jueves, abril 18, 2019

Cuento santo

Llevaba un par de semanas disgustado con la que a todos los efectos era mi novia, una mujer con más voluntad que yo y a cuya insistencia era difícil resistirse si se carecía de iniciativa u objetivos, toda una marca a la que decidí aumentar una semana más, la santa, cuando me invitaron a ir en peregrinación hasta Talpa, no por razones religiosas que, como buenos católicos, tenían sin cuidado a todos nosotros la mayor parte del tiempo y terminaban por manifestarse aquí y allá en breves actos más o menos secretos arrebatados al escepticismo y al sentido del ridículo, sino por la libertad de andar varios días atravesando campos y serranías hasta llegar a aquel santuario entre montañas, riendo como se supone podía hacerse entre amigos y, quizá, reuniendo anécdotas que repasar en los años por venir, cualquier cosa era mejor que quedarse en casa esperando más mensajes de ella cargados de insultos y amenazas, reproches y reconciliaciones que sólo tenían lugar en su cabeza, no me disuadía particularmente que el instigador de todo fuese aquel ex-profesor de la universidad que había partido al norte hacía meses, ya el año anterior había organizado una expedición a la montaña sin nombre detrás del pueblo sólo por la curiosidad de comprobar, decía, que en la montaña no hay nada, como quedó en efecto verificado luego de una accidentada travesía, 'un loco', opinaba mi padre que a su vez opinaba mal de mí, su primogénito, prefiriendo en todo a mi hermano, 'cometes un error al reunirte con ese individuo y más valdría que se fuera pronto de aquí, no tiene nada que hacer en la universidad un hombre así, con la cabeza llena de pájaros, la peor influencia para personas como tú... si tan sólo te ubicaras más en lo que te conviene como hace tu hermano', agregaba mientras limpiaba la herramienta con que volvía de la milpa, un campesino responsable y rígido, mi padre, que si hubiera sabido que el ex-profesor pretendía a uno de los cuatro que iríamos a la expedición o que el restante se había escapado con él al norte presentándose como su hijo ante el pasmo de sus padres, me habría echado de casa cubierto de maldiciones, pero no lo sabía cuando me vio empacar alguna ropa en la mochila y echarme a la espalda el cilindro de la casa de campaña, nosotros éramos de La Esperanza y nadie habría cuestionado que en semana santa nos echáramos a andar por los polvorientos caminos en dirección a Talpa, cubiertos de escapularios y malcomiendo hasta sembrar la ruta de aparecidos y revelaciones, tuvo que enterarse después cuando ella apareció el mismo día de nuestra partida frente a la puerta de la casa preguntando si era cierto que me había ido a Talpa con el ex-profesor, su dizque hijo y su pretendido amante, bien visto aquella combinación no me era favorable, pues prometía dejarme en compañía del hijo la mayor parte del tiempo mientras el ex-profesor se ocupaba de seducir al amante, no es que no fueran todos conocidos míos, pero era con el ex-profesor con quien más intimidad tenía, siempre fui bien recibido por aquellos que, sin parentesco conmigo, me doblaban la edad, ya fuesen maestros o cantineros, así me acostumbré a sostener conversaciones que poco tenían que ver con las bobadas de las que hablaba el hijo o las imbecilidades del dizque amante, un tipo que ni siquiera era físicamente atractivo y con el que el ex-profesor estaba obsesionado patológicamente en aquel momento, 'es un espectáculo indigno, lo sé', me explicaba mientras ascendíamos el cerro del Obispo, 'pero debes saber que en este tipo de infecciones no se puede escoger ni acelerar la prognosis, yo sé bien que mi proceso es vulgar y pasará, de modo que le permito desarrollarse libremente con los padecimientos y excesos que trae aparejado, no hay otra forma de lidiar con asuntos de motivación psicológica que se disfrazan de atracción física, sus orígenes podrían rastrearse en la infancia, pero ¿para qué? eso no va a curarme y quizá es una bendición que él no ceda físicamente, pues la consumación de mis deseos sólo me generaría más culpa; por otra parte (¿por otra?) mi pareja y yo somos cada vez más ideales el uno para el otro mientras más nos alejamos del deseo, es una verdadera tragedia', así explicaba él su situación y alegaba no estar engañando a nadie, enterados como estaban su pareja y el dizque amante de la existencia del otro, pero un individuo tan lógico como él no podía menos que padecer espantosamente estos enamoramientos que agotaban su razón y le obligaban a multiplicarse físicamente, consumiendo todo su tiempo y energías como hacía ahora cargando la mochila del pretendido amante, éste aprovechaba desde luego todos los recursos que el ex-profesor ponía a su disposición: paseos a un sitio y otro, salas de cine y cenas, algunos regalos que yo juzgaba ridículos e inevitables como los que yo hacía a esa mujer voluntariosa que se había quedado atrás, 'siento que no podemos evitar caer en esto, señor', le explicaba yo, 'el amor es en sí una cuestión irracional y vergonzosa, un fardo necesario', él me miró extrañado y pese a la obscuridad que ya nos había alcanzado vi una de sus cejas enarcarse: '¿amor?', dijo, y nos echamos a reír mientras la luna llena iluminaba el descenso hacia la Estanzuela donde comimos frugalmente entre peregrinos borrachos y mujeres rezanderas que cantaban desentonadas y a gritos, lo vi presto a pagar lo que sus presuntos hijo y amante consumían, a esa cartera ágil no podía ganarle la lentitud del primero y la sinvergüenza del segundo, me parecía injusto al principio, pero luego pensé que ese era el destino inevitable de quien establecía relaciones asimétricas, sólo lamentaba que el dizque amante no cediera a las urgencias sexuales del ex-profesor pese a sacarle tanto provecho y apenas contuviera el asco que le daban las canas y las arrugas del maestro, quien pese a todos los esfuerzos por parecer más delgado y joven de lo que era, ya con una ropa adecuada, ya con la prisa por peinarse debidamente al amanecer aunque el agua de la fuente estuviera helada, seguía siendo una persona claramente mayor a nosotros, '¿y qué le voy a hacer?', me dijo cuando marchábamos al borde de la carretera a Mascota, 'este podrá no ceder y si estoy insistiendo es sólo porque la obsesión no da tregua, pero ceden muchos otros, le sorprendería verlo, ceden y dan una enorme satisfacción sexual, anónima y gratuita, por fortuna irrepetible, desprovistos de cargas emocionales o enredos, casi dan ganas de decir que si no tuviera mi pareja estaría mejor viviendo así, ¿no? ¿pero serían inevitables los enamoramientos como el que padezco? ¿sería una vida sexual satisfactoria y variada y sin persona fija suficiente para evitarlos? no lo creo, sinceramente, porque el enamoramiento atiende a una raíz psicológica, no a una descarga endocrina', me dijo fumando un cigarrillo que obligó a los pretendidos hijo y amante a adelantarnos para no respirar el humo que despedía, '¿y si alguna vez cede alguien de quien esté usted enamorado? ¿qué va a pasar con su vida cuando uno de esos niñatos le acepte y, peor aún, quiera ir a fondo? ¿qué va a pasar con su pareja?', pregunté sólo por mostrar interés, pues nada fastidia más que la conversación de un enamorado que vuelve una y otra vez sobre el mismo tema, hubiera preferido hablar con el hijo a quien yo subestimaba hasta antes de ese viaje, acaso porque me parecía alguien todavía demasiado ligado a la infancia y con escasas luces sobre cualquier tema, acaso porque ignoraba la trascendencia que para espabilar tuvo su decisión de acompañar al ex-profesor al norte pese a la oposición de sus padres, no había prestado atención suficiente a la independencia de criterio que esa decisión representó, pero también es verdad que mi manera de ser no era la adecuada para prestar demasiada atención a nada, ni siquiera a la respuesta del ex-profesor: 'siempre he estado dispuesto a cambiar mi vida de manera radical, pero no ha llegado todavía nadie que acepte participar de esta locura, y bueno, así como van las cosas, yo envejeciendo y mis deseos siempre con la misma edad, veo más y más difícil que una cosa así se produzca, quizá ya es imposible', dijo con resignación mientras consumía el cigarro de una profunda bocanada hasta dejar sólo la colilla que luego empujó lejos con un movimiento de los dedos, mi mirada se perdió en los amarillentos horizontes siguiendo la colilla mientras el falso amante y el falso hijo jugaban a derribarse sólo para expresar, con el rostro cubierto de tierra y sudor, el hambre que los consumía y de la que dimos cuenta en Mixtlán, donde nuevamente el ex-profesor pagó la cuenta (que esta vez me incluyó) mientras intentaba coger la mano del dizque amante por debajo de la mesa, entre las sillas, consiguiéndolo a veces y siendo rechazado en otras, todavía le podía a ese ridículo estudiante de arquitectura la vergüenza de ser homosexual, pobre individuo sin asideros que como muchos maricones se había pasado buena parte de la adolescencia criticando a otros uranistas sólo para pretender encabezarlos tiempo después con desplantes de liberalidad e impostado amplio criterio, fue bueno saber al poco de este viaje que el ex-profesor había conseguido poner punto final a aquel estúpido juego al que sólo podíamos asistir sin juzgarlo quienes éramos sus amigos, no que nos pareciera bien, pues eso no ocurrió en ningún momento ni es de amigos negar la realidad, sino porque jamás nos sentimos moralmente por encima de él como con tanta facilidad hace la gente normal, mi padre y la que se dice mi novia, por ejemplo, pero también el dizque amante que a todas luces fue creando una opinión muy elevada de sí mismo conforme pasaron los años y hoy es uno de esos putitos políticamente correctos que están comprometidos con todas las causas imaginables, desde la defensa de los animales hasta la reconstrucción de catedrales góticas incendiadas, con que en eso ha resultado ser el más católico de todos nosotros por cuanto ha interiorizado la hipocresía de manera tan cabal que ya no puede notarla; el hijo, que era más amigo de él, supo que al paso de los años el dizque amante se decía víctima del acoso del ex-profesor, aunque no parecía así mientras le daba su mochila a cargar para subir, de la mano de él, hasta la Cruz de Romero y divisar, desde ahí, nuestro destino, que por distintas razones todos contemplamos con alivio y recogimiento, quizá yo el que menos pues temía los regaños de mi padre al volver ('no quiero ver a ese hombre por aquí ni vas a salir más durante un mes', diría sin creérselo él mismo, pues siempre recibía al ex-profesor con toda amabilidad cuando éste, sin importarle lo que le comentaba aunque cada vez menos por razones geográficas, pasaba a visitarme) y la reanudación de esa relación con mi voluntariosa mujer de la que ya no tendría fuerzas para escapar (¿sería eso lo que le pasaba al ex-profesor con su pareja? ¿una resignación que va acomodándose a las ventajas y luego se resiste a cambiar o a reconocer su caducidad? qué difícil es todo) y así llegamos a Talpa en silencio y nos arrodillamos frente al altar de la virgen sólo para quedarnos a solas con nuestros pensamientos, el templo y las calles hirviendo de gente que las dejaba intransitables de mierda y orín, los restaurantes con los precios elevados y las porciones ridículamente exiguas, yo cedí a pedir que no muriera nadie pronto (no se me concedió) y a pedir perdón por el sufrimiento (pero causé más) y a que se me concediera la merced de volver a la Esperanza donde aún, mucho tiempo después, sigo viviendo. 
Y la mujer de iniciativa también, conmigo.

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