domingo, enero 19, 2020

Precioso


[E]l amor está fundamentado en gran medida en su anticipación y en su memoria. Es el sentimiento que exige mayores dosis de imaginación, no sólo cuando se lo intuye, cuando se lo ve venir, y no sólo cuando quien lo ha experimentado y lo ha perdido tiene necesidad de explicárselo, sino también mientras el propio amor se desarrolla y tiene plena vigencia [...] Está siempre por cumplirse, es el reino de lo que puede ser. O bien de lo que pudo ser.

—Javier Marías.

Querida niña: No me apetece sinceramente escribir demasiado sobre lo que ha ocurrido, quizá porque todavía es muy reciente, quizá porque no veo mucho el caso. En resumen, él fue siempre una persona mentirosa, poco confiable, poco comunicativo, que no se asumía homosexual y mentía cuanto era necesario para mantener las formas, algo facilitado extraordinariamente por la situación comprometida que vivimos siendo yo su maestro y director. Con todo, reconozco que pasó la mayor parte del tiempo conmigo sin dar muestra alguna de desear estar en otra parte, pero era un chico bobo y ya no es tan joven como para serlo en ese grado.
Nunca supe a las claras la distinción entre deseo y enamoramiento, tampoco la definición de eso a lo que ustedes llaman encoñamiento. Sé que en mayo del dieciséis algo cambió dentro de mí, cuando él recién había terminado su licenciatura y se hallaba trabajando conmigo en un proyecto, pero ese cambio yo ya lo conocía por haberlo vivido antes con muchas otras personas: con amigos y estudiantes, con heterosexuales y gays, con correspondencia o sin ella, en forma declarada o inconfesa. El proceso era vulgar: una obsesión poderosa que me atormentaba día y noche durante semanas hasta desembocar en desilusión y disciplina, la reanudación de la normalidad facilitada desde los veintidós años por esa pareja fija que me recogía una y otra vez luego de mis intoxicaciones sentimentales. Bien es verdad que entonces mi relación con la pareja fija vivía sus horas más obscuras de acidia sexual y dolorosa resignación, algo agravado por la muerte de mi hijo el año anterior, pero no me pareció que ello representara un riesgo adicional de que mis obsesiones se salieran de madre. ¿Cómo podrían hacerlo si su objeto era un chico heterosexual que al poco se hizo de una novia y encima trabajaba conmigo? Imposible. Aquello estaba condenado a ser una vuelta de tuerca más en la vida que llevaba con mi pareja fija.
¿Qué pasó entonces? Que el chico no era heterosexual. Que yo abusé de mi posición para acercarlo más sin creer en la posibilidad de que él hiciera algo. Que fue cediendo en medio de zigzagueos y ambigüedades no muy distintos, si se piensa, del enredo erótico-sentimental que me poseía. Que él tomó la decisión final de saltar sobre mí para que lo follara en diciembre de aquel año aprovechando una de las muchas ausencias de mi pareja fija. Y todo fueron consecuencias de ahí en adelante. Tuvo novia y tuvo novio (engañándonos a ambos por un par de meses) porque la novia y el novio se ocuparon de él: ellos tomaron siempre la iniciativa. Fuimos gente dispuesta a ocuparse de él. Ahora bien, ¿por qué se metió conmigo? Por ganas, claro, pero no de mí propiamente, sino de una experiencia sexual novedosa: yo creo que mientras lo fue no se fijó en mí sino en la excitación del sexo con otro hombre. Luego, sin ser consciente de lo que había hecho, debió reparar en que había ligado su destino profesional al personal (grave error) ¿Y qué hizo entonces? Tratar de sacar lo profesional adelante. ¿Y qué hizo para eso? Seguir con la relación porque para él ya eran una sola cosa. Siento que nunca le gusté realmente (aunque disfrutaba el sexo) y que apostó hacia adelante para mantener sus opciones profesionales. ¿Tiene sentido atribuirle tanto cálculo conociendo su errática o nula planeación? Quizá no.
No obstante, el timing de sus intentos por poner fin a nuestra relación lo sugiere: la primera vez fue en el segundo año. Pero como apareció enseguida un proyecto conmigo que duraría hasta ese diciembre y luego la posibilidad de un proyecto co-dirigido por mí en Europa, congeló sus intenciones de terminar para volver a la relación durante un año más. Cuando en mitad del proceso se dio otra oferta que eliminaba la necesidad de que yo fuera co-director, la aceptó (por sugerencia mía, por supuesto) y así pudo partir a su nuevo trabajo en mitad del tercer año habiendo separado por fin su trayectoria profesional de su vida personal. Yo quise que termináramos entonces porque no veía el caso en relaciones a distancia. Se negó. Aún pasamos vacaciones de julio y agosto en Europa, se compraron billetes de avión para que viniera en diciembre. Pero ahora que ha venido y ya se ha ido es como si se hubiera dado cuenta finalmente de que su vida no puede limitarse sólo a las parejas que ha tenido hasta ahora: querrá vivir otras cosas, otras personas, querrá sentirse desahogado, libre, querrá buscar Sodoma aunque sólo sea a partir de aquel tímido pueblo europeo de provincias.
Yo no es que quisiera terminar, pero es que sabía que era inevitable: no iba a quedarme con él para siempre porque el precio para ambos era muy alto. A mí me hacía vivir de un modo impresentable y tolerando lo más irracional que he visto en mi vida y a él le hacia desperdiciar de alguna forma su juventud, esto sin contar con el grave error que fue aceptar vivir en un terrible conflicto de interés, mezclando lo personal y lo profesional. Estos días que encima son vacaciones me he sentido triste a ratos, en otros con ganas de follarlo, en otros con prisa por reorganizar mi vida una vez que se vaya a Europa, que lo sepa lejos y ocupado. Es evidente que él no me deseaba (arrancó por morbo abstracto y yo fui el objeto) y que cuando se le quitó el morbo ya no pudo separarme de él porque era su seguro profesional: todo se ha terminado cuando se acabaron el trabajo y sus pequeñas secuelas. No es tanto que se aprovechara deliberadamente de las cosas, aunque se aprovechó, sino que cuidar su futuro profesional fue por mucho tiempo equivalente en su cabeza a mantener esta relación. Digo en su cabeza porque yo le hubiera ayudado y trabajado con él exactamente igual si no nos hubiéramos involucrado sentimentalmente, quizá hasta mejor.
¿Qué tan gilipollas y egoísta podía ser? ¿qué tan descarado? Quizá baste mencionar lo que hizo cuando venía para acá: en la ilusión del reencuentro consideró adecuado decirme (a pregunta mía porque él nunca comunica nada) que quería quedarse en Europa y vivir por su cuenta (luego de sostener por meses que quería que hiciéramos todo juntos, incluso en tiernos correos llenos de palabrería), luego le dijo a mi madre que ya le iba a decir a sus padres la verdad y que estas eran las últimas fiestas que pasábamos separados, luego me dijo (o inventó) que su madre se había quejado hace tres años cuando yo pasé la Navidad con ellos porque él me prestaba más atención a mí que a ella, quizá para disuadirme de llevarlo a su pueblo como pensaba hacerlo; finalmente, el día de los inocentes, a dos días de que regresara de su pueblo tras la Navidad, la conversación que condujo al desenlace comenzó porque me dijo que no había sido enteramente sincero conmigo porque les inventó a sus padres que había salido de viaje con amigos en vez de venir hacia acá. Nada grave, en principio. Nada que no pudiera sencillamente dejar pasar. Pero comprendí que quería decirme algo y que yo podía ayudarle a hacerlo. Luego de una hora de conducirlo pacientemente por un laberinto de enunciados crípticos y contradictorios, le ofrecí algunas acciones para paliar la falta de argumentos: ¿quieres irte? ¿quieres que te ayude? Recogió sus cosas en maletas, lo llevé al autobús y se fue a su pueblo sin importar que fuera tan tarde. 
[...]
Settembre: Quiero que sepas que la vida al lado de ti me ha traído mucha alegría, pero al mismo tiempo  nos ha conducido a tener problemas uno con el otro; reconozco que algunos han quedado atrás y otros han permanecido hasta ahora. Noto que me hace falta la capacidad de expresar mis opiniones y pensamientos de manera asertiva, y ya que lo pienso esto influye en gran medida en que no pueda comunicarme de manera directa y correcta, pero recuerda que yo te quiero y que quiero entenderte. Como pareja creo que no necesitamos ser completamente compatibles, pero sí necesitamos entendernos ya que somos acompañantes de vida uno del otro y así es como queremos que sea.
[...]
Todavía es trece de enero cuando esto escribo. El día, sobre todo en el trabajo, ha sido estable, o eso me ha parecido, apenas divagando, echando mano del celular para algunos mensajes con él a quien he debido llevar al aeropuerto esta mañana. No lloré como esperaba entonces, apenas un malestar y una pena luego sustituidas por un alivio seco y un cansancio que discutí ampliamente. Entonces me pareció claro que había sido usado de alguna manera injusta, que no había sido correspondido en mi amor. Que no me fue concedida más sinceridad ni explicación que la de la condescendencia y el placer, sobre todo el carnal, pero también el del resto de los sentidos. Me sentí estable y mirando hacia adelante, hacia la actividad que hasta ese momento, primero por las vacaciones y luego porque él seguía aquí cerca (aunque en su pueblo y fuera de mi alcance) había desdeñado. Una semana de profunda tristeza, de un dolor vivo, para empezar el año; luego otra de dolor físico y sinsentido con las energías puestas en recrear ese fin de semana último de sus vacaciones que me concedería antes de partir. Y ese lunes en que accidentalmente di con él gracias a una llamada telefónica —una sola en toda mi vida— en que llamé al pueblo sólo para que me dijeran que había venido para acá. Discutir, golpear, follar. Esa fue mi receta en otras ocasiones en que quiso irse. Al final se ha ido, bien es verdad, con el pretexto ideal de sus estudios, ¿por qué no me dejó la primera vez que se fue? ¿por qué no al final de las vacaciones de verano? 
No me ha durado hasta el final del día la estabilidad que creí haber ganado desde la mañana. Al final ha sido más de lo mismo, pero sin lágrimas: ver las habitaciones imaginando que está aquí, recordar su rostro o su cuerpo, a veces escenas de hace mucho tiempo como cuando he salido a fumar por cuarta vez en el día para verlo pasar calle abajo, un verdadero exceso síntoma de mi pesadumbre y desesperación. He creído volverme loco de imaginarlo tan desapaciblemente que he vuelto a pensar —aunque sólo sea teóricamente, casi como una forma de llamarlo— en el suicidio. ¿Y qué otra cosa es fumar malos cigarros? Él estará a estas horas en mitad del Atlántico, probablemente durmiendo (anoche gritó porque tenía una pesadilla en donde nadie quería llevarlo al aeropuerto y perdería su vuelo) y quizá no me dedique un solo pensamiento, ya no digo consciente, sino involuntario. ¿Cómo hace para funcionar como una máquina a veces? Yo no lo sé. El frío y el silencio de la calle me intimidaron, y apenas me he metido en la cama me he puesto a escribir desordenadamente, sin mucho foco, algo frenéticamente, seguro de que si dejo de hacerlo vendrán enseguida los fantasmas y el horror, una verdadera esclavitud que escribir los vaya disipando, pero exija a cambio no dejar de hacerlo. 
No he querido masturbarme, fui al gimnasio sólo para dejar claro que no pensaba rendirme a las lamentaciones ociosas y la indisciplina, pero la satisfacción de haber ido no ha evitado el descarrilamiento después de la cena. Tampoco me ha salvado hablar por el maldito teléfono (quiero decir escribir, apenas si se usan hoy los teléfonos para hablar) con distintos amigos, quizá sólo conocidos, que han tenido a bien tolerarme en mi monótona cháchara quejumbrosa. Dos de esos destinatarios son homosexuales, uno a quien conocí la semana santa del año pasado sin atreverme a follarlo cuando más propicias eran las cosas, otro un desconocido a quien abordé en los baños de la plaza para dejarle mi número y que ha tenido a bien contactarme. Son más jóvenes que quien he dejado esta mañana en el aeropuerto en el entendido de que ya no existe el compromiso de ir a la cama sólo entre nosotros. Son más jóvenes que el que se fue afirmando que hay que preservar la relación afectiva y sexual que tenemos, una devoción y atracción que hasta el domingo demostraron ser capaces de las mayores satisfacciones y acoplamientos (¿pero nos durarán las ganas hasta el siguiente encuentro? ¿cómo nos influirá la casi segura actividad sexual con terceros?). Yo sentía por mi pareja una profunda devoción y una atracción sexual sin paralelo, un deseo que requería cada cierto tiempo sacudidas para reavivarse, a veces violencia, a veces amenaza. Ya hubiera deseado yo que la intensidad de esa cama, si no mi inteligencia o sensibilidad, si no mi ética del compromiso, lo hubiesen retenido a mi lado. He pensado, por supuesto, en los mil absurdos de este deseo, un despropósito por donde se mire, porque él y sus motivaciones eran incognoscibles, porque —y hoy leí artículos al respecto— él era seguramente bisexual y quizá debí buscar una fórmula para que viviera satisfecho plenamente a ese respecto (dejando que me follara la única vez en que tímidamente lo insinuó, por ejemplo), porque después de todo él no se caracterizaba por su consistencia ni por el ejercicio ni expresión de su voluntad, casi siempre un individuo pasivo, sin criterio, confuso, que o bien parecía no querer nada o quererlo todo, como si le diera un poco igual. Ay.
Haría el amor siete veces en menos de treinta horas y todas las veces serían sofisticadas y muy satisfactorias. Habría comida en casa y en restaurantes. Habría televisión y conversaciones que nos acercaban profundamente si hacíamos caso omiso de la crueldad con que él me había abandonado sin explicaciones en los días pasados. Habría amor o su idea o su representación. Y sin embargo he pensado en que debería ceder a la invitación de los que ya se alinean para recibir las sobras de lo que era exclusivamente suyo y curarme de los sentimientos exclusivos por medio del sexo más impersonal, acaso mientras él esté durmiendo en Europa y aquí nos proteja la noche que inicia, quién sabe si no desista cuando me encuentre con las inhibiciones y remilgos habituales en esta localidad, quién sabe si no encuentre deprimente la suciedad y el desconocimiento, la torpeza o la superposición de imágenes. Me veo expulsado a la libertad, dios santo, porque el otro desea vivir lo más posible según su edad y circunstancia y no sé cuántas bobadas más en las que no creo verdaderamente. De mi libertad de quererlo y desearlo a él no tengo derecho a hablar.
[...]
Ottobre: Lamento que en algunas ocasiones no tenga la claridad mental para comprender la raíz de los problemas que suelo ocasionar y que esto haga que se escalen por hablar de manera poco razonada. De verdad creo que me has demostrado muchísima paciencia a lo largo de los años que hemos compartido juntos y ha sido una demostración muy notable de los sentimientos que tienes hacia mí.​ Me doy cuenta que de igual manera que a mí me hace sufrir que grites a ti te hace sufrir que no podamos mantener una conversación racional, acto que rebaja la dignidad de la relación y de nosotros mismos. Te conozco y sé que anhelas llevar una vida donde concuerden aquellas cosas que piensas con tus actos; esto incluye elegir a la clase de personas con las que deseas tener una relación más cercana, con quienes la comunicación efectiva debe ser fundamental y siendo yo tu pareja, la persona con la que resulta más importante que esto suceda.
Valoro mucho que me digas que ves en mí una persona que tiene cualidades de alguien con quien quieres compartir la vida; que me digas que te hago sentir comprendido y que te hago sentir querido me ayuda a sentir más confianza en que puedo lograr que tengamos un mejor futuro como pareja. Tú para mí eres un hombre admirable que manifiesta su razón y sensibilidad en sus actos, cualidades que siempre me han gustado de ti y no puedo menos que sentirme agradecido por que me hayas querido como tu pareja. Te quiero mucho y cada día que paso sin ti me parece más vacío comparado con aquellos que hemos tenido juntos. Te pido perdón por hacerte sentir descuidado por cometer múltiples errores, me apenan demasiado porque yo quiero estar contigo y que te sientas feliz de que sea así.
[...]
Pensé que escribiría a diario y, como era de esperarse en asunto tan cansino y ocioso, no ha sido así. Al final no me he encontrado con ninguno de los maricones con los que he hablado y, en su lugar, me he puesto a llorar amargamente de forma incontrolada luego de acordarme de él. Hace días pensaba en el poco talento que mostraba al escribir esta especie de diario vulgar en vez de retomar mi escritura, qué pobreza de espíritu preferir o no poder evitar echarse a llorar en vez de acometer algo grande. ¿No le recomendaba a mi antigua pareja fija, en medio de su dolor por la aparición de mi ahora no-pareja, que se pusiera a hacer algo, que se pusiera a trabajar? No se lo decía propiamente por crueldad sino para que estuviera seguro de que no lo abandonaría. Y no lo habría hecho si él no se me hubiera apartado herido, lastimado por la horrenda evidencia del enamoramiento y deseo míos hacia mi ahora no-pareja. Qué fácil se hace pensar que ahora estoy pagando el sufrimiento que le causé a mi antigua pareja fija, qué idea tan cristiana u oriental, no me la creo. Ideas basura más propias de una telenovela que de un pensamiento serio. Y, sin embargo, la evolución de la relación ahora trastocada o finita —no acabo de decidirme— y desde luego muy particularmente de los días transcurridos desde el día de los inocentes en que se produjo el más reciente y grave cisma, no se distinguen demasiado de un culebrón o, incluso, una comedia: dos amantes como Elaine y Puddy que más tardan en terminar que en volver a acostarse uno con el otro, ¿cómo no quedar prendido y obsesionado luego de los extremos alcanzados a lo largo de tres años? ¿cómo no desear cometer más locuras? ¿cómo no experimentar estos violentos síntomas de abstinencia aún en medio del malestar esencial de lo que sentimentalmente no se entiende y tanto ha lastimado sin explicación satisfactoria?
Aquella vez del llanto llegó mi antigua pareja fija a consolarme luego de que nadie respondiera a mi llamado, pero entonces padecí la sensación lamentable de que en el fondo no me comprendía, que no podía comprenderme: porque para él la pulsión sexual era poco menos que un concepto y no una urgencia; porque no podía ver lo que yo veía luego de tantos años de sordidez y promiscuidad, a saber, que el que se había marchado a Europa era mi deseo, el deseo, alguien con quien la ternura no se privilegia por encima de un polvo depravado, ni el amor o la rutina, ni siquiera la sensatez tienen el derecho de embridar las ganas. Acaso la vida en pareja a la manera tradicional no es algo que deba aplicar aquí por nuestro propio bien. Pero no soy muy afecto a las soluciones implícitas ni a las acciones que no se discuten ni pueden plantearse, y así he creído desde siempre en la posibilidad de plantear aún lo más descabellado abiertamente y salirse con la suya, de modo que no puedo menos que reprochar que se me abandonara de repente sin mediar explicación ni expresión siquiera de que la relación acababa, una canallada completamente opuesta a mi filosofía para la que no bastan la torpeza ni la confusión para justificar nada.
Con mi antigua pareja fija delante de mí no pude evitar pensar en el nulo deseo que me inspiraba, el poco memorable sexo que llegamos a tener aún en nuestros mejores años. Qué fácil es ser ahora objetivo con él, acceder al racionalismo que es el destino final de todas las pasiones, porque —no nos engañemos— si ahora, como tanto deseo, el amor allende el Atlántico volviera y se entregara sin reservas, si me confesara un amor todavía más decidido que nunca, si estuviera ya seguro de querer pasar el resto de su vida conmigo como dicen estarlo los que aceptan casarse y no hubieran más límites que los nuestros para ser felices (sus padres por fin al tanto de nuestra situación, también nuestros escasos amigos y parientes, nuestros conocidos), si ese milagro fantástico tuviera lugar, entonces volverían una a una las objeciones y defectos denunciados en otros tiempos, no duraría demasiado la fe puesta en la singularidad irrepetible y preciosa de nuestro amor cuando ya se vería puesta a prueba por las realidades y la rutina, por la falta de imaginación, ya no digo suya, sino también la mía, para solventar su falta de definición y convicciones, su carácter acomodaticio y pusilánime, sus intereses dispersos y débiles, su automatismo mortal que lo mismo le permite aplicarse a tareas embrutecedoras por largo tiempo que causar dolor a otros con tal de satisfacer su placer más inmediato. Ganaría, pues, Descartes. Porque para sostener la riqueza y variedad del máximo deseo que aún me produce, el morbo, la novedad, la lascivia, harían falta más que unas piernas abiertas, haría falta, por sobre todo, su imaginación enamorada.
[...]
Novembre: Corazón, una de las primeras cosas que me vienen a la mente cuando pienso en ti es que eres un hombre muy notable, con una idea clara de la clase de persona que eres y la clase de cosas que desea en su vida, lo que hace insoportable que vivas la clase de situaciones absurdas por las que yo te he hecho pasar. Mi sentimientos hacia ti han ido creciendo poco a poco hasta llegar a quererte tanto como lo hago ahora y es por eso que resulta aún más doloroso fallarte de manera continua.
Desde un inicio tú y yo éramos dos personas muy distintas que logramos crear una relación que poco a poco se fue moldeando para que pudiera funcionar, nos tuvimos que adaptar y hacer caso omiso a las diferencias que teníamos porque siempre nos ha parecido más importante y especial el sentimiento mutuo que nos tenemos. Es necesario reconocer que nunca estamos solos aunque estemos a la distancia. Nuestra relación a distancia necesita que hablemos y expresemos siempre lo que pensamos de la misma, que nos compartamos lo que sentimos, pensamos y esperamos de ella para que de esta forma nos sintamos conectados. Yo te quiero mucho, gracias a ti mi vida tiene un mayor sentido de plenitud y riqueza. Me has dicho que yo también he tenido ese efecto en ti y lo creo, pero que eso perdure y no se encuentre contaminado tendrá que ser en una situación de igualdad porque ambos seamos maduros y no sólo lo seas tú.
[...]
Querida niña: Siento que me están cambiando los sentimientos hacia él. El dolor agudo por su ausencia y comportamiento miserable está dejando su lugar a una especie de aburrimiento. Es verdad que el fin de semana antes de irse la pasamos muy bien, pero ya entonces, en la misma mañana en que se fue, percibí todo como irreal, insostenible y medio lamentable, no por los actos en sí que bien podrían repetirse mil veces más, sino por la hipocresía necesaria para hacerlos. ¿Por qué estoy juzgando su actuación ese fin de semana y en los pocos días transcurridos desde entonces como falsa? ¿Por qué esa falsedad está pesando cada vez más en mi ánimo? Fundamentalmente porque el día de los inocentes, al decidir irse y dejarme sin consideraciones de ningún tipo, al no comunicarse hasta que yo di los primeros pasos, al no desear verme el día de reyes en que por accidente lo vi y follé, él ya había escogido, consciente o inconscientemente, deliberada o implícitamente, por tontería o por cálculo, hacerme a un lado. Él ya decidió de una manera inmisericorde (por autismo si quieres, pero qué importa) no tomarme en cuenta para ninguno de sus planes, y así los te quiero mucho y la expresión de sus deseos de que sigamos queriéndonos y deseándonos me sabe hueca o sólo limitada al deseo de más placer carnal.
No está mal ese placer, no estaría mal que se diera cada vez que me lo encuentre hasta que, como los sentimientos, también se agote. Pero a lo que voy es a que cada vez encuentro menos razones para escribirle, hablarle, verlo, por no hablar de planear algo para lo que desde luego no quiero hacer nada que no sea lo que los cruces de nuestras respectivas rutas nos permita. Es como si de pronto se me hiciera muy cuesta arriba el precio de convivir con él y su impostura y sólo me quedaran (¡con reservas encima!) las ganas de aprovecharlo físicamente. Aún no puedo, sin embargo, cortar la comunicación ni me apetece hacerlo. Algo me sobrevive de lo que siento y quiero aún sentirlo cerca, que todo vaya desvaneciéndose a su ritmo. ¿Qué haré yo, mi niña? De momento, a pesar de la 'lista de putos', lo que descubro es que no quiero hacer nada. Y que está bien no querer nada hasta que quiera o se dé. No tener la prisa que a principios de año creí que debía tener, sin tenerla. ¿Para qué me engaño? Sólo lo quiero a él.
[...]
Dicembre: No tengas miedo precioso, no me pasó nada, y yo quiero que también te cuides mucho. Yo no puedo dejar de pensar en que te quiero.
[...]
Terminamos en al menos otras dos ocasiones y en períodos más racionales era yo quien planteaba la conveniencia de concluir una relación tan desigual o problemática. Se discutía. Pero siempre seguíamos juntos, siempre bastaba volver a quedar cerca para acabar en la cama y así reanudar lo que en realidad nunca quedaba suspendido. Durante tres años se folló a diario y a veces más, sin duda no siempre con la misma calidad,  con altas y bajas, pero era, me parece, lo que mejor nos salía. Reanudar la relación por sexo es, quizá, lo que también ha ocurrido esta vez: se fue luego de un fin de semana intensivo. Y no hemos dejado de hablar tratando de definir los términos de este período extraño: mantener los sentimientos y la relación sexual entre nosotros, mantener incluso algunos proyectos de reunirse y viajar juntos, pero mantener también la libertad de acostarse con quien sea, quizá incluso involucrarse sentimentalmente. Yo no quiero esa libertad, pero él dice desearla y es quizá la edad y el momento de que vaya al mundo y viva por su cuenta lo que tenga que vivir. Me gustaría creer en la ingenuidad de que todo seguirá igual entre nosotros a pesar del avance de los experimentos. Quizá no sea tan descabellado porque ya hace tres años desafiamos los límites de lo posible, la incredulidad más empírica, la verosimilitud más extrema y difícil. Nada me gustaría más que volver a obrar el milagro, nada más que volviera a mí cabalmente.

No hay comentarios: