domingo, diciembre 08, 2019

Derecha

Se habían conocido en la fiesta de los hispanohablantes una helada noche de febrero. Habían intercambiado números. Quedaron de verse hoy para comer en el restaurante marroquí que queda por la gare. Por la mañana, despreocupadamente, él escribió:
'En los países de verdad izquierda y derecha significan algo, son productos de la razón; en los países de juguete, no. Precaución: cuando escriba los alemanes debe entenderse como el conjunto de individuos que ha formado Alemania a lo largo de su historia. Lo mismo cuando escriba los mexicanos. O los franceses. Francia y Alemania son países de verdad. México, no. En aquellos es posible construir y discutir sobre lo construido porque existe la honestidad intelectual; en éste, no. Los mexicanos tienen una sopa podrida en la cabeza que lo mismo los previene contra la paz que contra la guerra. Están así exentos de cualquier compromiso moral o científico, de la obligación de reconocer la realidad o distinguir categorías. Los mexicanos son dueños de la verdad absoluta porque su inconsistencia orgánica les permite deducir de la sopa mental cualquier verdad y cualquier mentira, un enunciado y su contrario: izquierda es derecha que es izquierda que es derecha. No están obligados a llevar la pesada carga de racionalidad de los franceses que les ha llevado al rígido mundo de los droits de l'homme. Pueden prescindir de la matemática y la física que han padecido los alemanes, incluso de la filosofía o el arte para quedarse sólo con la artesanía y el folclor. El orgullo de ser mexicanos. Por eso no debe preocuparnos la posibilidad de que México adopte un gobierno de signo autoritario o anárquico, de que llegue a este o aquel extremismo político o ideológico, porque el mexicano es sencillamente incapaz de entender y menos aún de adherirse a cualquier causa o doctrina, a cualquier pensamiento o estructura, no las tolera y quiere pronto sacudírselas para volver a chapotear en la sopa ilegible de su cerebro. Los mexicanos están hechos para disfrutar irresponsablemente del mundo sin comprometerse siquiera a poner la basura en su lugar.' 
Ha llegado puntualmente, pero ella, la francesa, todavía no está. ¿Debe esperar afuera? El día está frío pero despejado. Ha venido andando desde la residencia y cruzado el parque de la Rhonelle. Ha visto a las familias pasear a sus perros. Ha mirado con entusiasmo la vitrina de una librería a la que no ha entrado para llegar a tiempo. Espera con ansia el día en que pueda leer en francés. Sonríe. Ella aparece de pronto delante de él, un par de besos, qué bien te ves, tú también y adentro. Se dejan conducir por el maître hasta una mesa cercana al radiador. Todo está decorado en tonos blancos y naranjas. De las mesas cercanas llega un agradable olor a platillos que él jamás ha probado. Un mesero ceremonioso les ofrece vinos y él, admitiendo un desconocimiento lógico en tanto que mexicano, deja que ella escoja una botella. Cuando la traen, ella la prueba y luego se disponen a hablar de sus respectivas vidas porque apenas pudieron saber lo justo el día de la fiesta de los hispanohablantes: que ella había vivido en México, que él no sabía bailar.
'Su español es extraordinario', piensa mientras ella le relata cómo se fue a México en busca de aventuras con apenas veinticinco años, viviendo precariamente como profesora de francés, viajando mucho a expensas de amantes mexicanos y extranjeros, a veces yendo a pie por pueblos polvorientos o en vehículos de desconocidos a través de la selva, 'una mujer enamorada de mi país como de un parque de diversiones, ¿por qué?', se le quiebra la voz al contarle cómo conoce en una playa de Oaxaca a un arqueólogo francés del que se enamora perdidamente, cómo renunció a él el amor de su vida luego de cinco años de relación, sólo por resistirse a formalizar un matrimonio, '¿está arrepentida? está, sobre todo, sola, hablando en español con un desconocido, salpicando la conversación de güey y no mames, apasionada y deprimida'. No desea tener que consolarla cuando en los ojos de ella tiemblan lágrimas que, por fortuna, no caen. El mesero se acerca y queda así, definitivamente conjurada, una escena incómoda para la que él no tiene apetito: couscous agneau, couscous merguez. 'Pero ya fue bastante de mí, ¿qué tienes que decirme tú de tu vida? A ver', le dice ella reconsiderándolo con curiosidad, regalándole una sonrisa mientras se pasa la servilleta por los ojos con delicadeza.
Es el mismo momento que ha vivido ya muchas veces. Antes tomaba la iniciativa y mentía alegremente: tengo una mujer que es médico, se llama Adriana, vivimos juntos desde hace varios años, no hay hijos. Podía entonces filosofar en igualdad de condiciones con los otros. Podía entonces trabajar sin miedo a que le afearan la conducta. Sobre todo cuando era joven y su situación todavía más frágil. ¿Por qué se lo permitió entonces con sus nuevos compañeros de trabajo a tanta distancia del no país? ¿Qué le va a decir a esta mujer desesperada? Mirándola comprende que ella no está aquí sólo para comer, sino para acostarse con él. '¡Qué estúpido he sido!', se dice, '¿cómo pensé que ella interpretaría mi invitación allá en la fiesta de los hispanohablantes? ¡qué imbécil!' Y entonces se decide a decepcionarla. 'Shingado güey, no me digas eso, ¿cómo así?'. Ella hace un puchero y luego se ríe moderadamente, apoyando su cabeza contra el puño al final del brazo que se acoda sobre la mesa. Los platos llegan a tiempo, humeantes. Él le coge la mano restante con las dos suyas y le ofrece disculpas (¿de qué?).
Más de lo escrito esta mañana: 
'El blanco es un color. Tengo ojos. Yo no soy blanco. Hay personas blancas. Hay personas negras. Puede ser que por causas históricas muy injustas y no por razones genéticas haya más negros que blancos en las cárceles norteamericanas. Puede ser que por esas mismas injusticias y no porque sean morenos y pobres, las cárceles mexicanas estén llenas de éstos. Prietos, les dicen. Cholos, les dicen. Indios, les llaman también a los más morenos o pobres o ignorantes, sin que haya relación alguna con los grupos indígenas. Aunque éstos deban definirse de alguna forma. Aunque los indígenas sean morenos, pobres e ignorantes. Racismo. Los franceses tienen sus propios indios: se llaman magrebíes; tienen sus propios negros: les dicen africanos. Tienen otras razas también, aunque la gente políticamente correcta insiste en que sólo hay una raza, la humana, como si con eso desaparecieran las diferencias. Llámenle como quieran. Tipos. Clases. Grupos. Tengo ojos. Los alemanes siempre han sido juzgados como un pueblo racista. Por haber votado a Hitler que hablaba de razas superiores e inferiores. Por haber participado en el exterminio de millones de judíos. Judíos: otra clasificación ¿de qué? ¿de raza? ¿de religión? En todo caso los alemanes cometieron un crimen odioso con el que cargarán durante siglos. Gracias a él he oído a muchos mexicanos felicitarse por no haber caído en esos extremos. Aunque no cuenten con Einstein ni Planck ni Riemann. Aunque no tengan a Bach ni a Beethoven ni a Durero. 'Al menos no hemos hecho la guerra para colonizar a nadie como los franceses', dicen orondos. Sin un Pasteur o Descartes que presumir. Sin un Proust. Cuando hacen comedia imitan a Cantinflas y Chespirito, personajes chistosos. Cuando hacen razonamientos imitan a Cantinflas y Chespirito, personajes tramposos. Cuando hacen ciencia o arte imitan a Cantinflas y Chespirito, personajes ridículos. Cuando hacen política imitan a Cantinflas y Chespirito, personajes grotescos. Francia y Alemania son países de verdad, México no. Tengo ojos.'
Él pagó la comida y ella aceptó fingiendo resignación: 'yo sé que en México el hombre siempre paga'. Cincuenta euros. Lo invita a su departamento, que queda a pocas cuadras de la gare, y él acepta deseando largarse. La toma del brazo. Andan a paso lento mientras ella habla. Está preocupada por el paso del tiempo y porque nadie viene a ocupar el lugar que dejó el amor de su vida. Sufre la falta de sexo. Padece el trabajo de profesora de español en una escuela secundaria de las afueras donde los estudiantes son unos miserables. Por las noches duerme poco y mal. Él se encuentra incómodo con esa conversación propia de depresivos y suicidas, menos por el tema que por el egoísmo absoluto que suele dominarles y que no admite interlocutores sino repositorios de monólogos interminables. De modo que apenas entran al departamento y él trata de desviar la conversación hacia los libros que llenan la pared junto a la entrada. 'Oh sí, la Revolución', dice ella deslizando una r francesa al inicio, 'soy una gran admiradora de Fidel Castro y del Che Guevara, la pureza del hombre nuevo, no me gusta el comunismo a la rusa ni a la china, pero mira este libro sobre Salvador Allende, ¿eh? ¿qué me dices? ¿y qué tal lo que hicieron los que ganaron en Vietnam? ¿qué tal Nicaragua?'. Desde luego Sartre y Camus. Por supuesto Althusser. Sobre la mesita de centro algo de hierba y resinas con las que lía un cigarrillo. '¿Gustas?', le ofrece sonriendo para luego ponerse seria: 'no te escandalizarás ¿verdad? en tu país fuman esto todo el tiempo ¡y fresco además! esto de aquí ya está muy tratado, es más fuerte para que rinda, ¿seguro que no quieres?'. Un poco de tos y carraspera la obligan a abrir una ventana a pesar del frío que afuera recrudece con el atardecer temprano. 'Deberíamos vernos más seguido, ¿no? Hay un restaurante griego que me gustaría probar, a lo mejor la semana entrante, eso estaría bien. O si hace bueno podemos ir hasta el lago de Vignoble, ¿eh? hacer un picnic, nos llevamos una botellita de vino y unos churritos ¿eh? que no te pienso violar, no te preocupes, yo te entiendo completamente, ¿estás seguro de que no te gustan las mujeres?'.
En la obscuridad de su habitación, escribe:
'He regresado a pie por banquetas bien construidas, por calles señalizadas, por fachadas monótonas, pero bien cuidadas, todo estaba limpio. Siglo catorce o dieciocho o veintiuno, da igual: consistencia en lo material como en el pensamiento. ¿Y esta mujer que he conocido quiere ir a donde no haya una banqueta igual a otra? ¿sólo para fumar buena hierba? ¿sólo para poder pagarle a un policía para que la deje ir? ¿la libertad de la anarquía es superior a la del derecho? Si es así, habría que hacerse de una buena pistola. De dinero o de un pasaporte francés. Porque de otra forma no es posible convencerse de que dos más dos da cinco. O tres.'

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