sábado, octubre 28, 2017

Otros mundos

Envidio a las personas a las que una adecuada combinación de voluntad y circunstancias ha permitido que recorran su vida rodeadas más o menos de los mismos paisajes y personas, pues ello supone que están relativamente a salvo de la alienación que padecemos quienes hemos debido suspender varias veces, así fuese una sola, el mundo como lo concebíamos y la geografía que nos era familiar, los individuos que ocupaban nuestro tiempo casi a diario y aún los afectos que nos eran más caros y sin los cuales pensábamos que no podríamos vivir, o es quizá que morimos y vivimos repetidas veces hasta que efectivamente alguna época pasada nos parece otra vida y los que la poblaban, ahora ausentes, están muertos a todos los efectos como están extrañamente vivos los recién llegados sin historia que en los días que corren este mundo postapocalíptico, este purgatorio— nos acompañan a la mesa y se meten en nuestro lecho y nos prestan oídos, inexplicablemente, como si hubiesen estado aquí desde el principio. Asistimos cada vez menos si ha coincidido algún hueco de trabajo con una oferta de billetes, si por fin encontramos a alguien que nos acompañe y que al final nos dejará ir solos pretextando cualquier contratiempo a la que fue nuestra ciudad natal, donde nadie nos espera y los paisajes que conocimos van siendo inexorablemente deformados, sólo en calidad de notarios que, de pie frente a la casa que habitamos por muchos años o a la mesa del restaurante que sobrevive difícilmente al atropello de ampliaciones y sobrepisos, levantan invisibles actas y hacen inútiles amonestaciones al aire; también como peregrinos que recorren los mismos lugares cada cierto tiempo, ritualmente, con la misma actitud desconcertada del devoto que llega a su destino y, musitada alguna oración improvisada, no ve más alternativa que volver sobre sus pasos. 
¿Cuántos como yo habrán creído saber quiénes los acompañarían en sus últimos años haciendo caso omiso del azar que todo lo vuelca y de cuyos efectos tenemos sobrada evidencia a lo largo de nuestra vida? Nos pasamos los años aspirando a mantener las cosas en su sitio y al final somos nosotros los que ya no estamos en el nuestro, acaso porque no hemos sabido perseverar o porque fuimos demasiado inestables o ambiciosos, el resultado es el mismo: como en una película de ciencia ficción hemos abierto los ojos después del sueño y no reconocemos nada, o es más bien que nos hemos metido en una pesadilla de la que intentamos desesperadamente despertar sin conseguirlo. Mueve a vértigo asomarse por casualidad a alguna fotografía sin poder echar mano del hilo que la conectaba con el que ahora la mira, la continuidad rota con las palabras que alguna vez escribimos, la memoria incapaz de recuperar las nebulosas conversaciones que ahora nos representamos a nuestro antojo porque así conviene, aún si ya no contamos con el interlocutor que nos daría la razón mi exmujer o hayamos perdido todo la custodia de mis hijas por ejemplo.
Hube de vivir la descomposición de mi matrimonio al mismo tiempo que la de mi trabajo y esta concurrencia me hace preguntarme todavía si no era yo quien se deslavaba en realidad, víctima de algún trastorno que me hacía creer racional y consistente, dueño de la verdad, sin encontrar apenas eco a mi alrededor. Razonaba y repensaba una y otra vez apegado a la mayor objetividad y no conseguía apenas nada, ni convencer ni aliviar. Nada. Alguna tarde miramos a nuestros empleadores, estupefactos de que seamos sus subordinados, preguntándonos sin dar crédito cómo hemos hecho para llegar hasta aquí, dónde está el germen de esta humillante coincidencia, de dónde salieron estos depredadores autómatas de ideas mínimas y programa implacable. No es muy diferente con las causas más visibles que nos rodean, la deriva sin fin de las sociedades que nos acogen hacia las locuras más extremas, casi insensiblemente, en una enajenación que hiela la sangre por cuanto no podemos romperla y nos empuja cada vez más hacia los márgenes. Ella y yo nos distanciábamos en agrias discusiones y violencias irreparables al tiempo en que el parlament catalán se hacía impermeable a la realidad y rechazaba cualquier medida que no fuera la suya; daba igual si no tenían la razón porque una vez infectada la mayoría con el virus del nacionalismo más retrógrada no había manera de discutir nada, así mi mujer. Corroboraba así la opinión de que los gobernantes eran siempre la representación de sus gobernados y que, por lo tanto, la idiosincracia más individual terminaba por comunicarse a los de arriba y, en contraparte, los conflictos más diversos, aún internacionales, eran siempre traducibles en problemas familiares primitivos, así mi divorcio. Daba igual que las mayorías de cualquier país se consideraran invariablemente víctimas de una clase política inferior a ellas, pues con independencia del tipo de gobierno al que estaban sujetas, flamante democracia o ignominiosa satrapía, estaban siempre bien representadas por sus políticos, así mis hijas.
¿Pasaremos en algún momento agotados de arar el aire de la obligación moral de hacer o argumentar a favor de lo verdadero o justo? ¿Quedaremos entonces reducidos a la perplejidad mientras los locos recorren las calles envueltos en banderas y reducen la discusión a consignas, así mi exmujer? Si lo doméstico es también lo macroscópico, ¿he perdido la nación igual que mi trabajo y mi mujer, saturados todos los espacios de disenso, alcanzada una sóla dirección social como un ejército de camisas pardas entonando himnos mientras marchan orgullosos a estrellar sus cabezas contra un pozo de hormigón?

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