domingo, noviembre 12, 2017

Contemplación de las personas amadas que no van a más

Una noche de fin de semana, antes de cenar, recogidos sobre la cama con un libro entre las manos que nos ha puesto el espíritu elevado, levanta uno la mirada y la posa sobre quien nos acompaña y no nos ha notado por hallarse en medio de sus propios afanes, el ser amado en medio de la indefensión que le confiere la confianza en todo lo que le rodea, su halo de distraída belleza, su reposo, y abandona lentamente de la mano de esa imagen lo que acaba de leer para instalarse, no sin resistencias, en la realidad que exige menos ensoñación y más pragmatismo, de momento y por toda transición enfrentado a la pregunta de si ha de compartir algo de lo que acaba de leer y aún le bulle en la cabeza pidiendo ser comunicado, o bien ha de callarse hasta dejar que se enfríe la urgencia, ayudada quizá por una palabra suya o del otro que rompa el silencio y dé por finalizado el camino de vuelta al mundo: una observación inocua, el recordatorio de un asunto pendiente, la sola mirada que hasta hace un momento no nos veía y que accidentalmente, al levantar la cabeza o buscar algo en la mesita de noche, nos reconoce y se hace al instante consciente de ser observado y nos sonríe lo mismo que nos interroga, aún si no se atreve a decir nada (pero entonces podemos volver a las nubes y creemos haber sido comprendidos en silencio y evitamos que se diga nada más dando un abrazo o un beso o volviendo lentamente la mirada de nuevo hacia las páginas con otra sonrisa cómplice como contestación: no descendemos). 
Otras veces contemplamos con impunidad por varios segundos y, repentinamente conscientes nosotros mismos de que podemos ser notados, volvemos la cabeza hacia las páginas e intentamos no contestar ni en un sentido ni en otro a la posibilidad de compartir lo que acabamos de leer, e intentamos reanudar la lectura para volver a los cielos de los que hemos descendido, sólo para comprobar que éstos se han esfumado, porque aunque los ojos siguen los caracteres impresos justo después de la línea en donde nos quedamos antes de la interrupción, no podemos dejar de pensar en quien nos acompaña y en cuán poco pide del mundo y cuán escasas son las preguntas que le atormentan, cuán artificial el paraíso en que momentáneamente lo hemos encontrado, ay, tan desprotegido, qué pocas dudas exhibe y qué fácil y despreocupadamente transita de un día al otro; ya podemos estar seguros de que no hará nada sobresaliente que pueda consignarse en la memoria de la humanidad ni resolverá problemas que nadie le ha planteado, sólo nosotros seremos testigos de su carácter dulce y su extraordinaria quietud que, aún rindiéndonos un servicio sobresaliente, no podrán sin embargo ser presentadas como obras ante ningún tribunal y habremos de atribuírlos más a la genética que a la filosofía; querremos convencernos de la virtud encerrada en su sencillez y escasa vanidad, rellenar la vacuidad aparente con nuestros análisis y disposiciones y teoremas, azuzados pese a todo por la incomodidad de analogías dolorosas que los asimilan al perro que dócilmente se echa a nuestros pies, fiel y silencioso, mientras intentamos coger de nuevo el hilo de nuestra lectura sin sufrir por lo que entendemos que no va a más y que, con mil argucias retóricas, justificamos detrás de grandilocuencias, ya por encima citando al amor y otras virtudes morales, ya por debajo a través de tranquilizadoras argumentaciones igualitarias.
Y si acaso hemos cedido a compartir nuestros pensamientos, ya sea porque nos hallamos inflamados por un entusiasmo desmedido que irreflexivamente nos ha empujado a ello, ya porque aún conscientes de que todo puede acabar en un impasse nos aventuramos a hacerlo en la esperanza de avistar algunas luces en las réplicas y contrarréplicas de quienes amamos, tanteamos las aguas intentando no naufragar, luchando con nuestra impaciencia al tiempo en que discutimos lo que deseamos someter a discusión, predispuestos a abandonar la empresa apenas nos encontremos cualquier detalle que nos recuerde otros fracasos similares, curiosamente picados si la interlocución intenta contradecirnos o acotar lo que hemos afirmado temerariamente, pues si bien deseamos en el ser amado las prendas de la inteligencia y la iniciativa, la independencia de criterio y la autonomía, no ha de ser esto sin que nosotros llevemos siempre la razón y prestos estamos a conseguirla aún a costa de retorcer o falsear, escamotear o distraer, ultimadamente levantar la voz o dar un golpe en la mesa con la firmeza de la autoridad ultrajada. 
Satisfechos con nosotros mismos volvemos al libro y nos olvidamos del asunto. El ser amado nos contempla sin que nos percatemos. Sonríe: no vamos a más.

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