domingo, abril 10, 2016

Para que nada cambie

Días después de los atentados en el aeropuerto y metro de Bruselas, Luis González de Alba publicó un artículo titulado "¿Islamofobia? ¡No: islamo-odio!", donde expresa opiniones sobre los musulmanes y más específicamente sobre aquellos que viven en Europa, opiniones que, como es su costumbre, están apoyadas en numerosos hechos, sentido común e inteligencia. No obstante, la relectura del artículo produce incomodidades crecientes: se echan en falta numerosos matices, se padece una vehemencia atropellada menos cerebral que visceral, se resiente la prisa indignada en vez de la reflexión serena ante los atroces hechos. Es claro que en tiempos de insoportable corrección política, cualquiera que hable a las claras encuentra el aplauso de los que tuvieron más escrúpulos para expresarse, aunque lo que digan no sea producto de una reflexión pausada. Ello emparenta, indeseablemente, a quienes usan la cabeza como Luis González, con quienes vomitan consignas incendiarias como Donald Trump.
"Europa puede disponer de transporte gratuito... para volcar en Arabia, Yemen y califatos los millones de musulmanes de Europa y América", dice. Dejemos de lado la por así decirlo propuesta y atendamos al criterio: si por musulmanes entendemos a aquellos que se declaran como tales entonces estamos hablando de un espectro muy amplio que incluye a inmigrantes ilegales, extranjeros con residencia legal y nacionales cuyos padres o abuelos también gozaron de la nacionalidad en cuestión. Luego entonces ¿es posible que la religión que alguien declara constituya un criterio para que se le traslade tan gratuita como forzosamente hasta las fronteras de las teocracias musulmanas, sin importar que se trate, digamos, de un francés de padres y abuelos franceses? ¿por qué deberían ser llevados a otros países los que no estén de acuerdo con los sistemas de gobierno, cultura y tradición de los países europeos? ¿porque causan problemas? ¿porque "los musulmanes de ahora... son el huésped [que] arroja sobre el mantel las chuletas que le sirven porque son de cerdo y llama puta a la anfitriona por traer escote y pantalones"?
El Estado laico, como es el caso de casi todas las democracias europeas y (al menos en principio) de los países latinoamericanos, tiene bien entendida una lección: la religión no debe ser criterio para nada que tenga qué ver con el gobierno. Los responsables de los atentados en Bruselas deben ser juzgados según el delito cometido, quizá con la agravante de tener una inspiración intolerante como la de los crímenes de odio (homofobia, misoginia, por ejemplo), pero nada más. Que las estadísticas prueben que la mayoría de los crímenes cometidos en Estados Unidos los hacen hispanos o negros, o que la mayoría de los atentados suicidas en el mundo los cometan musulmanes, no es causal para que el Estado laico tome medidas sistemáticas en contra de esos grupos. La intervención preventiva del Estado sólo puede ser educativa apoyada en la ciencia y la razón, no en convertir musulmanes en cristianos o a negros e hispanos en blancos mientras que la coercitiva sólo debe producirse cuando existe un crimen de por medio, no antes. Proceder de la manera sugerida por Luis González aún tratándose de una figura retórica para cargarse de razón y no para ser tomada literalmente en serio es coquetear con el fascismo más tradicional.

Pero es difícil pensar en González de Alba como en un fascista. Numerosos artículos cargados de lucidez desmienten semejante aserto, siempre preocupado por desenmascarar los mitos más tradicionales de la historia reciente de México con extraordinaria agudeza (el de los que quieren hacer pasar el Estado mexicano moderno por el mismo Estado gorila de los tiempos de Díaz Ordaz, por ejemplo). ¿Qué puede entonces explicar el desliz de su islamo-odio al que desde luego tiene todo el derecho? Europa vive una paradoja histórica y migratoria interesante: por un lado, transmitió a sangre y fuego su matriz cultural al continente americano, pero lo separa de él un océano; por el otro, sus vecinos más cercanos geográficamente no lo son culturalmente: el mundo musulmán de África del Norte y Medio Oriente. Como resultado, la inmigración a Europa posterior a la Segunda Guerra Mundial, con un continente afligido por los estragos del nazismo y temeroso de su resurgimiento, provino fundamentalmente de países musulmanes: magrebíes en el caso de Francia, pakistaníes en el caso británico, norafricanos libios o egipcios en el caso italiano, marroquíes en España, iraníes o sirios en Austria, turcos en Alemania. Por razones sobre todo geográficas, los americanos sus parientes más cercanos culturalmente, tanto en la tradición católica latinoamericana como en la protestante anglosajona no fueron a vivir con los europeos. El resultado es que la Europa de la posguerra, democrática y tolerante como consecuencia del sentimiento de culpa que le causaba su reciente pasado genocida, se volvió "vieja y cobarde" para intentar siquiera integrar a los millones de individuos ajenos a su matriz cultural. En aras del respeto a la diversidad y otros cientos de modas, los guetos que la escinden de manera dramática crecieron en su interior hasta parir las amenazas suicidas que ahora conocemos. Paradójicamente, los que sí comparten la civilización occidental, pero no radican en Europa González de Alba, por ejemplo ven con horror su transformación en lo que no es (¿o era?) y predican la expulsión de aquello que en su opinión le es foráneo y la destruye o, todavía más precisamente, de todo lo que no se ajusta al canon europeo del que, paradoja de paradojas, los americanos más cultos han terminado por ser adalides. Para que lo bueno no cambie, parecen pensar, mejor que nada cambie: que se vayan los inmigrantes musulmanes y aún los nacionales de esa religión. Que si no les gusta la democracia, salgan de Europa. Que si no quieren que se distribuya cerdo en los desayunos escolares, se retiren. Que vayan a países musulmanes y no quieran cambiar la bandera suiza que lleva la cruz helvética, ni siquiera aunque tengan pasaporte suizo y hayan nacido ahí.
Dejemos de lado el esfuerzo mental que supone pensar en París (como muchas capitales europeas) sin negros ni magrebíes ni musulmanes ni demás "extranjería". ¿Es el pensamiento conservador de la civilización europea original (si hay tal cosa) una buena idea? ¿Debe impedirse que cambie? Es elemental que los nacionales de cualquier país tienen el derecho de llevarlo por donde mejor les parezca, aún lejos de lo que en otro tiempo resultó tradicional y "canónico". Si Europa se vuelve intolerante o mayoritariamente musulmana, si llega el día en que como los iconoclastas del Estado Islámico decida volar en pedazos sus museos y edificios más significativos, será sin duda algo muy lamentable para quienes atesoramos dicha herencia, pero las sociedades no son organismos estáticos y eternos y, si algo enseñan esas ruinas de Pompeya o Atenas es justamente que, sin importar cuánto esplendor y vigor alcance una civilización, ésta también está sujeta al cambio, la degeneración y la muerte. Quizá, más que autobuses que conduzcan a millones de musulmanes a las fronteras de Europa, debiese fomentarse intensivamente el que todos los que viven dentro de ellas conozcan la herencia histórica, cultural, artística e intelectual, de la que son depositarios actuales. El conocimiento de esa herencia aunado a un mayor nivel educativo de sus individuos, dificultaría su destrucción e integraría sociedades que por ahora se encuentran compartimentadas. La educación permitiría a los suizos musulmanes no abogar por la desaparición de la cruz helvética, pero también a los suizos cristianos no prestar demasiada atención a que las sociedades evolucionen cambiando incluso su bandera, siempre que se preserve la cohesión social.

Si Europa es como es ¿no ha sido justamente porque sus gobernantes se han abstenido en los últimos setenta años de proceder como sugieren los defensores americanos de su civilización? ¿no es justamente porque no se aplican los "pragmáticos" criterios de González de Alba, Le Pen, Trump o Milosevic? Si los latinoamericanos que visitan Europa vuelven fascinados por la convivencia de avances tecnológicos y preservación de herencias culturales, si admiran la historia de la civilización occidental que ahí tuvo su cuna y que se actualiza con legislaciones muy avanzadas que protegen minorías, si abjuran de la influencia musulmana que podría echar todo eso por tierra, ¿por qué en sus propios países México, Perú, Argentina, por ejemplo no son capaces de vivir de esa manera que dicen defender? ¿por qué, ya que Europa está incapacitada por "vieja y cobarde", no proceden los brasileños o venezolanos a vivir como legítimos herederos de esa tradición en peligro? ¿estaría mejor Europa ante una inmigración masiva lationamericana? ¿en serio?
"Que Europa siga siendo la cajita de música que yo creo que es", parecen opinar. Porque me gusta así. Porque está bonita. Porque me da esperanza. Para que nada cambie.

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