jueves, agosto 20, 2020

Hilo, cuerda, cadena

Lo que está en juego no es una vida en pareja contra una vida solitaria, sino contra su madre. Ella espera, afectando conformidad y consejo. Si bien su divorcio obedeció a los cánones del triángulo ordinario, él ha terminado por descartar todas las creencias que fundaron su nueva vida. De entre las ruinas han surgido modestos principios morales cuya sencillez no obsta, antes bien coopera, a su implacabilidad. Han estado ahí siempre, pero sólo ahora, después de largos años de construcciones imaginarias que negociaban con ellos las leyes de la física, descubre su carácter imperativo. El destino de los muchachos que no se convierten en señores es, inevitablemente, esposar a su madre; su periplo actual, abandonada la historia que podía salvarlo de volver al origen, no constituye una oposición digna de tal nombre. Ya no se pregunta el qué, sino el cuándo. Su madre espera.
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Algunos días solitarios en que el aislamiento le permite acercarse a cualquier tiempo pasado como quien dobla una esquina, se convence de que no es tan tarde. Con un hilo de juventud entre las manos, pondera el periplo actual y entrevé la posibilidad de que al otro lado del mismo alguien tire de él. 'Quizá', se dice, 'todavía pueda mudarme al otro lado del mundo para ponerme a salvo; quizá lo que nos une sea tan fuerte como una cuerda y no se rompa'. Pero en el fondo no lo cree. A poco que avance el día admite que sus limitaciones no son sólo geográficas o laborales, sino morales; en un extremo del hilo descubre fardos inamovibles que sólo la muerte podría eliminar; en el otro, simplemente un cabo suelto donde debía estar una persona. Se consuela pensando que es dueño de sus actos y que no necesita que nadie tire de él, tampoco responsabilizarse de terceros. Pero esto es otra mentira. En algún momento de la noche, frente al televisor, cumplidas las obligaciones y en medio de la cama vacía, busca una cuerda. Escribe. Llama sin éxito. Sabe asimismo que ni él ni su madre se hacen más jóvenes. La vejez repele al mundo de los vivos: el cabo suelto. La vejez acerca a los derrotados: el fardo. 
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En sus maestros tuvo tres opciones acabadas del entusiasmo: la vía cínica y la del superhombre se agotaron en muy breve plazo, más por debilidad de carácter que por virtud; la vía restante, la científica, exigía un talento que no tenía y una moral capaz de reconocerlo. Se resistió. Durante décadas intentó llegar a lo más alto, primero disimulando su ignorancia frente a sus maestros sin comprender que ellos estaban demasiado ocupados en sí mismos como para notarlo; luego arrastrando a terceros para mejor buscar atajos que le permitieran llegar a los resultados sin pasar por el esfuerzo. Ahora que ha conquistado una modesta colina creyendo que subía una montaña por fin se ha dado cuenta de su error, pero ya no tiene fuerzas para bajar del sitio a donde ha subido para luego trepar por la ladera correcta. El malentendido no ha sido inocente como lo comprueba la creciente comodidad con que administra sus mínimos esfuerzos y la superficialidad de sus competencias. Encuentra fácil y cierto alegar que no hay nada puro: no la estructura administrativa que lo tritura, no la ciencia como obra de los hombres. Es todavía más simple echar mano de comparaciones: tuerto en tierra de ciegos. Pero nada de esto lo tranquiliza porque no hay justificación que lo exonere. Porque al final del día, en esa cama solitaria, frente al televisor habitual, no es la vida de los otros la que se consume, sino la suya propia. 'No debe uno invertirlo todo en su trabajo', le advierte su madre, comprensiva. Él busca una cuerda.
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Es un tramposo profesional. Para su último truco acaricia la idea de que puede dar la espalda a su profesión y su geografía con un sólo golpe maestro: la literatura. Escucha historias sobre escritores que abandonan Sudamérica y terminan instalados en las Ramblas, sirviendo cafés y bocadillos durante medio día y entregados a la lectura y sus escritos por la tarde-noche; se entera de poetas cineastas que terminan leyendo el tarot en un café de París y que viven en casas de techos altos con ventanas que no llevan atroces verjas de hierro contra los ladrones; Premios Nobel que en su vejez dan entrevistas desde la comodidad de un salón madrileño con paredes cubiertas de libros y alfombras mullidas de vivos colores. Se engaña. No es ya que no le gusten los números de su profesión ni las letras de su pasatiempo, sino que su propósito nunca fue la creación como necesidad ontológica cuanto ganar un lugar cada vez más alto por encima de los otros. En lo intelectual, en lo artístico, en lo espiritual. Reconocimiento, posiciones, premios. Nada era suficiente para él y así se le han escurrido de entre las manos todo género de oportunidades, a veces por soberbia ha quemado puentes y naves, a veces por consabidos ha abandonado países y ciudades. Es mentira que sus fuerzas internas tuvieran la magnitud necesaria para separarlo de sus seguridades e instalarlo en la aventura, no cuando era un joven incapaz de renunciar a nuevos títulos académicos, no cuando buscaba superar a sus maestros sin alcanzar su pericia, menos aún cuando hubo completado una trayectoria cuya narrativa encontrara coherente, aunque sólo fuera para habitar una triste colina. 'Quizá quien está del otro lado de este delgado hilo pueda darme las fuerzas necesarias para abandonar el fardo mi destino y atrás queden por fin las ciudades que me han cercado y la madre que no me ha querido y el trabajo que quiso sustituirla, sin éxito. Quizá no sea demasiado tarde'. No ocurrirá, sin embargo. Porque un periplo no es una cuerda, sino sólo un contratiempo del destino, acaso un regalo. Él lo acepta del mismo modo en que en estos días asume sin chistar consecuencias e imperativos, como se sabe que el verano acaba o que el tiempo de todas las cosas está contado. Llegado el momento ella y él se instalarán en una casa y vivirán irritándose uno al otro hasta hacerse necesarios, como un matrimonio; se harán extraños para el resto de la gente que sólo los verá de vez en cuando detrás de las cortinas y murmurará historias fantásticas sobre su origen y modo de vida. Dos fantasmas.
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Un día vendrán los de la limpieza y harán una pira con todos sus escritos. A los hombres de su condición ni amor ni obra.

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