domingo, junio 09, 2019

Victoria

Me siento al mismo tiempo incómodo y aliviado de verlo ahí, en la cuarta fila del auditorio, con los brazos cruzados y el displicente rostro de inseguro, agotado sarcasmo, mal vestido como siempre o quizá peor, sí, peor, pues cuando lo conocí hace ya quince años llevaba un traje obscuro con corbata bien anudada y zapatos bien lustrados, una bufanda de colores que subrayaba no sólo su carácter jovial cuanto la supervivencia todavía de un último reducto de confianza en el futuro, también de confianza en sí mismo, si no son estas dos una y la misma cosa, ambas definitivamente liquidadas ahora como lo demuestran su pantalón desgastado y su camisa de mangas arrugadas, una mera manifestación indumentaria del modo de vida que empezó a considerar cuando lo recogí una fría noche de diciembre en la gare y lo recibí en mi oficina al día siguiente, yo comprendí desde entonces y aún antes, desde que me escribió sin muchas esperanzas para ver si podía sacarlo de su país de mierda ofreciéndole alguna posibilidad de colaborar conmigo, leyendo su desesperación entre líneas, pero también su lastimada convicción de que merecía un futuro mejor, que él estaba dándose con esta mudanza la última oportunidad de enderezar su vida y hacer las cosas correctamente, agotado como estaba, según corroboré al poco tiempo, del inusual desprecio de sus colegas y sus inacabables roces con la intelligentsia de su país, pero también deseando un sitio en el extranjero que no fuera ya allende el muro donde había pasado tres años entregado al delirio de aprender una lengua eslava que ni siquiera sus hablantes nativos consideraban apta para la literatura, de modo que sin pérdida de tiempo hice ademán de darle la mayor de las confianzas para comprometerlo con mis presuntos puntos de vista, así las exhaustivas rutinas de trabajo y el desprecio de los bienes materiales, así la pasión desmedida por la obra y la reducción al mínimo de la vida personal, un presunto fortalecimiento del carácter que en su caso era posible llevar a rajatabla gracias al aislamiento en que vivía por hallarse en el extranjero, pero también reforzado por la incomprensión de casi cualquiera de sus conocidos con los que se escribía tan frecuente como infructuosamente, los pocos que lo querían entregados a la cursilería sin el mayor interés por sus ideas, los que se asomaban a éstas sólo deseando su aprobación para con las suyas, entretanto yo iba y venía todos los días entre la universidad y mi casa, me descalzaba en el salón frente a la chimenea y hablaba con mi esposa, leía un libro o escuchaba música hasta que cenábamos juntos un entrecôte saignant con verduras cocidas, rociado por un vino que mi hijo subía desde el sous sol donde se hallaba la cava, él en cambio hacía la despensa yendo a pie hasta el supermercado en medio del frío o la nieve, la lluvia o el viento, para luego preparar penosamente alguna sopa en el quemador eléctrico que algún árabe le había vendido usado, la comía luego sentado en un colchón al ras del suelo de una habitación minúscula y mal calentada que rentaba a sobreprecio cerca de la universidad, todo es temporal, debió decirse miles de veces, estoy enderezando las cosas, se habrá repetido mientras desaparecían de su guardarropa las camisas de lino bien planchadas, los pantalones y el traje, los pares de zapatos que ya no lustraba nadie, su vida toda se contrajo hasta su mínima expresión y quizá en esa forma esencial de sí mismo habrá creído hallar las respuestas que buscaba para resolver sus equívocos, no lo sé, pues antes de concluir el primer año ya lo había hecho sujeto de mi desprecio con el pretexto de fortalecer su carácter, algo todavía más necesario por cuanto en un momento de debilidad consideró razonable hacerme la confidencia de que no era heterosexual como yo había asumido hasta el momento y él se había encargado de hacer creer, ahora debía probarle que ello no me importaba aunque me escociera el hecho de que me hubiera tomado el pelo, de modo que hube de seguir fingiendo la camaradería que hasta entonces le había prodigado, pero aprovechando cuantas ocasiones se me presentaran de sobajarlo psicológicamente, ya criticando su trabajo con más severidad cuanto mejor me pareciera, ya estorbando la posibilidad de que otros colegas repararan en su talento, aquí y allá atajé las pocas ocasiones en que él pudo familiarizarse con la comunidad literaria internacional merced a su fino humor y capacidades lingüísticas, haciéndole creer que semejante lobbying no venía al caso y que debía concentrarse en la obra, entre más aislado mejor, al final naturalmente no tuvo más remedio que darse cuenta de que había desperdiciado la última oportunidad de enderezar su vida precisamente por haber trabajado tres años bajo mi égida, así que con su escasa ropa y pertenencias, pero curado definitivamente de sus entusiasmos de juventud gracias a mí, volvería de nuevo a su país donde la intelligentsia seguiría menospreciándolo y sus pocas amistades le harían la vida imposible o lo hundirían en la incomprensión, así coincidiríamos de vez en cuando como ahora en algún congreso, yo en el presidium o el templete, él perdido entre la multitud del auditorio, yo presumiendo bonhomía y magnanimidad, él escepticismo o silencio, mi ascenso entre los círculos literarios internacionales producto de mi capacidad para colocarme en el centro de aquellas reuniones mientras él se quedaba voluntariamente al margen, tal y como correspondía a la persona que con la mayor consistencia abrazó mis presuntas convicciones aún en su propio perjuicio, lo que no puedo menos que celebrar por cuanto no representa ya ninguna amenaza para mí, qué más da si sus trabajos son bienvenidos por la comunidad internacional si con dar en el blanco son flechas lanzadas desde el anonimato, siempre demasiado cuesta arriba, siempre rápidamente olvidadas, ya se encargarán los que lo rodean de que pronto no encuentre sentido ni siquiera en seguir lanzándolas y yo seré un hombre exitoso con mi esposa y mi hijo y mis nietos y mis amigos, con mi nombre fundido en letras de bronce a la entrada de algún edificio. Para siempre.

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