domingo, noviembre 11, 2018

El buen forastero

Como es natural, conforme transcurría el tiempo y se asentaba el hecho incontrovertible de la ausencia de mi mujer y las niñas, mi vida en Santa Teresa se hacía cada vez más injustificable, sin por ello encontrar las fuerzas para irme y apenas las necesarias para quedarme, no propiamente ausente del mundo cuanto incapaz de participar en sus controversias con el mismo ahínco con que lo procuraba cuando ellas estaban en casa y hacían mi vida, si no placentera, sí respaldada, un apoyo tácito cuya magnitud sólo ahora comprendía sometido a las conversaciones de Luis Gala, que se decía mi amigo y, enterado sólo superficialmente de mi situación, no dejaba de establecer gruesas analogías entre mi repentina, pero no inesperada separación, y su bien conocido divorcio de cuyos detalles apenas había exentado a un puñado de colegas, todos conocían lo que ahora me explicaba cuando yo no hallaba manera de quitármelo de encima, no porque le faltara amenidad ni gracia en sus relatos, ya ni siquiera algún punto filosófico aunque sólo fuera dicho con rapidez y contenida vergüenza, sino porque yo no deseaba corresponder a sus confidencias con más detalles sobre mi propia vida ni escuchar las suyas que causaban en mí la equívoca sensación de que el paralelismo entre su situación y la mía era efectivo y no mera exageración, aún así de vez en cuando me veía obligado a darle material para que no se sintiese demasiado maltratado y, por qué no decirlo, por esa debilidad que padecemos todos los que nos hallamos solos demasiado tiempo cuando de pronto encontramos algo que, aún insatisfactorio y decididamente inadecuado, presta oídos a lo que llevamos meses o años repasando en silencio, ahora yo llevaba semanas dominado por la idea de irme de Santa Teresa sin que ello se tradujese en un plan, ya ni siquiera un listado consciente de lo necesario para acometer tal mudanza (¿pero a dónde?), de modo que no pude evitar comentárselo a Luis Gala cuando éste me habló de una estancia que hiciera hace algunos años en Sudamérica, un viaje absurdo, según comentaba, de esos que pagan las universidades modernas porque, desvirtuadas y ciegas desde hace décadas, se conducen como empresas cuyos gerentes no tienen más propósito que el de aumentar la matrícula sin considerandos para mejor extorsionar el presupuesto público o privado de quienes creen necesitarlas, así él había aprovechado la circunstancia de que ninguno de los profesores que tenían prioridad quisiera viajar en aquel momento y, con el renuente consentimiento de los gerentes universitarios que siempre lo han visto con reprobación y sospecha, viajó hasta aquella facultad sudamericana donde, a diferencia de Europa donde había pasado muchos años en distintos países, se sentía la placentera levedad del espíritu que le permitía elevarse hasta donde lo deseara, desprovisto de las cadenas de una memoria histórica demasiado abultada y atroz, el aire era más limpio y la voluntad de hacer las cosas desde cero completamente natural, amparados por la vegetación exhuberante de las colinas y el arrullador murmullo de los insectos, un todo de signo opuesto a la inopia del páramo teresiano del que yo llevaba semanas pensando escapar, así Luis Gala se expresaba satisfecho y maravillado de aquel lugar al que aún no había llegado la plaga gerencial universitaria y en donde sus colegas lo recibieron con cordialidad y simpatía, deseando sólo trabajar y conversar, sin que su complejidad y hondura se vieran empañadas por dobleces o sombras, 'ese lugar existe', me dijo como quien va a decir algo más, pero luego se quedó callado con la mirada absorta en el horizonte, el entusiasmo reflejado en el brillo de sus ojos reemplazado por la opacidad de la resignación, entonces le comenté mi deseo de irme y él salió de su ensimismamiento para prevenirme: 'cuando habían transcurrido unos cinco días de mi estancia y me habían sido presentados una variedad de colegas, no sólo amables y dispuestos a compartir sus entusiasmos técnicos, sino también sus puntos de vista políticos, sus ingeniosas bromas que apelaban a la cultura y la ironía, al sarcasmo y a una vida intelectual sana y vibrante, el anfitrión principal tuvo a bien comentarme que todos estaban muy contentos con mi visita y con mi manera de ser, incluso la mujer del aseo a quien me dirigía con escasas palabras por no conocer la lengua local, yo siendo sociable, yo sonriendo, yo presentando mis ideas a un grupo desprejuiciado, fresco, que aún no me daba por sentado ni emitía juicio alguno sobre mi persona, yo invitado a la pizarra lo mismo que al restaurante, al parque o al mercado, yo como en otros tantos inicios en que mis anfitriones coincidían en mi originalidad agradable sólo porque me permitía conocerlos y mostrar un interés que, de entrada, era genuino, pero al que después debía alcanzarlo la rutina y la acumulación de lo acontencido, las sonrisas del buen forastero reemplazadas por el rostro inexpresivo de la industria o la mueca del matiz que todavía puede abrirse más hasta volverse diferencia o grieta que no puede salvar ya ningún puente, un espejismo pues, aquella posibilidad de empezar de nuevo y ahora sí hacer las cosas bien, como si fuese posible una relación sin malentendidos ni entuertos, sin puntos ciegos o daños, como si no fuese cuestión de tiempo para que aquí también se extrañasen de mi eventual falta de aquiescencia y, sin reparar en que a su consideración inicial nunca la acompañó un verdadero interés por mi persona sino por el reflejo que mis cordialidad y disposición les devolvían sobre ellos mismos, me relegasen a los márgenes de su existencia para eventualmente detestarme, yo testigo de su insuficiencia, yo traidor de su confianza, yo forastero que debe seguir su camino', así Luis Gala terminaba de rememorar los pensamientos que le produjo aquella Arcadia sudamericana a la que desde luego no volvió jamás y me advertía sobre la futilidad de empezar de nuevo en otro sito: 'no tiene sentido', remataba, 'cuando conoces perfectamente el resultado... a menos, claro, que sólo pienses en cambiar de decoración para representar de nuevo, punto por punto, la misma obra'.
Y diciendo esto se puso de pie ofreciéndome un cigarro que acepté.

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