domingo, septiembre 23, 2012

Hoz y martillo

'Soy una tonta y no voy a ir al otro lado porque no asemos caso y no me van a alludar en la tarea porque estoy triste y no salimos afuera y era templano y nos enojamos'.
Encontré esta nota cuando volvía a casa una noche sofocada al final del verano, cansada del trabajo y presa de la concentración maquinal y vacía que sucede a las pérdidas o los abandonos. No era para mí, desde luego, y el papel en que estaba escrita acusaba varios días yendo y viniendo a merced de los elementos -las incongruentes lluvias torrenciales que despiden la difícil humedad de los desiertos, los vientos de fuego que recorren sus tardes- sólo para terminar al pie de mi puerta como un mensaje inoportuno. Una señal, quizá.
Cuando la levanté del suelo iba a tirarla a la basura, pero luego de leerla me derrumbé en una de las seis sillas vacías del comedor y la puse en el centro de la mesa donde no quedaban ya huellas de comensales ni de viejas reuniones cargadas de espumosos vinos ni de carcajadas auténticas o avances amorosos. Hace ya años que no existía el partido. Y hace semanas que Selbor, el último de sus miembros y amigo sobreviviente, mi amante ocasional y paradójico, se fue para siempre. 
Con la soledad extendiéndose como agua derramada sobre mi tiempo, he tenido ocasión de reflexionar obsesivamente sobre lo ocurrido en estos años en que mis entusiasmos e ilusiones siguieron la ruta del despeñadero. Descubro, no sin cierta vergüenza, que a diferencia de mis encendidos colegas yo sí me ocupé de las implicaciones prácticas de ser una socialista. Hice los deberes. Estudié a Marx y a Lenin. Comparé con Kropotkin. Simpaticé con el anarquismo cuando se desmoronaban los regímenes de la esfera soviética. En la facultad de psicología organicé talleres lacanianos como medio para una refundación del socialismo que no nos costara rompimientos traumáticos. Todo era leer y actuar, ocuparse con esa convicción sin dudas que tiene el actuar femenino cuando se ama a alguien y pasar por la criba del escepticismo al resto del mundo. 
Amé a Selbor desde el principio aunque me lo censurara el hecho de que él prefiriera a Vera y luego se enredara con Talia; aunque me obligara a inventarle justificaciones el hecho de que su apasionamiento socialista no le dejara tiempo para preparar de comer o lavar la ropa, actividades que generosamente me delegaba (no sin puntualizar que no participaría del acto burgués de hacerse de una lavadora) y agradecía con sexo ocasional que luego explicaba como actos rebeldes contra el establishment (y no como infidelidades hacia sus amantes debidamente desinformadas); aunque yo fuese la responsable de hacer pasar por virtudes sus ejercicios retóricos hechos de vanidad, egocentrismo y no poco veneno.
'Me faltó la fe impostada que le sobró a Selbor o al resto de mis camaradas', pienso delante de aquella nota enterregada. Acaso todo era esnobismo, pero lo cierto es que ahora ellos están bien instalados en países imperialistas o explotando a sus connacionales sobre el propio territorio y en ciudades menos inhóspitas que Santa Teresa. 'Sólo yo me he quedado', murmuro, pero tampoco la mía era convicción sino voluntaria necedad y alienación, ¿acaso es otra cosa el enamoramiento? ¿no fue mi actuar tan censurable como el de los demás? Qué pobre ventaja moral la de encontrarme en el mismo sitio y con cuarenta años encima y ahora sin la presencia de Selbor que se ha ido justamente 'al otro lado' luego de años de vivir del dinero de sus padres. Ser socialista es cosa de ricos.
'Soy una tonta', pienso y leo en la nota, o acaso leo y luego pienso como si me lo dictaran. El tiempo perdido es irrecuperable: los años que siguieron a la facultad en que los amigos y camaradas del partido fueron desapareciendo, los años en que Selbor continuó jugando con las palabras y distanciándose de los hechos, pidiendo dinero prestado, hospedándose en mi casa no pocas veces, dejando trastes sin lavar en el fregadero y a veces algún condón en el retrete, los episodios en que jugamos a rendirnos uno al otro y establecernos... 'Los hombres inteligentes se apasionan' -me digo- 'de las ideas, las personas, los sitios'. Pero ellos sólo creen que aman y no saben hacerlo. Sólo ellos creen que dicen lo mismo que una cuando dicen 'te quiero' o 'cuenta conmigo' o 'el año que viene haremos un viaje' porque usan las mismas palabras, pero los caracteriza la inconstancia, la brillantez intelectual de saltar de un barco que se hunde. Como el partido. Como la utopía socialista. Como mi propio amor (¿o mi amor propio?) en esta noche en que sólo soy una niña asustada y triste deseando que la abracen.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué diablos le pasa a María Andrea, está renegando del partido?
jajajajajajajaja

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

¿Pero qué clase de comentario es este Lord Mogote? ¿"La niña está triste, ¿qué tiene la niña?" Jajajajajaja... El Chino ya va rumbo a Europa... quizá la niña sí está triste, jajajajajaja

Anónimo dijo...

Pues no volverá...
a menos que lo hayas envenenado hasta el punto de la muerte.

chenlina dijo...

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