Que Dios me ayudará no me cabe ninguna duda.
He asistido a misa todos los domingos y no me he tocado en más de un mes. He
hecho ejercicio, dejé de molestar al perro y a mi hermana, incluso he hecho las
paces con mi papá el único día del mes que estuvo aquí (a mi mamá no la puso
muy contenta esto). Los exámenes empiezan mañana y espero recuperar el lugar que
Villalobos me ha robado como el mejor promedio del grupo. Es increíble que esto
haya ocurrido, pero la culpa la tiene el profesor de física que me castigó por
pasarle las respuestas a De la Torre. Un buen tipo este, De la Torre: alocado,
rico, feliz. Nos invitó el viernes a su casa, cruzando el canal, muy cerca de
la escuela, aunque no me pude quedar mucho rato porque tenía hambre y el camino
a la mía es bastante largo. Qué locura estudiar tan lejos, becado en escuela
privada, aunque sería mejor vivir de este lado de la ciudad, cerca del
acueducto, en alguna de estas residencias elegantes de ventanales y desniveles
varios, de dos pisos con balcón.
Mis compañeros y yo no siempre nos hemos
llevado bien, pero creo que ahora me respetan más. Les paso mi tarea, he
tratado de escuchar su música, incluso acepté jugar futbol aunque nunca me
metieron a la cancha. Así se lo expliqué a Paty, mi ex-profesora de matemáticas
de la secundaria pública, cuando me invitó a comer ayer a su casa. Son lugares
muy diferentes en sitios distintos de la ciudad —la casa de De la Torre, la de
Patricia— aunque ambos son enormes, repletos de libros empolvados, desordenados
a su manera. Y claro, sus dueños son diametralmente opuestos: el papá de De la
Torre trabaja en el instituto, tiene no sé qué negocios con el Opus y el MURO,
alguna vez dio conferencias en el aula magna contra el comunismo y la amenaza
de las sectas protestantes; Paty por su parte siempre ha sido rebelde y
sindicalista, partidaria de los pobres y de los perros callejeros que invaden
los dos pisos de su casa, madre soltera cuyos hijos seguramente serán
socialistas solidarios en el mundo futuro. Aunque católica, no es ninguna
persignada: manda dinero a los jesuitas salvadoreños a través de Gabriela y
otras hippies locas que de vez en cuando se reúnen en su casa. Obviamente yo ya
escogí dónde quiero estar, aunque mi permanencia en el instituto parezca
contradecirlo. 'Está bien tener un agente infiltrado', me dice Patricia
levantando una ceja. Gabriela asiente, casi escupiendo el café de la
risa.
Aunque estoy del lado de la maestra Paty, a
veces pienso que vive con demasiado desorden. No sé cuál es su relación con
Gabriela. No sé por qué se rodea de gente tan extraña. No me gusta tampoco que
los perros —Lázara sobre todo, que es la más inteligente— merodeen la mesa
mientras comemos. La banda de De la Torre es más adecuada para mi edad, por
supuesto, pero ahí lo que termina por aburrirme es no saber de qué están
hablando ni tener los juegos de video en los que suelen entretenerse. Saben
tocar la guitarra, el teclado, la batería, pero yo sólo recuerdo las mañanitas
en flauta. Alguna vez quise llegarles por su lado artístico diciéndoles que
tomé clases de pintura en sexto de primaria. No pararon de reírse de mí. Con
sus padres, en cambio, me llevo de maravilla. Saben que soy el mejor promedio
del instituto —volveré a serlo— y me reciben con gusto cuando llego a hacer la
tarea con sus hijos, me dan de comer, me preguntan por mi madre y se interesan
por saber cómo vivo y por qué mis padres no se llevan tan bien. El papá de De
la Torre me dio incluso algún dinero pretextando que era su deber cristiano
porque yo respondía a sus ruegos. Y quizá tenga razón porque a De la Torre ya
le va mejor en la escuela.
Al principio es difícil entender a los ricos,
pero creo que de tanto convivir con ellos ya me acostumbré y puedo sacarle
partido a mis relaciones. Mis primeros contactos con ellos fueron cuando niño,
los fines de semana que pasaba en casa de mi abuela, también cerca del
acueducto. Entonces solía tomar las tijeras de jardinero e ir a los alrededores
a cortar el pasto por unas monedas. Siempre alegaba que mis padres no tenían
dinero y que me veía obligado a trabajar, que venía de lejos, que pronto
tendría que dejar la escuela. Los ricos sentían lástima, pagaban más,
perdonaban que trasquilara sus jardines y mal podara sus rosas. Recuerdo que
hacía cuentas felices sobre cuántos jardines tendría que cortar para comprarme
un juego de indios o un nuevo tráiler de juguete. Nunca alcanzó. Ahora que
convivo más con mis compañeros del instituto, particularmente con De la Torre,
veo que no son tan malas personas, pero que sigue siendo importante presentar
de antemano las propias carencias para despertar simpatía. También ayudar con
la tarea, por supuesto, que es lo que mejor sé hacer.
Viéndolo bien, quizá exagero en decir que De
la Torre y sus amigos son los míos. Su contacto conmigo es mínimo en la escuela
—pero a esta voy esencialmente a estudiar, no a hacer amistades hipócritas— y
en los recesos sólo paso el tiempo con Carvajal, con quien de pronto tengo
violentas peleas que nos dejan incomunicados por semanas. Alguna vez, igual que
Villalobos, Carvajal tuvo el mejor promedio. Me humilló cuantas veces pudo por
este hecho diciéndome que volviera a los arrabales de la escuela pública, que
yo no tenía nada que hacer ahí, que era un maricón y tal. Lo reporté. Mario, el
prefecto, me pidió que tuviera paciencia con mis compañeros porque estaban
acostumbrados a tener la razón y mandar sobre los demás, que reconsiderara mi
actitud y recordara que estaba becado. 'Debes ser mejor que ellos, no rebajarte
a su nivel porque eso requiere mucho dinero'.
Y tanta razón tenía Mario que heme aquí, al
anochecer del domingo, todavía memorizando lo de historia —Enrique VIII y la
fundación de la iglesia anglicana, el calvinismo y Lutero, la contrarreforma
católica— para el examen de mañana a las siete de la mañana. A las once tendré
el de lógica, materia que da el propio Mario; el resto de la semana vendrán
todos los demás, uno por uno. Recuperaré el mejor promedio porque Dios está de
mi parte. Un Dios justo, benigno, pero que a cambio nos pide sacrificios y
ejemplaridad. Un Dios que también sabe castigar, por supuesto, pues no hay otra
manera de equilibrar el mundo. Me estoy quedando dormido en medio de una
pregunta: ¿qué traerá el futuro? No el de la semana siguiente ni el que llegará
con el final del instituto (cada vez menos, cada vez menos pero todavía
presente), sino el de muchos años adelante, cuando los hijos de Paty sean
solidarios guerrilleros y De la Torre tenga su banda de rock y Carvajal sea
dueño de la empresa de su padre y Mario sea director del instituto... ¿qué
traerá el futuro para mí?
'Qué tonterías
piensas', me digo. Y apago la luz hasta mañana.
3 comentarios:
Pues al menos el Dr. Luis Gala no será el único muerto
http://www.jornada.unam.mx/2013/08/05/politica/002n1pol
Doi grasias ala virgensita por averme degado segir ciendo el mejor promedio de la scuela a condision de ke me kede aki para s-i-e-m-p-r-e
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