jueves, abril 09, 2020

La vía del artista

Aunque, como todo el mundo, fantaseaba con ello en los momentos de mayor vulnerabilidad al cabecear frente a un libro y quedarme dormido; en la ducha, especialmente de noche no creí nunca que moriría de esa forma ni tuve mis fugaces pensamientos por premoniciones. Es verdad que eran recurrentes desde que me quedé solo, pero también uno considera el hecho de que el avión en que estamos montados puede caer de un momento a otro sin por ello levantarse de su asiento, histérico, de regreso a la puerta de embarque. Nada que merezca llamarse presentimiento, ni siquiera ahora que ya ha ocurrido, porque en el reino de lo posible las coincidencias más extraordinarias son obligadas: alguien debe, por fuerza, cumplirlas. Me ha tocado a mí morir a medio camino entre los que son asesinados durante el sueño por una sombra y esos otros los menos, quizá que se encuentran con un cuchillo luego de enjuagarse el jabón de la cara y abrir los ojos, una mezcla de escenas tantas veces recreadas en mi cabeza, pero también en el cine y la literatura, carentes todas de originalidad.
Cuando se fue la luz estaba ya secándome para salir del cuarto de baño cuya puerta no cerraba desde que vivía solo. Había puesto música. No me hallaba ni triste ni contento, lo segundo no debe confundirse nunca con la tranquilidad y para lo primero ya estaba demasiado lejos de las circunstancias que me habían apartado de amigos y parejas. No era viejo todavía, pero desperdiciaba mi vida en la creencia de que disponía de un plazo razonable un plazo promedio para completar una obra que me satisficiera: no era así. La obscuridad y silencio súbitos me detuvieron con la toalla en la mano unos segundos la sorpresa pero no me alarmaron. Después de todo no era la primera vez que fallaba la energía. Busqué con los pies las sandalias y cuando terminé de ponérmelas me detuvo lo que creí era el sonido del guardapolvos de la puerta de la calle contra el suelo. Agucé el oído como un animal. Inquieto, asomé lentamente la cabeza por la puerta del baño y, más allá del vestidor, pude ver el reflejo de la luz de la calle sobre las paredes del cuarto. '¿Por qué si mi casa está en penumbra?', me pregunté, ahora sí, asustado. Sin soltar la toalla que normalmente habría colgado en el cuarto de baño, empecé a andar hacia mi habitación cruzando el vestidor. Uno no puede creer que esté ocurriendo lo que no debe ocurrir y por eso verifica varias veces antes de aceptarlo y emprender acciones, unos segundos que pueden ser los justos para que el asesino cubra la distancia que lo separa de uno y, ya iniciada nuestra marcha, nos encuentre entre la habitación y el cuarto de baño, desnudos, con nuestra carne expuesta para ser abierta aquí y allá sin más protección que esa otra carne de nuestros brazos que no pueden defendernos. Un golpe, otro más, el calor de la sangre corriendo sobre una piel muy limpia entre gritos apagados que llaman desesperadamente a detenerse, las manos y pies que se empapan hasta hacernos resbalar. Últimos descubrimientos antes de hacer mutis: que las cuchilladas no duelen, que perder sangre adormece, que morirse así es menos dramático de lo que suponía. Aprendizajes muy rápidos e incomunicables.
Me ha dado tiempo de saber quién me ha matado. Ha sido un chico que traje una vez a casa con intenciones vagamente sexuales y a quien terminé regalando un libro. Un artista, decía, aunque sólo fumara opio entre canción y canción. Un emancipado que sólo buscaba que yo pagara sus vicios. ¿Y por qué no iba a hacerlo si yo fingía admirarle sólo para poseerlo? ¿Por qué me daría otra cosa que no fuera vulgaridad para corresponder a mi bajeza? ¿Qué otro género de arte podía pertenecerme sino el prostituido, el corrupto? Eso es lo que pasa, me he dicho luego, ya desprovisto de la carga del tiempo, cuando se mezclan deseo y falta de talento. Pasa que no escribes ni pintas porque eres una persona ordinaria que sólo desea masturbarse acompañado. Pasa que no cantas ni recitas porque eres más superficial de lo que piensas, un hombre con televisión y trabajo, con parientes y conocidos insulsos de los que no puedes deshacerte. Pasa que mereces haber alcanzado esa madurez incierta en medio de tanta gentuza porque no otra cosa es digna de quien no tuvo el valor de abrazar aquello que perseguía confiando estúpidamente en que ya habría tiempo. 'Ya pronto, ya pronto', me lo dije tantas veces. Pero el tiempo se ha acabado a manos de este drogadicto que tampoco amaba el arte para otra cosa que no fuera el placer más inmediato. Somos hermanos en la mediocridad, por mucho que él durmiera en el suelo y yo en una cama, aunque él no tuviera trabajo y yo cobrara un sueldo, a pesar de mis estudios y su falta de escuela, nuestras falsedad y pretensión eran las mismas y así no es de extrañar que donde faltara la verdadera pasión se adujeran pretextos, la penetración inacabada, la obra inconclusa.
Ya no hay nada que hacer desde que esa sombra armada de reflejos me expulsó del tiempo dejando mi cuerpo tirado entre el baño y la alcoba, la toalla medio empapada en sangre y agua, la puerta de la calle abierta luego de que hubo robado lo que pudo. Es inútil buscar subterfugios. En vida pensé muchas veces en los talentos a los que las circunstancias no prestan apoyo para su desenvolvimiento: una familia ignorante, un lugar inadecuado, una lengua incorrecta. 'Vivo en un país canalla, primitivo, envilecido hasta la náusea', me decía, 'donde no tienen más cabida el intelecto ni el arte sino sólo su simulación más burocrática y maquinal, una pocilga donde se depreda cualquier cosa por dinero y entretenimiento, sacos de mierda y pis sus habitantes, tiradero en el que me pudro'. Mientras me mudaba de lugar, en tanto conseguía desprenderme de todos, encerrado en casa leyendo libros extranjeros para salir al encuentro del espíritu, me rebajaba día a día hasta la altura que yo había asignado a los que me rodeaban, creyendo salvarme. ¿No es así que les asistía el derecho a liquidarme si ya antes yo les había retirado la calidad de personas? ¿No es así precisamente como alejé la posibilidad de una vida de amor y conocimiento? Ahora veo claro que era posible recorrer la vía del artista a pesar de las circunstancias, realizar a toda costa el milagro de transmutar la materia vil en oro. ¿Qué hacía pues esperando el día perfecto? ¿Qué podía significar la circunstancia apropiada? Nonsense! 
Puedo pensar todo lo que quiera que no podrá ya traducirse en ningún libro, ninguna materialidad. Nada tiene remedio: estoy muerto.

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