domingo, noviembre 03, 2019

Suplantación

Pensando en la gran cantidad de libros o películas que he reunido y que sólo la cada vez más escasa aparición de gente nueva en mi vida permite revisitar con algún entusiasmo, si no didáctico, sí cómplice, me ha venido a la memoria el recuerdo de las varias ocasiones en que, orgullosos de nuestra historia juntos que contaba ya con varios lustros, nos persuadíamos el uno al otro, con algún aspaviento confirmatorio, del gran esfuerzo que supondría tener que empezar con alguien más y ponerlo al tanto de la propia vida, enseñarle lo que somos y hemos reunido, acaso buscando en él resonancias que nos aseguraran su comprensión y alimentaran la creencia en su idoneidad, 'qué pereza, ¿te imaginas? volver a contar nuestra historia y explicar nuestros gustos y manías, enterarlo del lenguaje que usamos para navegar el mundo e inventarse uno nuevo, encima', así nos convencíamos de que no había manera de sustituirnos, si no por la originalidad irrepetible de nuestra relación, sí por la cada vez mayor cantidad de experiencias y conocimientos que compartíamos, una cuesta imposible de subir para quien quiera que deseara ocupar nuestro lugar allá en la cima donde nos creíamos a salvo de cualquier amenaza para siempre, fuimos ingenuos, tal vez hipócritas bienintencionados que creyeron poder fijar algún aspecto del futuro por encima de accidentes y circunstancias, sólo para descubrir que los problemas sin solución sí existen como también existe un tiempo más allá de nosotros que puede presidir otra persona, una cuya mirada hacia las mismas películas y libros no estaría ya contaminada de suficiencia como lo estaban las nuestras en los años de inmortalidad, 'ya me veo, ¿te imaginas? hablando de todo lo que te conté a lo largo de los años como si fuera nuevo, llamando la atención sobre esta escena o aquella línea, señoras y señores, con ustedes el show de mí mismo, la tensión entre el delirio de grandeza de mi juventud y la temperancia de mi madurez, la libertad irracional del surrealismo y las cadenas de la historia patria, el misterio del continente americano como ensoñación o pesadilla del racionalismo europeo, haber nacido en el universo onírico y vivir de prestado en el socialismo, ¿cómo podría siquiera empezar a hablar de lo que he visto y leído? me sentiría ridículo y me acordaría de ti irremediablemente como de un ojo que juzga desde mi conciencia la impostura de intentar comunicar lo mismo a otra persona, un esfuerzo fútil, una payasada, pero también una fatalidad para quien posee preocupaciones vitales persistentes y reiterativas, caracol cada vez más lento que lleva a cuestas una casa cada vez más grande y compleja, tal vez una prisión', ignoraba entonces que yo volvería a intentarlo, pero también tú casi al mismo tiempo, quién sabe si por deseo genuino o por venganza, no debería juzgar tus motivaciones porque el tiempo las aleja de mi comprensión vertiginosamente y en última instancia al viejo amante leal le asiste el derecho a casi todo, pero en tu solución para el problema de qué hacer con la música y las películas, los libros y los objetos de nuestra vida en común, hubo una respuesta original que no por lógica fue menos inesperada, contraria a mi respetuosa relación con la memoria, a saber, el abandono de lo que demostró ser sólo préstamo y la suplantación de tu persona por un desconocido, un hombre que se te parece y usa tu voz y tu rostro, que aún conserva los mismos gustos en el vestir y el calzar, pero que mira desde una obscuridad inalcanzable y hosca, desprovista de amor o generosidad, ahora es grande la tentación de creer que pasaste los varios lustros de nuestra vida en común reprimiendo a este hombre nuevo y que, por este motivo, el verdadero suplantador es el que yo conocí en ese tiempo nuestro de inmortalidad, ¿no es extraño?, podríamos habernos muerto en la creencia de que eras ese que has resultado no ser y al que por fortuna le fue concedido morir para dar paso al verdadero tú que se llena de arena los pies en la playa, rodeado de amigos, bebiendo cerveza, al que escucha la música de la que abjuró en otro tiempo y asiste a todos los estrenos de cine, al que en vez de cenar en casa sale a restaurantes y usa pijama para dormir, al que celebra su cumpleaños con un gran servicio de catering y decoración ad hoc en un salón rentado al efecto, pues bien, no es la tuya una solución al alcance de mi capacidad para enajenarme, y ahora comprendo que la práctica totalidad de nuestra memoria era sólo mía, y es así que he debido asumir nuestra herencia porque se trata de mi propia vida y he debido intentar lo que hace años considerábamos imposible, 'esta escena siempre me ha gustado de una manera perturbadora y extraña, ¿sabes?, porque me recuerda el momento en que tuve que bajar a la morgue a reconocer el cuerpo, acompañado de un desconocido como el protagonista ahora, se abre la bolsa y ahí está quien hasta hace unos momentos todavía respiraba, marmóreo, gris verdoso, con una ligera contracción en los labios que deja a la vista sus dientes, esos que todavía hoy deben estar en su calavera, ¿te he contado que ese mismo día quedé con alguien para follar? parece mentira, pero mientras lo velaban yo ya estaba en el cuarto de un motel y mi pareja durmiendo en casa, ¿cuánto más podía prolongarse aquello? ¿cómo pudimos hacerlo? por eso me toca tan de cerca la película, con esas exploraciones nocturnas del doctor al que ha bastado entrever dos o tres cosas sobre su mujer para que se disparara su voluntad de asomarse, aún superficialmente, al horror de las pasiones sin brida: la prostitución y la enfermedad, las drogas, la orgía o el incesto, los lúbricos gestos incontenibles de un homosexual que dirige miradas lascivas a quien se le pone a tiro, esta larga lista de placeres que, como la muerte misma, están siempre ahí, acechando, a la vuelta de la esquina', y como esta he debido explicar muchas cosas más a quien sin duda ya acumula malos entendidos y alimenta pequeños monstruos que nos devorarán en el futuro, no importa cuánto me empeñe en oponer diques a la inundación que viene, no importa cuánto confíe en la juventud como cuenco en que puede vaciarse, corregida y mejorada, mi persona, ya podrías venir tú desde el pasado a reunirte con él para instruirlo acerca de los tratos conmigo, de cómo mi mal carácter y el salmón, de cómo los paisajes que quise y la nostalgia y el aire del altiplano, pero nada evitaría el misterio: con él nos cruzamos una tarde en medio de ciudad natal, con él nos despedimos lustros después en Santa Teresa pasando su débil llamita azul, ondulante, de unas manos a otras, irremediablemente esperanzados.

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