domingo, agosto 20, 2017

Mañana

Señor G, señor G, lo intenta con ganas
al pensar que mañana hará lo que no hizo ayer.
Pero otra vez, señor G, pretexta el mal tiempo,
el aburrimiento o que no se encuentra bien.
Y dice: "Es que es tarde, es que es demasiado tarde,
ahora es tarde, qué le voy a hacer".
Un desastre manifiesto, Nacho Vegas.

En la librería debajo de los arcos, frente a la Rotonda de los Hombres Ilustres, una soleada mañana de sábado revisa los títulos y contrasta la etiqueta del precio con las monedas que trae en el bolsillo. Ha venido caminando desde la parada de las combis, donde la Plaza de los Caballos, atravesando la explanada frente al Hospicio con sus malolientes fuentes eternamente apagadas, la incomprensible escultura por encima de la Calzada en cuyos costados se sientan sospechosamente lo mismo cincuentones que hojean El Libro Vaquero que adolescentes con pantalones ajustados de chillantes colores que indias de trenzas fuertemente atadas y canastos repletos de bolsitas con papas en los que se destaca la boca roja de una botella de salsa Valentina hundida entre decenas de limones verdes. Ha hecho pausa, luego de cruzar los arbolados canales de las ranas, en el Rincón del Diablo, cuyo nombre evoca en él acendrados miedos y teológicas amenazas. Se ha masturbado esta mañana luego de volver de la Barranca, poco antes de ducharse, preocupado porque su madre interpretara correctamente el hecho de que el agua corriera tan uniformemente como si nadie estuviera debajo de la regadera. Así que de vez en cuando metía la mano en el agua hirviente, el reducido espacio llenándose rápidamente de vapor, el espejo en el que le gustaba verse cascarla convertido en una ventana de niebla. Se entretuvo, culposo, a un costado del Teatro Degollado, mirando a los artistas improvisar paisajes con pinturas de aceite sobre platos de diversos tamaños, siempre árboles a los lados y cascadas de brillantes espumas al centro, bajo cielos de incomprensibles colores. En agosto le regaló uno de ellos a su abuela diciendo que él lo había pintado. Dios puede castigarlo por eso. Por la masturbación de la mañana también. Por no ayudar a su madre sabiendo que los cacharros sucios del desayuno estaban ahí. Por haber dicho que iba a casa de la maestra Paty cuando en realidad sólo quería recorrer el centro y ver muchachos calzados con vans, las bastillas dobladas descubriendo sus calcetines. No basta con ir bien en la escuela para compensar tanta maldad ni con asistir a misa cada domingo para evitar las recaídas: debería emplear su tiempo libre en algo más que leer tirado en la cama, pues los libros sólo llenan su cabeza de lúbricas fantasías. ¿No dijo el maestro que mente sana en cuerpo sano? ¿no se curará de sus vicios haciendo sentadillas y lagartijas? Este libro para el que sorprendentemente le alcanzan las monedas de su bolsillo— seguramente puede ayudarlo: Ejercicios para vivir mejor. Ha sido torpe en los deportes, débil con los brazos, abusado por sus compañeros que se aprovechan de que sea un enclenque. Pero eso está por terminar porque va a hacer ejercicio y, una vez fuerte, va a defenderse. La secundaria no volverá a ser la misma. Quizá convenza a su madre de que lo inscriba en karate. Empezará mañana mismo luego de seleccionar la rutina más conveniente y hacer un minucioso calendario. Masturbarse ni pensarlo: es una pérdida de energías y un pecado. Los ejercicios isométricos prometen los mismos resultados con mucho menor tiempo invertido, quizá sea mejor empezar por ahí. Quizá alternarlos con ejercicios normales antes de cenar. ¿O será mejor al levantarse? Como quiera que sea empezará mañana.
[...]
Ahora que él se ha mudado a casa y que no volveré a tener invitados en mucho tiempo, quizá sea el momento de retomar el ejercicio. Él es un deportista, seguro que sabrá decirme qué debo hacer y querrá que su pareja también tenga un buen cuerpo. Hay mucho espacio: con independencia de la cama y el escritorio, el librero de aglomerado, el portagarrafones, todo lo demás está libre: dos habitaciones y un salón enorme con baldosas de barro y azulejos azules, dos patios y una cochera sin auto. Sólo tengo la tesis para ocuparme y los compañeros de maestría no sé si porque han comprendido que ya tengo pareja o porque han notado mi manifiesto desinterés han dejado de buscarme. Es una coincidencia afortunada que, encima, las más prestigiosas instituciones de educación privada en esta ciudad me hayan contratado para dar clases: los recursos están asegurados, especialmente en estos momentos en que él todavía no termina la carrera y necesita mi apoyo. No creo que ello interfiera demasiado con mis planes porque sólo debo dar clases en los horarios especificados y retirarme enseguida, ¡podré incluso leer más! Ya no hay pretextos, me parece, para continuar con tanta holgazanería. Mi madre me ha regalado un par de shorts y tres camisetas para ejercicio, además de unos tenis con los que tal vez pueda salir a correr: hay muchos terrenos baldíos alrededor, seguro que si el terreno está seco será agradable correr por ahí, aunque en la época de lluvias se hacen lodazales cuyos inconvenientes sólo compensa el verde de los campos y la calidad del aire. Pienso en los inviernos por venir y me llena de emoción la posibilidad de que él y yo nos levantemos tarde de la cama luego de pasar la noche acurrucados bajo las cobijas, de que desayunemos viendo el noticiero donde darán cuenta de los crímenes de los que fueron víctimas los que la noche del sábado salieron a entregarse al desenfreno. Quizá deba apartar de mi cabeza pensamientos tan acomodaticios: ¿por qué no se me ocurre mejor que él y yo salgamos a correr? ¿por qué no se me ocurre que compremos un par de bicicletas o un banco de ejercicios? Apenas me descuido y todo lo que se me antoja es estar tirado leyendo o comiendo. También follando. No tengo remedio, pero no se hable más: empiezo mañana.
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Hakim se ha llevado la bicicleta elíptica. No tenía caso que la siguiera conservando cuando los propios médicos me han dicho que no debo retomar mis rutinas. Primero debemos estabilizar la tiroides, luego pensar en soluciones más permanentes. Cirugía, desde luego, pero también yodo radiactivo para liquidar la hiperactiva glándula, lo que sea que resulte mejor. No era el ejercicio diario en la bicicleta de spinning ni la saloprie de la elíptica los responsables de que yo adelgazara tan dramáticamente, tampoco tenían que ver con las madrugadas en que me despertaba un hambre atroz que liquidaba prontamente con pain au chocolat y patatas fritas. ¡Eran las hormonas que una mañana sencillamente me impidieron andar y me obligaron a ser conducido en ambulancia hasta el hospital! En el fondo, aunque a mi jefe al que por ser francés le asiste el derecho divino y republicano de saber qué sentimientos y maneras de pensar son aceptables y cuáles no le parezca una ridiculez, lo cierto es que no me cuesta trabajo relacionar los cientos de días fríos, grises y lluviosos transcurridos entre la residencia y el laboratorio, las separaciones de meses puntuadas por visitas vacacionales respecto de mi pareja y familia, con este trastorno físico que me tiene postrado y al que ninguna ventaja profesional, económica o cultural puede justificar. Confieso que esperaba más alarma de parte de mi pareja, pero quizá el hecho de que sea médico le hace ver esto como una trivialidad, algo facilitado por su actitud pasiva que prefirió dejarme partir antes que organizar una huida juntos. Si el hecho de que me hayan hospitalizado no lo ha hecho venir, no lo hará ya nada. Se acumulan los años y no veo cuándo podremos volver a la vida que teníamos: él está cada vez más fuerte de los brazos, el abdomen con los músculos como adoquines, encantado de mantenerme a una distancia sexual que no deja de crecer mientras más ropa y zapatos se compra. ¿A dónde va a conducir todo esto? ¿Cómo puedo tener confianza en el futuro si sólo me rodean payasos? El endocrinólogo me ha sugerido la natación y quizá aproveche el hecho de que mi jefe va a la piscina dos o tres veces por semana para unírmele: no es demasiado sacrificio soportar sus fanfarronadas de adolescente sobre cuántas vueltas puede dar en cuánto tiempo ni cómo es irrelevante fumar siempre que haya actividades físicas que lo compensen. Quizá deba empezar mañana para evitar rebotes bruscos de peso como consecuencia del tratamiento. La natación ejercita muchos músculos simultáneamente: quizá logre por fin el cuerpo que deseo. Quizá, también, deba disuadirme de este pensamiento el hecho de que mi jefe nade todas las semanas siendo un cerdo de generosas proporciones. Ya veremos.
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Harto de la rutina de levantarse todas las mañanas a las cinco y media, tomar el auto hasta la salida sur de la ciudad, recoger a Selbor en su domicilio, pasar por el Monofiera al suyo y llegar hasta el gimnasio de la laguna para repetir infructuosamente grupos de ejercicios en aparatos con asientos planos, inclinados o verticales, poleas, cuerdas y resortes, bandas, botones y tubos, dio por terminadas sus voluntarias obligaciones una mañana de marzo. No soportaba, además, seguir desayunando cereal para completar la actividad física con una dieta razonable, ni sentir el cuerpo entumido por varias horas durante la mañana, mientras en la oficina no dejaban de acumularse actividades. Doscientos cincuenta microgramos de levotiroxina sódica todos los días y una actividad sexual nula no mejoraban el humor de quien experimentaba, como en ciclos, una desilusión tanto de las actividades en que había sido exitoso como de las personas en las que había depositado sus esperanzas. Recibió, por error, una postal dirigida a su vecino, que decía: "...llegará un día [...] en el que él nos mirará desilusionado y perplejo al comprobar que en realidad nos trae sin cuidado lo que antaño nos sucitaba emoción, que nos aburre lo que nos cuenta sin que él haya variado de temas ni estos hayan perdido interés". Se sentó en la sala a acariciar el lomo pecoso de la perra que se echó pensativa entre sus piernas. Entrecierran los ojos. Primero él. Luego ella. Huele a sopa recién hecha y pasa una hora sin que nadie diga una palabra mientras se mueven los trastes y cacerolas en la cocina. 'Cómo me gustaría ir ahora mismo a la Barranca', piensa. Pero eso está en otra ciudad. Pero eso está en otro tiempo.
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Terminó de limpiar los clósets que su ex-marido había vaciado de sus cosas e instaló el banco de ejercicios y la bicicleta de spinning cerca del cuarto de baño. 'Otra vez estoy solo', pensó, 'tanto mejor para ponerme en forma y cuidar lo que como. Mañana puedo empezar. Es lunes. O quizá deba esperar al inicio del mes. O al año nuevo. O a mi cumpleaños. No siempre se cumplen cincuenta. ¡Medio siglo! ¡Qué barbaridad! Qué pronto se pasa el tiempo. Será mejor mañana, sí. Mejor mañana empiezo. Esta vez es en serio. También podré leer más frecuentemente y a la hora que quiera. No voy a detenerme hasta que consiga lo que quiero. Mañana empiezo, sí. Mañana...' 
Y se quedó dormido.