sido bien correspondido en esa novedad madurada; pero no menos apasionada.