lunes, mayo 12, 2025

Muerte de Ferrante, hijo

En la duermevela como en un barco me dejo mecer y veo entonces a Ferrante, hijo, de pie junto al Negociador que está sentado a su izquierda, ambos en ese corredor frío y húmedo sin más colinas que las excrecencias de viejas minas largo tiempo cerradas, al sur de la Isla y muy al norte de Ciudad Levante donde el día ha sido largo para mí, desde que he despertado con el ventanal a la derecha de la cama, tres pisos por encima de la calle, y avisado por la luz grisácea cada vez más temprana de la proximidad del verano, hasta que he vuelto a echar las persianas de la habitación, de noche, musitando ya las palabras de una conversación habida hace muchos años con Ferrante, hijo, en Ciudad Natal o en Santa Teresa, debajo del ecuador o allende el meridiano cero, donde a fuerza de confianza alimentábamos la ingenua convicción de una inquebrantable cercanía, ya las reflexiones del Tigre para demostrar, sin más ánimo que el de ocuparse de la sustancia y no de mi persona, la insuficiencia de mis resultados para con una corrección y originalidad inalcanzables, así hube de meterme a la cama arropado por la atmósfera tibia de la habitación y la mirada suavizada por la discreta luz de la lámpara de noche, falsamente apaciguado por el silencio cada vez más extendido porque apenas entrecerré los ojos pude ver a Ferrante, hijo, de pie junto al Negociador que está sentado a su izquierda, asintiendo repetida y dócilmente a las todavía inaudibles voces que da, con rostro enfadado y mirada sanguínea, el hombre grueso que está sentado, pero aguzo el oído y ya lo escucho decir en un inglés pasado por un molino cuán brillantes son sus ideas y cuánto merecen ser ejecutadas con precisión por alguien competente, que no parece que hagas las cosas como yo lo indico, aquí donde dice más debe decir menos y las curvas que van hacia abajo deben ir hacia arriba, que debe darse prisa, dice, porque en su obra ya no le interesa tanto publicar, eso está tirado, sino producir sólo aquello que le proporcione citas, así hablaba el Negociador a Ferrante, hijo, que intentaba contestar sin que le vinieran las palabras a la boca, apenas un balbuceo, una acotación aquiescente, lo veo parpadear nervioso en algunos momentos, esbozar una sonrisa que quiere ser burlona y se deforma en mueca por temor a ser visto, acaso fue su educación religiosa la que lo convirtió a la hipocresía más que a la obediencia, porque lo que con sus iguales era rebeldía e irreverencia se transformaba en zalamería y sometimiento con sus superiores, se me aparece entonces el principio de todo en una oficina al final de un pasillo, separada de éste por cristales velados, donde explico a Ferrante, hijo, mis presuntos intereses científicos para adoptarle, y lo veo a él contestar que sí, que le interesa, que quiere ser como yo, la luz naranja pálido sigue encendida en la mesita de noche cuando una conversación tres pisos abajo en volumen ibérico, en la calle, me hace abrir los ojos repentinamente, y pienso que yo fui el primero en ir de Ciudad Natal al corredor frío y húmedo donde vive el Negociador, cruzando el meridiano cero, debería apagar la luz, pero entonces veo a Ferrante, hijo, escribirme cartas para contestar las mías, a espaldas de su madre que ve todo con sospecha y a espaldas de su padre que ve en todo mariconadas, nos convencemos misiva a misiva de la viabilidad de nuestros planes, de la afinidad de nuestros objetivos, él me escribe cartas cortas y yo se las escribo largas, él desde su casa del bosque y yo desde mi oscuro despacho, él a la izquierda del meridiano cero y yo a la derecha del mismo, en el corredor frío y húmedo, a espaldas del Negociador que me emplea y al que no gustaría en nada que yo use así el tiempo que debería dedicarle a seguir sus instrucciones y aumentar así su productividad y sus riquezas, yo también soy un subordinado entonces que un día cree en la amistad de este hombre grueso que a veces me lleva a su casa para entretener a sus contertulios y otro día se desconcierta por su rotunda negligencia, la misma confusión de Ferrante, hijo, cuando luego de haberle adoptado yo brevemente en Santa Teresa se hizo adoptar largo tiempo por el Negociador y creyó entrever horizontes que se extendían hasta el infinito y posibilidades enriquecedoras que se multiplicaban y una reivindicación cabal de su inteligencia, qué poco duró aquello, lo suyo y lo mío, cuán patéticos fueron después nuestros esfuerzos por mantener, aún en meridianos separados por distancias geográficas y morales gigantescas, la filiación con el Negociador para quien siempre estuvieron claras las jerarquías, esto pienso mientras crepita el fuego de una chimenea que se desvanece frente a mis ojos sustituida por el sillón de la esquina, la luz de la mesilla de noche todavía bañando de ámbar la habitación mientras el ruido de un motor se aleja, y yo debería apagar la luz y por fin dormir porque he tenido un día muy largo en Ciudad Levante, a donde he venido solo como hace un quindenio, entonces para alejarme de Ciudad Natal, ahora para alejarme de Santa Teresa, entonces con la insolencia que da la ignorancia, ahora con la prudencia que impone la decepción, no sospechaba al volver que bastaría la cercanía del Tigre para comprender la futilidad de mis esfuerzos, lo veo ahora escribir en el ordenador con la agilidad de que carezco e interpretar los resultados con el sentido físico que no tengo y mesarse las barbas para hablarme luego con soltura, esto que quieres presentar no es más que el trabajo que hace treinta años hizo el norteamericano de las desigualdades y esto que consideras nuevo, aun si se hiciera bien —y no está hecho bien—, no hace nada que no haya hecho antes el alemán que trabajó en Holanda, no sé yo si es correcto publicar esto que es tan poco, acaso debamos consolarnos de haber aprendido tanto sobre el tema, lo veo ahora en su ordenador escribiendo resultados que el Negociador habría publicado sin chistar y que él considera triviales, no se me ocurre nada, le oigo decir, todo está ya hecho en realidad, porque lo de arriba se reduce a lo de abajo y esto a su vez a lo que ya hicieron los grandes maestros hace más de medio siglo, estamos reducidos al papel de meros glosadores de lo ya establecido, y yo sonrío como si comprendiera lo que está diciendo y no me entero ni de la mitad, mi gesto seguramente el mismo que ahora tiene Ferrante, hijo, ante el Negociador, que no cesa de repetir que sus ideas son geniales y que el que está de pie a su derecha es un inútil que no sabe codificarlas como es debido, refunfuñe y ríe de pronto para aclarar que se trata de una broma, refunfuñe y se le pone la cara de piedra para recordar que habla completamente en serio, así Ferrante, hijo, ha vuelto a cruzar el meridiano cero para ponerse al servicio del Negociador y yo lo he cruzado de nuevo para ponerme al servicio del Tigre, a aquel le preocupa la productividad, a éste la originalidad y consistencia, a aquel el poder y la política, a éste la ciencia y la libertad, aquel cree que le rodean amigos que admiran sus excentricidades, éste no tiene más vida social que la que le imponen las circunstancias, Ferrante, hijo, ha ido desde el extremo sur hasta el extremo norte, yo desde el sur intermedio hasta el norte intermedio, él desde el meridiano intermedio izquierdo hasta el meridiano extremo derecho, yo desde el meridiano extremo izquierdo hasta el meridiano intermedio derecho, hay que ver la sed que me ha dado con estas reflexiones, pero ya no me apetece ponerme de pie, calzarme las pantuflas e ir hasta la cocina a beber agua, de modo que paso saliva para aclararme un poco la garganta y ahora sí reúno las fuerzas para girarme un poco y apagar la luz de la mesita de noche y vuelvo a cerrar los ojos y me veo recibiendo a Ferrante, hijo, en Santa Teresa, a su vuelta del corredor frío y húmedo de donde yo mismo volví mucho tiempo atrás a Ciudad Natal, las circunstancias no son del todo buenas, le digo, pero ahora que estás aquí podremos hacer muchas cosas, ya verás, porque nosotros somos amigos además de colegas, no de la forma amañada en que ha querido tratarnos el Negociador, no, ni de la forma seca y aséptica con que me ha tratado el Tigre, entrarás en mi casa y yo en la tuya, yo entraré en tu despacho y tú en el mío, formaremos una escuela en vez de sólo proporcionar más carne humana al Negociador y sus adictos, o al Tigre, aunque éste ha sido más justo, poco sabía yo entonces lo que sucedería, poco sabía él (o eso me digo para consolarme), veo a su madre puliendo la locura de un rencor inexplicado —su herencia— y veo a su padre llamando a la virilidad desde una posición cada vez más disminuida —su herencia—, pero ahora estamos juntos riéndonos a carcajadas aunque yo me encuentre profundamente dormido con el ventanal a la derecha de la cama, tres pisos por encima de la calle, tan lejos de Ferrante, hijo, como lo están los muertos de los vivos.

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