jueves, junio 15, 2006

Tolerancia

Quizá cada época de la historia tiene sus propias manías y obsesiones, muchas veces producto de las circunstancias, otras producto arbitrario del capricho. La nuestra es una de las más arrogantes y contradictorias y uno de sus temas predilectos e inatacables es el de la tolerancia, concepto que como muchos otros ha venido degenerando con el paso del tiempo hasta servir de amparo para toda clase de abusos -aquellos que en un principio trataba de evitar- y ser así una más de nuestras muletillas incuestionables y tramposas.

La tolerancia es una actitud muy deseable en las sociedades y consiste no sólo en el consentimiento de lo diferente y aun contradictorio con mi manera de ser, sino también en la defensa de los derechos de los demás, especialmente las minorías, cuando se ven vulnerados. Insisto en la parte activa de la tolerancia porque una de las primeras adulteraciones en su sentido consistió en entender tolerancia como la capacidad para ser indiferente a todo lo que nos rodea. En otras palabras, mucha gente se considera tolerante porque no mata a un homosexual ni a un ateo y porque les tiene sin cuidado lo que les suceda, pero no son capaces de alzar la voz en su defensa si se les maltrata o coarta en sus derechos. Esto no es tolerancia, sino indiferencia criminal, en particular cuando viene de miembros de un gobierno presuntamente laico e igualitario.

La tergiversación del concepto no terminó ahí. Con la introducción de la "corrección política" -que no es otra cosa que el encumbramiento de la ñoñería- se consiguió que los disensos, las críticas y aun la menor discrepancia pasasen por actitudes intolerantes, en tanto que el silencio, la condescendencia y la autocensura fueron reconocidos como ejemplos de civilidad, tolerancia y conciliación. Hoy en día, por tanto, es prácticamente imposible defender un punto de vista o superponerlo a otro sin que se vea en ello un germen autoritario, un sesgo fascista, una intolerancia orgánica. Se extendió como epidemia la idea de que toda opinión es respetable, cuando es el derecho a emitirla lo que es tal. Se transformó en conducta reprobable la discusión de ideas por medio de una formidable confusión del objeto con el sujeto: si se critica una idea, se está criticando al autor y se está, por tanto, siendo intolerante. Quedó como mal visto decir las cosas sin dobleces y la sociedad se entregó a la fabricación de los más absurdos eufemismos.

Todo este estado de cosas, con todo y ser grave, no pasaría de ser un mero fardo lingüístico y mental, si no fuera porque encima de todo ha torcido la intención original de la insistencia en la tolerancia. El mundo ha visto atrocidades espantosas producto de la intolerancia y tiene razón para andar con cuidado en eso, pero con la tendencia moderna ha permitido discriminaciones inversas no menos perniciosas: bares gay donde los heterosexuales no son admitidos (me pregunto cómo lo determinarán), países donde los fundamentalistas socavan la democracia amparados en la libertad de cultos y de prensa, la prohibición en varias universidades (!) para siquiera mencionar el color de una persona. Y la justificación en todos estos casos es la tolerancia, bajo la cual caben todos los abusos. No se dan cuenta los lerdos que al subrayar sus diferencias se convierten ellos en los intolerantes. Pero que nadie lo diga en ningún tono: hay que ser tolerantes, es decir, boquicerrados.

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