domingo, agosto 09, 2015

Las palabras que sobran

...su ligero temblor al apagarse, cada ciertas horas, en la casa de muebles ya intocados, sin más sexo ni reuniones con los amigos, repitiéndose mientras ellos acumulaban ciudades europeas en compañías inverosímiles y bajo cielos a veces compungidos de tormentas o rematados de una fría bombilla solar —allá la bahía de Nápoles arrasada por los vientos, acá el pedante monóculo de Viena le visitaba en forma de recuerdo acústico causándole un vivo estremecimiento y algo parecido a la piedad hacia aquel refrigerador medianamente utilizado, único sobreviviente del reino de Miraflores y testigo de los vacuos empeños que él y el otro él pusieron en empezar desde cero lo que ya llevaba más de diez, el después que nunca soldó y que hubo que abortar para continuar la cuenta en el desierto, Santa Teresa de las tarántulas y de los malos presentimientos, ya sin la respiración del hijo que partió dos veces, esa concentración como de oficina que permitió cubrir la desnudez y les ha llevado hasta esta fotografía en medio de Santa Sofía o a aquella inexplicable conjunción de minaretes y falsos amigos, gente insegura a la que ha coleccionado como antes hiciera con los mapas y las estampitas, con menos placer acaso, adornando su discurso de gajes del oficio y responsabilidad, tocando de amistad lo que sólo fue conveniencia y accidente, eficaz colaboración con una inercia burocrática a la que cada cierto tiempo considera necesario amenazar con apearse: 'todo tiene un límite' y 'la libertad es lo más preciado' y además 'ha de llegar el tiempo de cerrar este ciclo', todo dicho con la misma gravedad con que ciertos católicos —doña María Luisa o don José, la mamá de Graciela— afirman tercamente lo que consideran dudoso y aun descreen por ser escasas las virtudes de algunos prelados y muy primitivo su sistema de creencias, no así el suyo que se dice ateo y llega hasta el enrevesado ridículo de empeñarse en manifestar una fe que su cerebro no tiene en extraer de estos que le rodean, jóvenes ambiciosos o apocados, pusilánimes o abusivos, la lealtad y generosidad que no tendrán jamás, las que no pudo pedir a sus propios amigos cuando era tiempo y que no puede pedir ahora mientras recorre ciudades europeas —una inmunda París poblada de excrementos, el pis de Bruselas simbolizado en el Manneken, un ejército de ratas sobrevolando Brujas, él y el otro él o los que le suceden, más fácilmente ahora que no existe el sexo, ocupado en negocios mundanos y en clasificar sus recuerdos según el sonido que hacen los refrigeradores de sus sucesivos hogares al apagarse, ahora que los que pudieron ser sus amigos en tiempo y forma son hombres de negocios ellos mismos, padres de hijos verdaderos, sangre y huesos y atronadores chillidos producto de verdaderas esperma y sangre, educándose en colegios privados a los que acuden mirando el mundo desde los cristales de sus autos, como en una pasarela donde les custodian violadores y asaltabancos, traficantes de narcóticos y prostitutas voluntarias, policías borrachos y travestis que se masturban, el país folclórico al que ha de regresar por hallarse demasiado instalado y sorprendido en mitad de la vida sin más opción que la de tirar hacia adelante como los cerdos, cada vez más deprisa, con mejor apetito y perfeccionado hartazgo, sin prestar demasiada atención a las contradicciones evidentes que suponen desear tener trece años y bajar alegremente la barranca de Huentitán y mirar desde el sendero previo al río el cielo encapotarse y allá abajo encontrar refugio bajo un árbol mientras cae una lluvia ligera que luego se hace una araña de arroyuelos que bajan desde los riscos y las cañadas y cruzan el camino llenando el aire de murmullos junto con las ranas, e instalarse en el pensamiento dulce de la cena en casa y en la habitación desde cuya cama podrá mirar por la ventana las estrellas y no tener más horizonte que la escuela ni más preocupación que el pecaminoso tocarse entre las piernas y eyacular entre las sábanas y quedarse dormido apaciblemente, no con esta tensión de hombros y cuello, los pies ampollados de tanto subir y bajar como turista moderno y sudoroso por las calles de Bratislava —Praga pequeña, sonrisa del antes antes de despedirse ni con esta mentirosa vergüenza de entusiasta pervertidor de juventudes ya de antemano perdidas, no así, que este no era el destino, se dice, el otro él roncando a pierna suelta a su lado y su cabello que una vez fue rizado hecho una maraña sobre la almohada y su respiración de toro maduro parecida a la de la nevera de Miraflores, potencia de otros tiempos que condujeron a estos caracterizados por la transfiguración del enamoramiento en angustia compartida y hacienda, por el rosario de cadáveres que han enterrado juntos, por esta habitación sobrecargada de Estambul y a la que llega el humo de los vendedores de castañas de la calle, sin importar que se trate del sexto piso, el olor a quemado acompañándole ahí a donde se muda, sea mil novecientos ochenta y nueve o la Semana Santa camino a Talpa con otros pies ampollados y otros sudores y el anochecer como un recorrido por todas las escalas del azul, ¿ves esa hormiga que cruza el piso de Miraflores que mandó poner este que ronca a mi lado? ¿la ves en pleno mediodía solitario acompasando sus pasos del rumor del condensador, los libros al fondo en la habitación silenciosa de ojos muy grandes, la estufa blanca aburrida y el comedor apenado de sus sillas manchadas y la salita cuya última visitante fue la catrina (¿o era la santa muerte?)? ¿la ves llegar al cristal que separa el salón del patio, titubear, llegar a la esquina y volver sobre sus pasos, perdida? Así es como el refrigerador deja de sentirse solo, su ligero temblor al apagarse, cada ciertas horas, en la casa de muebles ya intocados...

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Qué mierda, leo esto con fondo de Hombres G "solo otra vez". Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana...

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

La galaxia está en nosotros... ¿no se publicó en Magis? ¿son los Hombres G una música validada por la censura ignaciana?

Anónimo dijo...

Claro que no, a menos que sean un grupo de Jazz para "adultos contemporáneos"

Miguel Ángel Bernal Reza dijo...

Qué elegancia... quién tuviera dinero. Y raza.