sábado, noviembre 30, 2019

Izquierda

Como le quedaban pocos días en la universidad, se lo había permitido. Una fiesta de excesos etílicos en compañía de colegas. No para él y mucho menos en plan de despedida, sino una de tantas que ellos hacían periódicamente y a la que ahora él asistía. Jesús, el alcohólico, ya estaba borracho cuando llegó:
¡Cabrón, qué bueno que vienes! ¿cuándo te vas?
En tres días, Jesús. Ya tengo empacadas las cosas, ¿no quieres venir?
¿Y qué voy yo a hacer en el extranjero? ¿eh? Un mexicano de verdad, cabrón, como yo... Uno del pueblo, chingado. No te critico, ¿eh? Que conste. Pero hay tantas necesidades aquí, cabrón, mira...
Jesús extendió el brazo, demostrativo, y él distinguió algunos estudiantes entre los asistentes. Era la casa del coordinador.
¿Y no te inhibe beber con estudiantes?
¿Inhibir...? Muchos son mis amigos, cabrón, chavos leales que igual que el resto están indignados con lo que pasa en el país...
Se acercó el coordinador. Cincuenta y pico de años, ingeniero, la ropa llena de lamparones contrastando con su enorme influencia como operador político al servicio de la rectoría, le puso la mano en el hombro y sonrió, afable:
Doctor, qué bueno que nos visita, de haber sabido le habríamos organizado una despedida en forma.
Eso es justamente lo que trato de evitar.
Jesús se rió desproporcionadamente como si hubieran contado un chiste.
¿Va a venir mañana a la marcha doctor?
¿Marcha de qué, ingeniero?
El Sapo Erecto. Así le llamaba en privado al coordinador por sus ojos saltones. Le vino el mote a la cabeza mientras lo veía fruncir el ceño como quien no puede creer que el otro no sepa. Intervino el alcohólico atropelladamente:
¡Para defender al país, cabrón! ¿No ves que nos robaron la presidencia? ¡La derecha de siempre! 
Gotitas de saliva volaron por el aire. El ingeniero se acercó como si deseara comunicar un secreto. Tenía mal aliento y entre sus dientes podían distinguirse restos de comida:
Doctor, vamos a marchar por la dignidad, ¿comprende? No es posible que el órgano electoral se burle de nosotros de esa manera. Yo vi cómo se robaban las urnas en los pueblos de alrededor y sé de buena fuente que este fraude lo han organizado hasta con la ayuda de la iglesia.
Pero ingeniero, ya no estamos en los setentas, las elecciones las organizamos nosotros. En una democracia...
¡¿Cuál democracia cabrón?! interrumpió eufórico Jesús ¿qué no ves que nos va a cargar la chingada?, ¿de verdad no lo ves?
Jesús se llevó una mano a la cara e hizo ademán de llorar. El ingeniero lo reconvino poniéndole el brazo libre sobre la espalda y continuó hablando muy rápidamente al recién llegado:
Doctor, al candidato de la izquierda le robaron la elección. Ese es un hecho incontrovertible por el que debemos protestar. Al país le urge ensayar una fórmula keynesiana, ¿comprende? Durante años nos han obligado a seguir las consignas del Banco Mundial, del Fondo, hemos sido títeres de Washington desde Salinas. Pero el pueblo está harto y ha decidido cambiar, ¿no debería la universidad respaldar a ese pueblo? ¿no deberían las élites intelectuales ejercer su responsabilidad moral? Vamos a hablar claro y alto, vamos a marchar para que se enteren los que tienen el poder.
¡Vamos, güey! ¡es por la universidad! Los políticos ganan un chingo de dinero y nosotros nada, ¿no ves que si el candidato de la derecha toma posesión mañana nos va a ir peor?, ¿no quieres ganar más, cabrón? ¿eh?
Miró a su alrededor rápidamente. La casa grande, con pocos muebles. Las fotografías del Sapo Erecto en Cuba, en Rusia, en Santiago. Con su esposa. Con sus hijos. Con su señora madre. ¿Era pobre porque vestía mal? ¿Porque comía en las fondas de alrededor como cualquiera de los profesores? Nunca lo había visto pagar sin solicitar una factura a nombre de la universidad. Nunca dejar de ser generoso con los demás a costa del erario público. Esta fiesta, aquellos viajes, la renta de esta casa, no eran pagados de su bolsillo.
Supongo que debemos ser solidarios contestó al fin. Llevaba meses de verlos en el trabajo, primero tratando de convivir y luego haciendo esfuerzos por evitarlos. ¿Qué ganas podía tener aún de discutir si eran individuos a los que los aspectos académicos tenían por completo sin cuidado, seres extraordinariamente mediocres, convencidos insufribles de su propia bondad, burócratas indistinguibles de cualquier otro parásito del estado? 'Ya me voy', pensó, 'debería divertirme'. Y se le dibujó una sonrisa.
Lo que pasa, ingeniero, es que sólo hasta ahora, cuando estoy a punto de irme de mi país, comprendo la hondura de sus sentimientos para con el pueblo y me avergüenzo de no haber estado antes con ustedes. Cuánta razón tiene, sí señor. Protestaremos mañana y pasado y seguiré haciéndolo desde el extranjero, ¡faltaba más!
Contamos con usted, doctor dijo el ingeniero dándoles palmadas en la espalda y retirándose enseguida hacia otro corrillo. 
Jesús lo abrazó, cayéndose de borracho. Él hizo lo necesario para no desairarlo apartándolo suavemente, pero sujetándolo con un brazo. 
¡Yo sabía que eras un patriota, cabrón! Aquí se te quiere de verdad, no sé cómo puedes irte.
Es por trabajo, Jesús, por lo demás claro que hay mucho qué hacer aquí, estoy de acuerdo.
Va a haber otro estallido, ya verás, el pueblo va a defender a su líder...
Con gusto empuñaría un arma para ayudar a ese pueblo, Jesús, pero resulta que no tengo más pistolas que las de agua...
A puñetazos vamos a defender el voto de... se interrumpió. Dos estudiantes, también alcoholizados, se acercaron, y Jesús soltó al doctor para dejarse cargar por los estudiantes, uno a cada lado, como si de un par de muletas se tratara.
Profe, ¿que se va fuera? ¡quédese pues! ¿no ve que se va a poner bueno?
¿Usted cree? ¿bueno para qué?
Intervino el otro:
Pues el maestro Jesús dice que se va a armar la revolución.
No lo digo yo, chingado, lo dice Claudia dijo el alcohólico al tiempo en que la buscaba con la mirada perdida. Claudia, su novia. Treinta y dos años. Encargada del así llamado departamento de difusión cultural. Cuando por fin la vio agitó los brazos violentamente y dio grandes voces ahogadas. En un rincón podía verse al Sapo Erecto rodeado de secretarias. Su especialidad.
Ya estás borracho, Jesús dijo Claudia, fingiendo molestia. Los estudiantes se rieron a carcajadas.
Eh, profe, ¿va a dejar que lo regañen? Jesús bajó la cabeza como si de verdad estuviera apenado, se tambaleaba abrazado a los estudiantes, uno a cada lado. 
¿Tú también esperas una revolución? intervino el doctor, ya dispuesto a llevar la farsa a fondo porque déjame decirte que yo espero llegar hasta las últimas consecuencias, poner a los fascistas en su lugar, que reine el socialismo en nuestra patria, ¡chingado!...  alzó el brazo izquierdo, aguantando la risa.
¡Yo siempre voy hasta el final, hasta la victoria, siempre, camarada! contestó Claudia muy seriamente alzando su brazo también. Y el doctor dirigiéndose a Jesús:
Debes cuidarla mucho cabrón, ¿me oyes? ¡Levanta la cara que te vea! ¡Y ustedes no se rían, muchachos pendejos! La patria está en peligro y esta mujer vale mucho. ¿Me oyes Jesús? Ella no está en condiciones de vivir la mediocridad de una relación burguesa, ¿me entiendes?
El alcohólico asentía pesadamente con la cabeza, balbuceaba:
Yo tengo sus ideas, güey, de verdad la entiendo, estoy con ella en todo, vamos a defender la dignidad, palabra, voy a responder...
Primero debes curarte de tu alcoholismo, Jesús dijo Claudia dándole una ligera cachetada en Cuba ya te habrían encarcelado por degeneración, pendejo, ¿quieres defender la patria? ¡abajo el alcohol y arriba la mariguana! y estalló en una risa chillante junto con los estudiantes; uno de ellos sacó un churro y lo mostró orgulloso.
¡Escúchala Jesús! volvió a la carga el doctor ¿no ves que el mañana es de mujeres así, emancipadas? Serán ellas las que hagan caer a los títeres que nos quieren imponer, ella es como una Pasionaria, ¿ves? Rebeldía en estado puro. Claudia, yo estoy contigo, debemos impedir que la derecha se burle de nuestro candidato.
¡Es una porquería lo que hicieron! ¡lloré de rabia el día de las elecciones! Salí a la calle a gritar de frustración, ¿sabes? '¡se van a arrepentir, fascistas de mierda!', gritaba. Yo quería irme a estudiar el doctorado en ciencias políticas a España, pero visto lo que ocurre no sé si pueda hacerlo, seguro me tienen fichada por mis ideas, el Cisen, la CIA...
'¿De verdad cree que alguien la puede estar investigando? Esta idiota insignificante, esta estúpida teatrera, ¿de verdad cree que le importa a alguien? ¿Cree en algo esta gentuza o sólo se aúpan unos a otros como primates salvajes para mantener sus privilegios, aún psicológicos? ¿No serán en esencia como los terroristas islámicos y los etarras, como los comunistas de la Europa Oriental o los militares sudamericanos, gente que un día está ciega de euforia gritando consignas y al otro ya está tranquila bebiendo café en Starbucks? Dios santo. La necedad, si colectiva, dos veces necia', pensó el doctor sin prestar atención a la intervención de los estudiantes. La tomó por el hombro con un brazo y la atrajo hacia sí:
Te admiro, Claudia, ¿lo sabes? ¿puedo decirte camarada? Porque yo sí me doy cuenta del dolor que te atraviesa cuando miras la pobreza de alrededor, yo sí me percato de tus ganas de incendiar las estructuras que nos oprimen, ¡puta madre! ¡cómo no nacimos en otra época, Claudia! Una en que mereciera la pena apoyar a los que luchaban por el proletariado universal, una de armas tomar, no de marchas que no resuelven nada. Habría dado mi vida por acabar en los calabozos de los torturadores y escupirles a la cara.
Profe, no se exalte dijo uno de los estudiantes.
¡No seas pendejo! le espetó Claudia al estudiante no es exaltación, es la justa indignación de las personas que somos conscientes, ¿ves? ¡Yo pienso lo mismo que él y quisiera morirme combatiendo a esos hijos de puta! Mañana en la marcha habrá que hacer pintas, preparar cócteles molotov, de verdad sacarles un pedo, ¡puta madre!
Jesús levantó la cabeza, los ojos se le iban de borracho:
Tienes razón, cabrón, yo sé que Claudia vale mucho, yo sé que no estoy con cualquiera, mija, reina, ven para acá conmigo e intentó zafarse de los muchachos para irse al suelo. El Sapo Erecto volteó comprensivo desde la otra orilla del atestado salón. Las secretarias y algunos estudiantes se rieron. Ella se dejó arrebatar al doctor. Dijo, juguetona:
Jesús, estás borracho, voy a pedirle al coordinador que te dé el día de mañana, ¿eh? Así no puedes ir a la marcha, no estarás en condiciones, debes renunciar a tu alcoholismo Jesús, ¡es por nuestro país, chingado!
Se acercó el coordinador, de nuevo. 'Un intrigante al estilo de las novelas de Eco, un personaje de Balzac o Dumas con nosotros. Diabólico, perverso, nunca pierde la compostura ni aún soltando los más escandalosos mojones políticos o filosóficos', pensó el doctor. Y luego: 'lo echaré de menos'.
Claudia, ¿por qué no te lo llevas a acostar arriba? Que descanse un poco.
Ingeniero, es que es muy necio, no le perdonaré que no vaya a la marcha. Todos debemos ir.
Va a ir, ya lo verás intervino el doctor, dirigiéndose al alcohólico: ¿Verdad Jesús que vas a ir? Anda, camarada, no vas a dejarme abajo ahora que ya han logrado convencerme, ¿eh?
Jesús no respondía.
De modo que se ha decidido, doctor. Enhorabuena. Una persona de su calidad no puede faltar a esta protesta contra el fraude. Nuestra universidad debe adoptar una postura acorde a sus convicciones.
'¿Nuestra? Tuya, Sapo Erecto', pensó el doctor, 'sobre todo tuya y de tu pandilla'. Jesús pareció despertar para decir de repente:
¡Abajo el fraude, cabrones! Claudia, mi vida, voy a cambiar.
Los estudiantes se rieron y el ingeniero tomó del brazo a Jesús para conducirlo a una de las habitaciones de arriba. Le ayudaron los estudiantes, que tropezaban también, alcoholizados.
Alguien tomó la guitarra para tocar canciones de Silvio Rodríguez. Claudia y el doctor se acercaron. Cantaron a coro con los demás por espacio de media hora. Luego salieron a fumar. Hacía mucho frío afuera, despejado allá arriba, lleno de estrellas.
Claudia, eres admirable dijo el doctor dando la primera calada al cigarrillo.
Ella fumaba en silencio mirando al cielo, apartándose el cabello de la cara.
El doctor insistió:
Claudia, la revolucionaria, la camarada que...
Cállate, cabrón le interrumpió ella Ya no estamos con los otros, pendejo.
Se miraron.
Y estallando en carcajadas siguieron fumando, abrazados, para mejor aguantar el frío.

3 comentarios:

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