domingo, marzo 08, 2020

Tercera sesión

Lamenté mucho saber que el hombre que había pagado diez sesiones conmigo se había suicidado luego de la tercera. Lo recuerdo delante de mí abjuraba yo del diván: prefería una silla frente a otra con un portafolio abierto sobre la alfombra, repleto de cartas. 'Es desesperante, doctor, que lleguen momentos en la vida en que la soledad lo obligue a uno a considerar el pasado y sólo encuentre en él una densa niebla de inconsistencias. Quiero que se haga la luz y no lo consigo. Quiero limpiar mi vida y no puedo dejar atrás sus historias ridículas cargadas de consecuencias. Casi no me queda nadie y lo que me queda está contaminado de tontería o necedad. No sirve. Esta situación debería facilitarme enterrar el pasado, mudarme, empezar una vida nueva en otro lugar. Pero no puedo. Quizá usted pueda ayudarme a ordenar las cosas, a atreverme'. 
No pude. Discutíamos la historia de su vida apoyados aquí y allá en esas cartas, lo dejaba emprender largas digresiones, le mostraba en la sesión siguiente los resúmenes que había hecho sobre su persona, sobre su vida, le anotaba posibles consejos y sugerencias. Una conducción un tanto heterodoxa, desde luego, pero más adecuada a su nivel intelectual y a su deseo de ver por escrito, sistematizada en resumido orden, la historia de su vida. El último informe no ha podido recogerlo. Lo he archivado con profundo pesar, juzgando ingenuas y un tanto estúpidas, desproporcionadas, las conclusiones que maneja: insisto en el papel fundamental de las circunstancias (que no le han sido favorables), en la necesidad de una obra (a falta de personas), en la procuración del placer por vías que no dependan más que de uno mismo. Una ingenuidad inexcusable de mi parte, quizá pereza. La mujer del aseo ha encontrado traspapelada una de las cartas que el hombre me había mostrado. En su entusiasmo, su generosidad, su peligrosa falta de reservas, comparto la vergüenza que él decía sentir por toda su correspondencia, por toda su vida:
"Querido E.,
Los viernes rompo rutinariamente la rutina, aun sin querer, pues el sólo conocimiento de que el sábado no hay trabajo me laxa lo suficiente como para escuchar música o ver películas hasta bien entrada la noche. No todo lo que escucho es de calidad objetiva, pero suele revestirse de un valor sentimental incalculable a la hora de fijar el pasado, recrearlo, retrotraerlo y aun vivirlo de nuevo con la intensidad que da mi vasta memoria no sólo narrativa, sino sensorial y aun ucrónica. Y como el presente es una irredenta madre que alimenta lo ya transcurrido con maníaca puntualidad, la música también me proporciona la atmósfera y a veces hasta el humor de los días que corren, siendo así que ya hay acordes y textos perfectamente adecuados no sólo para recordarme mi reencuentro contigo, sino para imaginar los que no tuvieron lugar y aun vivir los que vendrán en el futuro. Los cantautores indie han tenido el enorme acierto de recuperar mi vena sórdida y decadente hasta tender una alfombra sonora donde recostar el alucinante presente, tanto más incomprensible y sorprendente por cuanto no ha sido el contacto de nuestros ojos ni el abrazo tras largos años lo que nos ha acercado hasta echarnos paradójicamente de menos ahora que nos hemos reencontrado, sino la escritura, el verbo, la visita de la palabra de la que cada vez puedo prescindir menos hasta el punto de que aquí me tienes rindiéndote tributo cuando el viernes avanza hacia su fin y sólo podré enviarte estas líneas el día de mañana, cuando por fin lea tu respuesta al correo anterior o descubra que no me has escrito, anomalías todas disculpables aunque sólo sea por la libertad rayana en la locura que siempre incluso desde hace diez años nos hemos procurado.
Tampoco mis películas son todas de buena calidad, sobre todo si tomamos en cuenta que la gran mayoría del material que guardo en el disco duro externo me fue proporcionado generosamente por amigos diversos o conocidos, más o menos irrelevantes, o personas cuya importancia ha quedado suspendida hasta nuevo aviso (y ese aviso bien podría llegar hasta el momento de mi muerte, cuando toda opinión o juicio cesen definitivamente y quede todo preterido para la eternidad), de modo que mis verdaderas películas están en México, lo que no obsta para que igual que la música disfrute con no poca basura y aun encuentre una que otra obra maestra entre el material que descuidada y mecánicamente me procuraron aquellos que bendita época informática sólo acumulan materiales que no desean para mirarlos cuando no puedan prestarles atención… 
Yo, en cambio, gracias a este exilio, segundo de ellos desde que a principios de siglo consiguiera irme del país con objetivos vagamente académicos y profundamente filosóficos, dispongo de todo el tiempo del mundo para vagar solitario y extranjero por las obras y aun las excrecencias que los hombres han creado para transmitir conocimiento, para alimentar su vanidad, para mejor pasar del vientre materno al vientre de la tierra, pruebas todas de que con la vida lo mejor que puede hacerse es crear, hacer, edificar, afilar la espada del intelecto y pulir la copa del corazón, vivir adentrándose en la espesura como aconsejara San Juan de la Cruz en el Monte Carmelo…
Pero no seamos injustos: no sólo después de iniciado mi exilio he tenido la oportunidad de asomarme al mundo, también antes lo hice y, aun más, lo he hecho desde que abrí los ojos a la luz e hice de mi paso por la tierra una vida de amor y conocimiento. Comprendí pronto mi naturaleza teórica y la exploté hasta sus límites en esa vía contemporánea por la que se incorpora a los hombres a la sociedad, llamada escuela; comprendí pronto que tenía que hacerme primero con las ciencias y luego con las opiniones, al final con las meras ideas y más allá con las creaciones; comprendí que una parte del conocimiento sería carne, alguna otra sentidos, alguna más razón y otra éxtasis; recorrí las matemáticas y la historia, la ingeniería y la vaga región que va de la teoría social a la teoría psicológica, sin olvidarnos de la tenebra religiosa y, por supuesto, la literatura; pinté y toqué Las mañanitas; escribí desde la adolescencia “sorprendido de ser”, como dijo Octavio Paz, mi modesta vida y mi vía poética; he publicado textos plagados de ecuaciones y alguno más sobre inteligencia artificial, una critica a los diarios de Salvador Elizondo en Letras Libres e innumerables artículos políticos y sociales, además de multitud de cuentos breves; he hecho caricatura política y he sido formalmente reprendido, he sido espiado y delatado, traicionado y punido; he sido maestro y alumno, alma de fiestas y líder espiritual, programador y divulgador científico, investigador y practicante de karate, jujitsu y spinning; he sido amigo y amante, diablo y salvador, marido y mujer…
Y ahora estás de vuelta, querido, pidiéndome mi currículo. Vaya pues, aunque sólo sea para que rías de mí un poco como buen conocedor que eres de mis oquedades y vergüenzas (y si no las conoces las inventas, querido, que sólo queriéndome tanto puedes ser tan duro conmigo). Pero ahora que el viernes ha cedido suavemente su lugar al sábado quizá sea conveniente hacer una pausa para oír una melodía y volver sobre la escritura porque quiero hablar más de ti, ¿me esperas?
[...]
He vuelto luego de escuchar Seronda. Cuando vuelva a Ciudad Natal quiero poner las canciones inexplicables a buen volumen en el auto y pasear por el centro de la ciudad contigo a altas horas de la noche; de día quiero recorrerlo a pie desde el lugar donde nos conocimos, al lado de la estación Belisario Domínguez, hasta el Parque Revolución. Y quiero que me abraces sin objeciones cuando lo necesite (y lo necesitaré). Entonces te explicaré algunas cosas que seguramente ya intuyes, como la complejísima relación que guardo con la parte más profunda e inimitable de esos barrios donde pasé mi infancia y que me hicieron el engreído homosexual que soy, relación de la que tú oh, azar misterioso has sido siempre el embajador más versado y oscuro, también el más entrañable… la homosexualidad explicada exactamente como tu teoría del suicido, nene: la sociedad trafica las armas y nuestra psicología aprieta el gatilllo, ¡qué excelente analogía!
También quiero que vayamos a una cantina: no, no a un bar de putos como pudiera pensarlo cualquier observador profano de nuestros intercambios epistolares que en cada movimiento sólo vería una invitación a intercambiar fluidos, sino a una cantina ordinaria y sórdida donde sólo podamos oír alguna música siempre adecuada, reír a carcajadas con el humor que suele faltarnos y beber un trago como si la fiesta hubiera terminado hace muchos años, víctima de la decadencia universal…
Quiero tantas cosas que será mejor que espere a mañana para burlarme de mí; tú estás invitado a hacerlo desde hoy, naturalmente, pero también debes acompañarme en los delirios arriba citados cuando llegue el momento (¿no eras tú el que pedía que pasáramos más tiempo juntos hace sólo un par de semanas? ¿o eras más bien el que amenazó ayer con privarme de sus cartas con motivo del escaso tiempo que tus estudios sociológicos y más bien burocráticos te dejaban?). Tienes la palabra, nene, y una dulce sonrisa dibujada. Besos enormes."
'No hicimos nada, doctor. Nada. Con él como con la mayor parte de la gente de mi vida sólo hubo prédicas en el desierto. ¿Cree que sea el momento de partir?'. Entonces le contesté que cambiar de residencia era sin duda una buena idea. Fui, desde luego, uno más quizá el último de los que no lo entendieron.

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