domingo, enero 14, 2018

Provincias

Me dicen que probablemente no me he familiarizado lo bastante con el idioma, pero lo cierto es que no logro retener por mucho tiempo los libros que leo en francés: se me olvidan. Hace años me dije que, puesto que soy un acérrimo defensor de la civilización occidental y los azares de la vida me han puesto en conocimiento de la lengua, no podía pasármelo sin recorrer, aunque sólo fuera por encima, la muy aplaudida literatura francesa. Me dispuse así, tan pronto como me sentí en condiciones de enfrentar la tarea y amparado por el parecido de mi lengua materna con la gala, a disfrutar de los abundantes clásicos que en ésta se han escrito. Pero sin importar si abordaba textos de la posguerra o del siglo de las luces, si con intenciones filosóficas o puramente literarias, los libros franceses eran siempre decimonónicos, afectados de frases y poses, ayunos de ideas. ¿Acaso el francés literario es un reflejo del exceso rococó de sus edificios y decorados? ¿son las novelas de Dumas, Hugo o Balzac algo más que sabrosas aventuras para adolescentes románticos con el mismo valor que las historias del corazón que entretienen a campesinas y costureras? ¿estamos ante genios cuando leemos a los existencialistas con sus historias simbólicas sobre la peste o la náusea? El conocimiento que he tenido de primera mano (si tal cosa es posible para un extranjero) acerca de los personajes que habitan estas tierras, me autoriza a suponer que la pretensión que ya gobierna el trato cotidiano de estas gentes no puede menos que exacerbarse cuando una de ellas decide tomar la pluma y arriesgar una opinión o un pensamiento por escrito, estampando su nombre en el papel. Se creen obligados a parecer ingeniosos, pero resultan cansinos, trasladando a la letra impresa el cosmopolitismo impostado con que se conducen en persona. Como las historias de aventuras que pretendían revelar la naturaleza humana en todo su dramatismo quedaron en el pasado (relegadas a las telenovelas sudamericanas y los hoy abundantes autores de bestsellers), la intelligentsia francesa se ha recetado textos graves y crípticos y opiniones que se cagan en todas las opiniones. Están de vuelta de todo aunque nunca elijan el silencio al on discute. Me dicen que probablemente se deba a que sólo me he movido en la provincia francesa y ni siquiera en la mejor de las periferias. Puede ser. Pero debo agregar en mi descargo que París también me parece una brutal impostura, que sólo ha conseguido vender a turistas sin criterio la idea de una grandeza hace ya mucho tiempo desaparecida. Una vieja puta que huele a orines y vive de sus rentas en palacetes mal ventilados, con alfombras manchadas y paredes mugrosas. Un terreno más abonado al capitalismo salvaje, pero con toque chic: la chica que defiende al proletariado mientras rechaza con asco e histeria un café que no sea de la marca que a ella le place. Pero basta de digresiones. Esto no se supone que sea una crítica para con el país que ha producido el pain au chocolat y otros grandes avances civilizatorios; tampoco para con sus provincianos habitantes que alquilan extranjeros para mejor alimentar la convicción de su cosmopolitismo. No. Es, si acaso, una crítica contra mi propia incapacidad para retener obras francesas y un alegato para defenderme de lo que es casi seguro, a saber, que yo sea el único responsable de dicho problema. Soy una víctima fácil de semejante inversión: nací en la ciudad más grande de la provincia mexicana (suponiendo que hay algo en el territorio de Anáhuac que no sea marginal en el cuadro geográfico y cultural de occidente) y vivo, para colmo, en Santa Teresa, un rincón siniestro del noroeste que ya retrató con todo realismo y crudeza el desaparecido escritor chileno Roberto Bolaño. En Santa Teresa el aire y el agua están contaminados de pesticidas, lo que ha causado un retraso mental generalizado en la población. En Santa Teresa las termitas han sustituido todo material impreso y devorado las escasas maderas que bajan los indios de las lejanas sierras. En Santa Teresa se bebe cerveza aguachinada y se come carne quemada. En Santa Teresa las damas de sociedad son mujeres gigantescas que resisten la tentación de devorar a sus gordos hijos en las fiestas de cumpleaños organizadas para su mayor cretinización. En Santa Teresa autos de vidrios obscuros caen a canales a muy baja velocidad y se hacen pedazos unos contra otros. En Santa Teresa sólo hay escuelas católicas que predican el valor de la resignación ante fenómenos naturales como las balaceras, el narcotráfico o el secuestro. En Santa Teresa el plástico en todas sus formas es el material de buen gusto por excelencia; si importado del otro lado, mejor. Me dicen que, si no otra cosa, dicho páramo debe ser por fuerza de signo contrario a la pretensión, paradigma del carácter llano del buen salvaje, cosa que parece confirmar la acendrada creencia que sobre la franqueza de los norteños existe en todo el territorio de Anáhuac. Luego, sin embargo, empiezan los detalles, y uno descubre con decepción que, como el resto de los mexicanos, los habitantes de Santa Teresa se obligan a la camaradería más abyecta, creyendo que serán tenidos por sinceros entre más bajunos sean sus lenguaje y conducta, más vulgares sus palabras y pedestres sus ideas. Como alcanzar la solidez ha resultado imposible luego de doscientos años de fracasos y complicaciones, su solemne pretensión es que carecen de solemnidad y pretensiones. Todavía más: en Santa Teresa, provincia de la provincia, rizo del rizo, la pretensión de claridad no cuesta nada porque siempre está al servicio de lo inocuo, lo intrascendente, lo absolutamente prescindible; en cambio, todo lo que vale la pena discutir se viste apropiadamente de eufemismo: es sustituido, reemplazado, vuelto de revés. De esta forma, la sinceridad acrítica de los norteños que compran billetes de avión para recorrer el mundo preserva su prestigio tanto como el escribir libros imposibles de recordar salva el cosmopolitismo feroz de los franceses que jamás han cruzado ni siquiera el canal de la Mancha. 
¡Con lo cerca que queda!

1 comentario:

نقل اثاث dijo...
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