lunes, noviembre 18, 2019

Népliget

En las escasas semanas que le quedaban en Praga, dominado por la sensación de haber conseguido lo que había venido a buscar sólo porque ya había defendido el examen de grado con éxito, se decidió a viajar a algunas de las ciudades menos agraciadas del antiguo bloque soviético. No tenía mucho dinero, pues el tipo de cambio y el aumento de precios había sido cada vez menos favorable al poder adquisitivo de su beca. ¡Qué diferencia hacía tres años cuando se dio incluso el lujo de regalar efectivo a aquel pintor inglés al que su mujer había dejado de mantener! Lo que no hacía entonces por conocer y tratar a las personas que le resultaban interesantes, siempre en la mejor disposición para conocer otros idiomas y costumbres, siempre en la búsqueda de nuevos lugares y situaciones, lo que se dice un explorador o un aventurero en toda regla, aunque sólo fuera dentro de los límites impuestos por el sostenimiento de sus estudios. Porque no era un estudiante negligente: aprobó cursos, hizo exámenes, tuvo que preparar una tesis. Pero tampoco era un apasionado de su profesión: estudiaba lo justo, buscaba atajos, se aburría fácilmente. Esto último no se lo confesaba en aquellos años y menos aún en las últimas semanas en Praga, cuando más bien se felicitaba por haber logrado una meta y hacía caso omiso de las evidencias más escandalosas de su mediocridad: las publicaciones en revistas de baja categoría, la asistencia a congresos improvisados, el incipiente, pero todavía muy primitivo conocimiento del área. ¡Qué importaba! Era hora de festejar con un último viaje. Era hora de ir, aunque sólo fuera en autobús, hasta Budapest.
Preparó una mochila pequeña que se echó sobre los hombros y cortó sus pantalones más viejos a manera de shorts. El verano había comenzado con una canícula temprana que se extendía por toda la Europa oriental y, como quiera que sea, deseaba en aquel momento la misma libertad en su ropa que en su vida. ¡Qué ligereza! Sentir la levedad de la transición, el tiempo plano que transcurre cuando ya hemos concluido un trabajo sin haber comenzado el siguiente. Hallamos en el desempleo temporal nuestro verdadero lugar en el mundo, justamente porque nos ponemos fuera de él y, desde ahí, podemos juzgar impunemente sus ambiciones y prisas, su desaseo, decidir cómo vamos a regresar a su corriente aunque ya en ella tardemos un tiempo indefinido en volver a sacar la cabeza. Mientras el autobús baja a las tierras planas por una transitada carretera, él dormita confundido por estas palabras. Se pregunta quién le susurra todo esto con voz extranjera y, de repente, se ve en casa de su madre. Está acostado en su vieja habitación, rodeado de todos sus libros, a pocas semanas de mudarse a Praga. Las perras suben a la cama para acompañarlo y él, modorro como quien acaba de despertar, no logra decidirse a ponerse de pie seducido por el calor de los animales. Tiene frío. Oye la puerta de la casa abrirse y ve a las perras levantar la cabeza, alertas. Una sombra va creciendo sobre la pared opuesta mientras las perras gruñen. ¿Quién será? ¡Népliget!', grita al micrófono el chófer. Limpiándose las babas se pone de pie, recoge su mochila. Han llegado.
Durante el día caminó por las calles de la ciudad sin hacer más paradas que las necesarias para comer. Mochila al hombro, con la camisa entreabierta y el short mal cortado, paseó por la orilla del Danubio y subió a la colina del castillo. Hizo fotos y pidió, sonriente, que le hicieran algunas. Al final se dejó trasladar por uno de los viejos tranvías con asientos de madera hasta el hostal barato donde pasaría la noche. Durmió a pierna suelta. Poco antes de despertar, una vez más, el mismo sueño. Las perras y la habitación. La sombra que no se revela. Mientras desayuna siente el short más apretado que ayer y sonríe agradecido por aquel estímulo. Durante los años transcurridos en Praga ha vivido sobre todo de la masturbación, pues follar, lo que se dice follar, como no sea la historia esa que tuvo con el pintor inglés, ha habido poco. El miedo a las enfermedades, el amor a distancia, los mismos pretextos de siempre. Todavía no cumple treinta años y aunque su disposición a la aventura no excluye lo sexual, siente que ha disfrutado poco. Que no ha follado lo suficiente aunque nadie sepa cuánto basta. Que debería hacer mucho más en su vida de lo que ha hecho hasta ahora. Que ha desperdiciado la parte más potable de su juventud y el cuerpo, para qué nos vamos a engañar, no dura para siempre. Aprieta un poco más las piernas y se bebe el último sorbo de café dispuesto a llevarse a un húngaro a la cama. 'Debe ser fácil', se dice, 'porque hay siempre más promiscuidad en el subdesarrollo'. Entrega la habitación. Va de nuevo a la calle.
Pero no ocurre nada durante el día que no sea el turismo más aséptico. Una decepción. Un paseo más propio de ancianos que de un joven de su edad. El autobús que ha de llevarlo a la siguiente ciudad sale a la medianoche de la misma estación a la que llegó: Népliget. No desea caminar a obscuras, así que aprovechando los largos atardeceres de verano, se encamina hacia la terminal desde las ocho y llega poco antes de las nueve a los alrededores. Frente a la estación hay un enorme parque en el que no había reparado cuando llegó. 'Esta es mi oportunidad', se dijo, '¿en qué ciudad civilizada no hay escarceos en los parques al anochecer? La Barranca de Huentitán, Chotkovy Sady, el parque Eduardo Sétimo, la Alameda Central, el parque lineal del Turia, el Großer Tiergarten, la Rhonelle... esta es mi oportunidad'. Y acomodándose la cartera en un bolsillo frontal del apretado short por considerar que así existen menos posibilidades de que le roben, se internó por uno de los caminos del parque, escoltado por enormes árboles y apretados arbustos. No había avanzado cien metros cuando distinguió la primera sombra detrás de un matorral. Luego vinieron muchas más.
El camino asfaltado daba lugar a una terracería que a su vez conducía a una construcción abandonada e invadida de vegetación. La rodeó lentamente y siguió internándose. Había atinado. Cada vez más adentro en el parque, al amparo de sombras y claros, se hallaban hombres de todas las edades deseosos como él de un encuentro casual. La excitación, pero también el miedo a quienes le parecían maleantes, lo mantenía con la respiración agitada y el corazón saliéndole por la boca. Obscurecía. Había que darse prisa si quería desahogar la ansiedad, de modo que no lo pensó dos veces cuando vio al joven de aspecto gitano que le hizo una invitación de veinte centímetros. Llevaba tatuajes, tenía una mirada como aguzada y fumaba sin menoscabo de su cachondeo. 'No hay excitación que valga la pena si no contiene una pizca de riesgo', se dijo para animarse, decidido a no hablar para no revelar su extranjería. Aceptó dejarse llevar hasta la construcción abandonada y, una vez dentro, empezó a meter mano hasta eyacular, feliz, en el condón que el chico había tenido la buena cabeza de proporcionarle. '¿Español?', le dijo él luego de aquello. Y no tuvo más remedio, satisfecho como estaba de su suerte mientras se limpiaba, que decir que sí. Entonces el chico sacó un documento y se lo mostró señalándole la primera página. Era un pasaporte húngaro con su foto. 'Sí, ya veo, qué guapo, de modo que te llamas Lucian, ¿eh?', pero el chico volvió a insistir señalando con el dedo un renglón. ¿Qué me quieres decir?'. 'Birth date, fecha, minor, busco polizie'.
Sintió una punzada en la boca del estómago. No se atrevía a repetir la palabra que creyó interpretar y que corroboró por la fecha impresa en el documento: menor. Menor de edad. Intentó conservar la calma cambiando de tema. Imposible. El chico dio un paso hacia atrás con el documento extendido y le mostró con la otra mano el condón que le había quitado con su esperma. 'Esto no está ocurriendo', se dijo, cancelaría su viaje, volvería a Praga y de ahí a su tierra, pasaría de nuevo una noche en casa de su madre, acompañado de las perras, sólo había que quitarse a este gitano de encima, sólo había que tomar el autobús para cuya salida ¿cuánto faltaría? ¿una, dos horas? Intentó saltar sobre el chico para quitarle el condón, pero éste se escabulló y empezó a gritar algo incomprensible. Lo alcanzó y lo sujetó con fuerza tapándole la boca, luego sacó su cartera. '¿Quieres dinero? you see? money? ¿eso quieres cabrón?', pero el chico le pegó una patada en la entrepierna y se fue corriendo y gritando de nuevo. '¿Pero será posible? ¡sólo quiere joderme! ¡esto es una locura!'. En la creciente obscuridad le costó darse cuenta por dónde se había ido el chico y cuando creyó alcanzarlo se halló delante de otra persona: lo había perdido. Ya no escuchaba los gritos de nadie, pero el murmullo de los insectos y de los matorrales agitados por el viento le resultaba ensordecedor. 'Quizá deba quedarme escondido en el bosque hasta que llegue la hora de la salida del autobús', pensó, 'pero primero debo saber dónde está la salida, no queda mucho tiempo antes de que esto se convierta en una boca de lobo, dios santo, después de todo yo no he cometido ningún crimen, el chico me invitó, pero ¿quién me creería en un país extranjero y sin conocer la lengua? joder, tengo todas las de perder, definitivamente lo mejor es escaparse en el autobús llegado el momento, adelantar quizá el viaje de vuelta a casa, qué vacaciones ni qué diablos, esto me pasa por...'. Una botella se rompió en la distancia y sintió que la sangre se le agolpaba en los tímpanos. Intentó orientarse para salir del parque y luego de llegar dos veces al borde del mismo, encontró un claro desde el que podía ver la estación de autobuses al otro lado de la avenida. 'Ahora a esperar', se dijo.
Pasa ya muy poca gente por la calle, pero sólo escuchar pasos lo pone nervioso. Un individuo ha creído que se hallaba ligando y hubo que despedirlo agitando los brazos hasta asustarlo. 'Debió creer que era un delincuente', se dijo. Ha sentido que se le cerraba la garganta cuando pasó un carro de policía con las luces y la sirena encendidas, pero pasó de largo. Diez minutos para la medianoche. Hora de intentar llegar al autobús. Ya cruza la avenida desierta mirando para todos lados y se mete en la estación donde mucha gente dormita entre borrachos y drogadictos. 'Platform 12', lee en la pantalla y se dirige de inmediato para allá. El chófer verifica sus documentos, sonríe diciendo que todo está en orden y le da la bienvenida. Salen de Népliget y en menos de media hora ya están en la obscuridad de la carretera, fuera de Budapest. Suspira aliviado y, completamente agotado, se duerme. El sueño. La sombra que crece...
Sacudiéndolo por el hombro violentamente, alguien lo despierta.

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