domingo, mayo 01, 2016

Llamado del Frente Estudiantil al Profesorado en Desubicación

Estimados profesores:

Se han pasado de listos. Su misión, más vale que lo sepan desde ahora y recuerden en el ominoso futuro que todo parece indicar promete ser larguísimo, es someterse a nuestra doble moral, no sólo tan acorde a los tiempos que corren y aplaudida frenéticamente por los hombres de negocios que os tienen cogidos de los huevos, sino estimulada por nuestros maravillosos padres que guardan la convicción de que somos la hostia. La doble moral, señores, es la madre de todos los progresos según nos enseñan nuestras autoridades vuestros jefes y permite al ser humano desarrollarse en el sano esquema orwelliano de 1984: si algo te molesta, sustitúyelo por su contrario y ya está. Ese esquema, bien es verdad, fue pensado para consolidar el totalitarismo soviético que reescribía la historia a voluntad del Politburó, sin que a nadie se le hubiera ocurrido pensarlo compatible con las democracias occidentales o los variados capitalismos modernos. Pero miren por dónde ha resultado ser la regla desde que se detuvo el tiempo: no hay responsables, hay sólo puntos de vista; no hay contradicciones, hay sólo diversidad; no hay verdad, hay sólo sana convivencia de A y negación de A, tal vez simultáneas y oh casualidad siempre oportunas.
Es así que vuestro empeño en transmitir conocimientos o habilidades, afear conductas aun en la forma más sutil y constructiva posible, procurar preservar las misiones que tradicionalmente se atribuían a la universidad, debe tener por cota nuestra aprobación en tanto clientes de esa empresa suya llamada escuela: si una palabra nos produce sarpullido, debe ser retirada; si una confianza es excesiva, debe cortarse; si creen necesario para nuestra formación causarnos incomodidad exhibiendo el contraste entre nuestros hechos y palabras, deben ser castigados, no sólo por traumatizar nuestras almas sensibles, sino porque una propuesta tan radical en materia educativa traería como consecuencia de ser exitosa, por supuesto la imposibilidad en el futuro para escabullirse en el momento en que las responsabilidades nos llamen a cuentas, coartando así nuestras oportunidades de supervivencia en una sociedad cambiante que exige de los más aptos como queda probado en infinidad de ejemplos la más cínica capacidad para moverse en la ambigüedad, inclinándose ya por A, ya por negación de A, según convenga.
Estamos conscientes de que la mayoría de vosotros ya está convencido de nuestras posturas y obra en concordancia con ellas, aunque por razones históricas aún se permitan comentarios acerca de nosotros que pretenden pasar por agudos: sepan que los comprendemos y aún apoyamos porque las fachadas y poses son indispensables para la buena lubricación de la doble moral pública, siempre y cuándo mantengan estas actividades en su sitio: en las charlas de café con los colegas, en susurros rápidos por los pasillos, en guiños hacia estudiantes desubicados que creen que son ustedes maestros a la vieja usanza. Todo eso vale, pues la mayoría de ustedes son complacientes y timoratos, no sólo porque hayan corregido posibles inclinaciones antiguas, sino porque ya crecieron en el mismo ambiente que nosotros y son tan faltos de iniciativa, tan intercambiables entre sí por su nula personalidad, y tan mediocres e indistinguibles en sus actividades, que no podemos menos que felicitaros. 
El problema está, desde luego, en que hay individuos quisiéramos creer que aislados que persisten en el error. No les bastan las presiones de sus jefes unos, asnos cabales; otros, hombres de negocios sin escrúpulos que tratan de enderezarlos demostrándoles los beneficios económicos y políticos de dedicarse a la administración de sus cátedras en vez de a su ejercicio, abandonando las aulas a la simulación que mejor acomode a nuestro gusto. Se trata de necios que se resisten a corregir el rumbo hacia la modernidad que estamos exigiendo y que aún creen que las aulas universitarias son recintos para el ejercicio del pensamiento crítico y racional (con la infelicidad inherente a quienes se sujetan a semejante credo); que no son negocios (¿lo dirán por ingenuidad o con la intención de que la realidad se corresponda algún día con sus ideas?); que no deben estar a merced del capital ni de la religión (¿ignoran que las universidades más apreciadas por los empresarios son las privadas y religiosas?). Son unos estúpidos a los que la vanidad intelectual impide descender al nivel humano, demasiado humano, de los tiempos que corren. Si alguna vez consiguen la humildad necesaria y de no hacerlo ya pueden irse despidiendo de sus respectivos trabajos sabrán apreciar las cualidades de nuestra juventud y extrapolarlas a sus vidas adultas donde, insistimos, son de gran utilidad: la inconsistencia manifestada en la capacidad de abandonar aquello en lo que no podemos mantener la atención al tiempo en que nos declaramos profundamente interesados en ello, la habilidad para encontrar culpables en terceros que no sean nuestro núcleo de amigos y familiares, el daltonismo moral que percibe faltas perfectamente nítidas en los otros y ninguna en las acciones propias, la propiedad exclusiva de los tiempos y formas correctos para ser amistoso, bromista, creativo, innovador, emprendedor, atrevido, rebelde y visionario.
Tenemos noticia de que en tiempos no muy lejanos los jóvenes combatieron a los padres en aras de la libertad. Que deseaban una vida pública transparente y de una sola cara. Que combatieron la formalidad acartonada y falaz de las instituciones, la doble moral de entonces. Esos jóvenes estaban equivocados porque para hacer lo que uno quiere no hace falta libertad, sino un ambiente lo suficientemente ignorante para que cuele la más retrógrada de todas las ideas, a saber: la que convence a los adultos de la necesidad de prolongar indefinidamente la infancia de sus niñatos. Si acaso llegara a faltarles semejante convicción, aquí estamos nosotros para recordárselas: seremos los primeros en escandalizarnos de que una profesora haya sido descubierta bailando en público fuera de su trabajo y exigiremos su despido; seremos los que llenen una carta exigiendo la renuncia del profesor que se atrevió a ofendernos llamándonos holgazanes sólo porque nuestra conducta se correspondía con la definición del diccionario; seremos quienes publiquemos en Facebook sarcasmos agudos e ironías de autores anónimos, sin sentirnos obligados a ampliar sobre el tema ni a conceder a otros el derecho a hacer lo mismo cuando nosotros seamos el objeto de la burla. La juventud como baluarte de la gazmoñería; los padres detrás apoyándonos incondicionalmente; los hombres de negocios, el gobierno y las iglesias, en la retaguardia de todo proporcionando el escenario de nuestra explotación... 
Contra el profesorado en desubicación,

El Frente Estudiantil

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