miércoles, enero 31, 2024

La injusta medianía

No se vale sustraerse a todo para ganar seguridades, pero tampoco meterse en lo que sea para ganar méritos laicos o religiosos, aprender lecciones morales o conseguir una presunta elevación espiritual, así yo en la justificación interior de mi extravagante experiencia lumpen sonorense que al final ha resultado totalmente desechable en sus propios términos, pues no fui como resultado de ella ni más paciente ni más centrado, ni más tolerante ni más sociable; algunos dirán que lo parecía en medio de aquel entontecimiento y bobería condescendiente, aquella continua aquiescencia rematada de palabras suaves y cariñosas, más producto de un mecanismo de defensa preventivo que de un enamoramiento imposible, quién sabe si por razones orgánicas y desde siempre —la personalidad— o sólo por haber gastado la última cerilla con el gran incompetente moral que le precedió —el agotamiento—; al menos en ese aspecto el sufrimiento no tuvo ningún cariz emocional porque el alma nunca estuvo ni por un momento comprometida, no conocí entonces ni el llanto ni la tristeza, jamás el despecho ni la pasión, cuando mucho la zozobra más o menos fingida, más o menos autoimpuesta, derivada de los contratiempos de orden práctico que causaban los excesos del lumpen sonorense: sus toxicomanías y enfermedades, sus histerias y neurosis, su vulgaridad y su tozudez; es verdad que no había razón ninguna para lidiar con esas dificultades si la motivación no era el amor ni, como queda dicho, el aprendizaje, no el temor a estar solo ni un amor propio previamente herido, ¡ni siquiera el deseo sexual que por entonces iniciaba su larga agonía en medio de soluciones farmacológicas y pornográficas! Por largo tiempo me he preguntado cual fue la oscura razón para que yo accediera a meter en mi casa a semejante ficha y me obligara voluntariamente a lidiar con sus rutinas e industrias, sus agendas y necesidades, sus malestares interminables y su estupidez involuntaria, una tarea agotadora, desde luego, sin pausa ni compensación, aunque él jurara que esta última tenía lugar cuando ocasionalmente preparaba comida excesivamente salada o hacía ademán de sacudir muebles y fregar pisos; cuánto más inexplicable fue todo esto cuanto que ya había vivido casi dos décadas con un hombre cabal, respetuoso y paciente, amoroso a su manera, leal, para el que, sin embargo, tengo preparadas otras frases indiscutibles y verdaderas, como la de que no se vale ocultar la basura debajo de la alfombra, por pequeña que sea, esperando que un día no altere el suelo que pisamos hasta derribarnos, ni puede sostenerse un engaño indefinidamente hablando con la verdad o, equivalentemente, que no puede usarse la verdad como parapeto para prolongar equívocos; al mismo tiempo diría que, en materia de relaciones, no parece válido quedarse en el mismo lugar sólo porque es lo que más conviene ni parece legítimo abandonar por haber abrazado la decadencia en vez de remontarla, no está bien quedarse ni irse cuando las cosas se han torcido y caminamos por la injusta medianía; qué fácil fue, en cambio, decidir en el caso del lumpen sonorense, un buen día levantarse y decir 'ya está' y aprovechar la precipitación del otro, su ánimo de diva ofendida, su incapacidad para hablar sin reaccionar como un demente, y verle recoger todas sus cosas y tomar un taxi y largarse para siempre sin que él supiera entonces que era así: para siempre, tal vez convencido de que no tardaría en llamarle y suplicarle que volviera, tal vez seguro de que podría persuadirme de reanudar las hostilidades con sólo llamarme llorando o presentarse en la puerta de mi casa con el rostro descompuesto; cuando hube decidido que ya había sido suficiente me miré con extrañeza, pero liberado, como quien se redescubre luego de haber usurpado durante demasiado tiempo la personalidad de otro, una botarga que se retira, una máscara que cae, '¿dónde estabas?' pude decirme entonces con una sonrisa; en las semanas que siguieron me mantuve ocupado sin sentir nada por nadie, entre trabajo y lecturas, encuentros sexuales anónimos y programas de televisión, no hubo tiempo para echar de menos al hombre cabal ni para desear el sexo del moralmente incompetente, mucho menos para sentir algo que no fuera indiferencia respecto del lumpen sonorense. Pero no iba a tener la firmeza necesaria para ahorrarme nuevas historias cuyos fundamentos estuvieran mal planteados.

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